“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 22 de mayo de 2011

5º Domingo de Pascua

Primera Lectura: Hc. 6, 1-7 Eligieron a siete hombres llenos del Espíritu Santo.
Salmo: 32 El Señor cuida de aquellos que lo temen. Aleluya.
Segunda Lectura: Pe. 2, 4-9 Ustedes son estirpe elegida, sacerdocio real.
Evangelio: Jn. 14, 1-12 Yo soy el camino, la verdad y la vida.

El Espíritu de Dios reina sobre su Iglesia y la gobierna. En cada lectura que hacemos de la Biblia nos damos cuenta de esto y es propio alabarle y glorificarle. Y precisamente el culto es una parte muy importante de cualquier religión, pues sería difícil imaginarnos al mundo actual, en sus condiciones tan desesperanzadoras, sin la actualización diaria del sacrificio de Jesús en la Eucaristía, que siempre nos renueva las esperanzas y nos da fuerza para seguir adelante pase lo que pase.

Pero también hay una parte muy importante que no debe ser desatendida en ningún caso por darle mayor atención al culto. Y se trata de las obras y de las buenas obras. En la lectura de los Hechos de los Apóstoles se nos habla sobre la caridad a las viudas, pero hoy nos queda claro que no se trata solo de las viudas, sino de todo desamparado en el nivel social que nos podamos imaginar.

Hablando un poco sobre el tema que nos interesa, que es el de los homosexuales y la Iglesia, consideremos primero que en el mundo se han logrado grandes avances al respecto de la aceptación de la homosexualidad. Esta nunca debió ser considerada ni delito ni pecado, sin embargo, durante un periodo de más o menos 1700 años así lo fue. Pero en la antigüedad fue considerada como un tema sin mayor importancia en la cotidianidad, y en nuestros días nos vamos dando cuenta que en medios como el espectáculo, la política o algunos deportes ya empieza a ser cada vez más normal que los jugadores hagan lo que en la comunidad gay tendemos a llamar 'salir del clóset'.

Incluso en los primeros 300 años de la era cristiana los homosexuales fueron aceptados y considerados parte de las comunidades eclesiales, pues la homosexualidad como la entendemos hoy es fruto del Siglo XVIII. Sin embargo, a partir del Siglo III empezó la homofobia y la 'cacería de brujas' en contra de todo aquel que practicara el llamado 'pecado nefando' o 'contranatura'. No vamos ahora a analizar a fondo estos acontecimientos históricos, pero si vamos a resaltar que durante todo este tiempo el Espíritu Santo ha escogido a hombres y mujeres heterosexuales y con orientación sexual distinta para ejercer el ministerio sacerdotal o religioso sin mayor distinción que los mismos dones de que le dotó en su corazón. 

Esos hombres y mujeres que han hecho Iglesia a lo largo de estos tres milenios (vamos empezando el tercero) han sido llenos en todos los casos del Espíritu de Dios y han sabido administrar de forma humana tanto los bienes materiales como los espirituales que son la infinita riqueza de la Iglesia Militante. Hoy muchos de ellos y ellas, sin necesidad de canonizaciones o beatificaciones se pueden contar entre los santos y santas amigos de Dios e intercesores nuestros. Y es fácil decirlo porque la misericordia de Dios es ilimitada, su amor infinito y ellos, al igual que nosotros hemos creído y actuado en consecuencia con nuestra fe.

Es necesario que todos los LGBT, y también los heterosexuales entiendan que cada vez que hacemos algo por alguno de esos pequeños e indefensos hermanos ante una u otra situación, lo hacemos por Cristo. Cristo es la piedra que desecharon los constructores y que es ahora la angular. Pero para aquellos que no lo entiendan y que no vivan en de acuerdo a lo establecido en el Evangelio, o sea la Ley Suprema del Amor, se convertirá en tropiezo y motivo de escándalo. Tal vez por eso muchos 'buenos' católicos no entiendan la importancia de normalizar a las uniones de parejas del mismo sexo, o la de permitir que un hombre sea afeminado o una mujer tenga maneras masculinas si su personalidad así se los dicta desde el interior de su corazón.

Sin embargo nadie debe temer al rechazo, la discriminación y ni siquiera a la violencia causada por la homofobia. Si estamos afianzados a Jesús y a María, no importa lo que pase siempre saldremos adelante y con el paso del tiempo todo va a mejorar, e incluso nos daremos cuenta que todas estas cosas son necesarias para que aprendamos a fortalecernos y en el futuro podamos guíar a los que lo necesiten. 

Jesús nos recuerda constantemente que Él es el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre si no es por Él. Es por eso que he de insistir en la necesidad de abandonarnos a su santa e inapelable voluntad. Cada vez que alguno de nosotros dude sobre la santidad de nuestra orientación sexual, sobre nuestra normalidad, o sobre las reacciones que nuestra condición de vida causará a nuestros conocidos y seres queridos, que lo más importante sea acercarnos a Jesús en una actitud de humilde y amorosa oración para que nos escuche. Y después de esto, en un intenso y profundo silencio darle la oportunidad a Él para que hable y compruebe, como lo hizo conmigo, que ser gay no tiene nada de malo y que podemos amar, pues nada hay de egoísta o de desvío en el amor. 

Si ponemos atención a sus palabras veremos que todos los días Él nos tiende la mano para enseñarnos que el camino de la autoaceptación es muy necesario. Que nuestra verdad de vida va muy de acuerdo a la santa voluntad del Padre, que sin su venía nada sucedería en el mundo. Y que finalmente si somos felices y ayudamos a los demás a encontrar la felicidad nos estaremos acercando a pasos agigantados a la vida eterna.

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