“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 9 de enero de 2011

El Bautismo del Señor

Primera Lectura: Is. 42, 1-4. 6-7 Miren a mi siervo, en quien tengo mis complacencias.
Salmo: 28 Te alabamos, Señor.
Segunda Lectura: Hc. 10, 34-38 Dios ungió con el Espíritu Santo a Jesús de Nazaret.
Evangelio: Mt 3, 13-17 Apenas se bautizó Jesús, vio que el Espíritu Santo descendía sobre él.

El Espíritu de Dios se manifiesta. Lo hace en todo momento y en todo lugar. Sostiene a la Creación y pacientemene observa el discurrir de nuestras vidas. Juan el Bautista solía realizar un bautismo con agua como símbolo del arrepentimiento que los judíos a nivel personal iban despertando por haber abandonado la Alianza con el Señor. Y mientras lo hacía también anunciaba la llegada inminente del Mesías, a quien supo reconocer sólo cuando lo vio. Llegado el momento Jesús le pide a San Juan Bautista que lo bautice, acto por demás escándaloso a los ojos del profeta que predica en el desierto, pues su bautizo es sólo con agua, y sabe que el de Jesús es bautizo de fuego que perdona todos los pecados e iniquidades. Aun así Juan obedece a Jesús y lo bautiza. Con ese pequeño gesto quedó instituido el Bautismo como Sacramento necesario para todo aquel que quiera llamarse cristiano o cristiana.

Así que aquí estamos dos mil años después. Bautizados desde niños, formando parte de una Iglesia a la que no conocemos bien y que por lo común se nos dice que es homofóbica. Formando parte de una comunidad a la que la religión ha atacado tanto que ha terminado por romper con ella en absoluto. Pero por alguna razón incomprensible seguimos de pie en la lucha por nuestra fe y nos aguantamos las humillantes declaraciones y acciones del clero con espíritu cristiano porque tenemos fe en las promesas del Señor.

Esto es así porque Dios no discrimina. Cuando fuimos bautizados recibimos el regalo especial de los siete dones del Espíritu Santo, fuimos nombrados sacerdotes, profetas y reyes, y somos capaces de madurar los frutos del Espírtu. Si habiendo Dios escogido primero a los Judíos, a través de Jesús ya no hizo distinción de naciones, ¿bajo qué lógica distinguiría entre un heterosexual y un homosexual nombrando bueno a uno y malo a otro? Lo único que debemos hacer es respetarlo y practicar la justicia para glorificar su santo Nombre.

Cuando se nos bautizó también para nosotros se abrió el cielo y se escuchó una voz que decía: "Este es mi hijo amado". Somos hijos amados del Padre eterno. Tenemos la misión muy clara de proclamar su Palabra por todo el mundo, aunque sea nuestro pequeño mundo y dar testimonio de fe de su justicia. Cuando se violentan los Derechos Humanos es nuestro deber promover la justicia con firmeza, y aunque la lucha sea demasiado agotadora, no titubear ni doblegarnos. Demostremos que somos de estirpe divina, demostremos que somos hijos de Dios y herederos de la Creación.

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