“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 31 de julio de 2011

Comentario al 18 Domingo Ordinario.

Hermanos:

¡Qué la paz esté con ustedes!

Católicos del mundo, no dejemos confundirnos por nada que no venga desde el alma del Evangelio mismo. En la semana recibimos en nuestro correo electrónico una serie de mensajes bien intencionados de un hermano católico 'bienpensante' que está totalmente de acuerdo con todas las posturas e interpretaciones (no necesariamente tan milenarias) de la jerarquía de nuestra bienamada Iglesia. Independientemente de todo lo que nos dijo, y cuyo interés por nuestras almas agradezco con profundidad, resalta este pequeño párrafo en nuestra conversación electrónica:

Cuando hable de la Iglesia, tenga en cuenta que Ud. pertenece a ella, como todo bautizado, por más santo o pecador que fuera. Le recuerdo asimismo que la Iglesia como institución no tiene como objetivo el respaldar dictaduras derechistas, ni erradicar el hambre del mundo, sino brindar a los cristianos las herramientas para su Salvación, que es el Bien Supremo, por encima de todas las necesidades humanas. Si el Estado del Vaticano, que nuclea institucionalmente a la Iglesia, decidiera por caridad realizar colectas (como las de Cáritas, etc.) para combatir el hambre, la pobreza y otros bienes escasos para mucha gente, lo hace por simple caridad, dado que NO es su responsabilidad hacerlo. La responsabilidad es de los Estados, ONGs, etc.

Y resalta porque se relaciona directamente con el Evangelio de hoy y una orden estricta que nos da Jesús y cuya interpretación leí en el Misal anual 2011 de la Obra Nacional de la Buena Prensa, y que dice:

Ante el problema de alimentar a la multitud, a los discípulos de Jesús se les ocurrió "que vayan a los caseríos y compren algo de comer". Ante el mismo problema, de alimentar a tantos pobres como nos rodean, a los cristianos de ahora también se nos ocurren respuestas igualmente brillantes
:
  • "Yo no soy la Divina Providencia".
  • "Que los mantenga el Gobierno".
  •  "Para qué vienen a la ciudad".
A Cristo no le gustó la solución de sus discípulos de entonces -como es muy probable que tampoco le guste la de algunos de sus discípulos de ahora-, porque tajantemente les ordenó: "Denles ustedes de comer".
 

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