“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 2 de marzo de 2014

Una Teología Bíblica de la Paz

LA PAZ ESTÉ CON USTEDES






El término “paz” (en sus principales formas) aparece unas cien veces en el Nuevo Testamento. A juzgar por el lugar prominente que ocupa en las Escrituras, debe ser un concepto de importancia fundamental para la comprensión del Evangelio.


En su sermón en casa de Cornelio, Pedro señala que el contenido del mensaje de Dios a los hijos de Israel es “el Evangelio de la Paz por medio de Jesucristo”. Lo mismo dice Pablo en Romanos 5:1, “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Y varias veces más Pablo escribe de “las buenas nuevas” o del “Evangelio de Paz” (Ef. 2:17; 6:15; Rom. 10:15). En Efesios 2, señala la creación de una nueva Comunidad de Paz como obra fundamental de Jesucristo.

Las Escrituras nos dicen que Dios es un Dios de paz y que Cristo es Señor de paz. El profeta le llamaba al Mesías esperado el “Príincipe de paz”; el fruto del Espíritu de Dios es paz y vivir en el Espíritu es ... justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Resumiendo:

Dios es Dios de paz
Jesucristo es Señor de paz
Su Espíritu es Espíritu de paz
Su Reino es reinado de paz
Su Evangelio es la buena nueva de la paz
Sus hijos son hacedores de paz (pacificadores)

La paz está en el mismo corazón de la vida que vivimos y del mensaje que proclamos los cristianos. Pero, ¿en qué sentido puede llamarse las buenas nuevas de la obra salvadora de Dios el “Evangelio de Paz” como en efecto Pedro y Pablo lo hacen?

En nuestra búsqueda de una respuesta muy poca ayuda podemos hallar en la tradición de la iglesia de los últimos diecisiete siglos. Al pasar los años y los siglos han entrado tantos elementos extraños a la auténtica vida de la iglesia que nos resulta difícil entender que el Evangelio de Jesucristo en su esencia tiene que ver con la paz. En último caso podría verse como tranquilidad espiritual e interior de personas con tendencia mística, pero ¡no en las relaciones sociales entre hombres y mujeres de carne y hueso en una comunidad humana!

Como consecuencia de su interacción con las culturas que la han rodeado, la vida y el mensaje de la iglesia han tendido a sufrir modificaciones. Por eso, a fin de renovarse en forma auténtica, la iglesia se ve obligada constantemente a volver a sus raíces; tiene que saltar por encima des las deformaciones acumuladas, cuestionar tradiciones y volver a sus raíces en Jesucristo. Precisamente algunas de estas deformaciones más notables son las que se dan en torno al concepto de paz que tuvieron Jesús y sus discípulos en el Nuevo Testamento.



¿Qué significa paz en el sentido bíblico? El diccionario de la lengua española no nos ayuda. Sus deficiones son las tradicionales. Debe recordarse que Jesús y sus discípulos eran judíos del primer siglo. Aunque vivieron en una colonia oprimida bajo el Imperio Romano y aunque escribieron los Evangelios y las Epístolas en griego, eran hebreos en su forma de ser y pensar. Se hallaban dentro de la mejor tradición profética hebrea (Mt. 5:12).

De modo que cuando Jesús y Pedro y Pablo hablan de paz y de las buenas nuevas como Evangelio de la Paz, lo hacían en el sentido hebreo de “shalom” (que es el término hebreo que significa paz). El concepto de “shalom” era fundamental para el pueblo hebreo. Es un término de significado amplio. Quiere decir principalmente bienestar integral o salud plena en el sentido más amplio, material al igual que espiritual. Tiene que ver con una condición de bienestar que resulta de relaciones auténticamente sanas, tanto en las personas como con Dios.

Según los profetas, reinaba la paz en Israel cuando había justicia, bienestar común, igualdad de trato y de salud, de acuerdo con el orden establecido por Dios en el pacto que había hecho con su pueblo. “Shalom” es convivir según la intención de Dios expresado en su pacto. Por otra parte, cuando había desigualdad de oportunidades, injusticias, opresión, tanto social como económico, no había “shalom”.

Un ejemplo de esto lo vemos en la forma en que el profeta Jeremías se quejaba de los profetas falsos de su tiempo que, debido a la ausencia por el momento de conflicto armado, anunciaban por todas partes “paz, paz”. Pero, por su parte, Jeremías respondía “no hay paz” (Jer. 6:14). En el mismo contexto encontramos la razón detrás de la denuncia de Jeremías. “Como jaula llena de pájaros, así están sus casas llenas de engaño; así se hicieron grandes y ricos. Se engordaron y se pusieron lustrosos, y sobrepasaron los hechos del malo; no juzgaron la causa, la causa del huérfano; con todo se hicieron prósperos, y la causa de los pobres no juzgaron” (Jer. 5:27,28).

De manera que para los hebreos, paz no era meramente la ausencia de conflicto armado, sino la presencia de condiciones que conducen al bienestar de un pueblo en todas sus relaciones sociales y espirituales. No es meramente tranquilidad de espíritu o serenidad de mente, o paz en el alma, sino que tiene que ver con relaciones armoniosas entre Dios y Su pueblo y relaciones de justicia y concordia entre los miembros del pueblo. El “shalom” resultaba cuando se vivía según la intención de Dios para su pueblo, según su ley, justa, buena, santa.

De hecho las palabras paz, justicia y salvación con prácticamente sinónimas para el bienestar que resulta cuando los humanos viven en la armonía creada por relaciones rectas y justas. Y esta paz es nada menos que el don de Dios a su pueblo. Y sobre todo, “shalom” describe el reino mesiánico que Cristo vendría a inaugurar. El profeta Isaías decía:
“Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas,
del que anuncia la paz,
del que trae nuevas del bien,
del que publica salvación,
del que dice a Sión: ‘¡Tu Dios reina!’” (Is. 52:7)
(Son notables las cinco líneas paralelas que son prácticamente sinónimas en su significado).

Este es el sentido (shalom) en que Jesús, Pedro y Pablo usaban el vocablo “paz”. Cuando Jesús dijo a sus discípulos: “Mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da” (Jn. 14:27), anunciaba la vida de profundo bienestar y salvación en el “shalom” de la nueva comunidad del Espíritu. No se trata de algo interior que fortalece aunque por fuera haya conflicto, aunque esto también sería cierto. El miedo (v. 27) les puede sobrevenir como consecuencia de tener que seguir viviendo de acuerdo con estos valores sin contar con la presencia física del Mesías. El Espíritu Santo hace posible vivir de acuerdo con el nuevo pacto de Dios en justicia, comprensión, igualdad, amor y paz. Se trata de “shalom” que es un fruto que el Espíritu da, no principalmente ni meramente a individuos solos, sino a todos los miembros del cuerpo de Cristo, a fin de hacer posible una vida comunitaria más profunda, más auténtica, más de acuerdo con la intención de Dios.

Este concepto global de paz no hace inválido el hecho de la paz personal que proporciona confianza y seguridad interior a los individuos, pero sí, subraya el hecho de que la paz es mucho más que esto. Un auténtico “shalom” coloca al individuo dentro de la nueva comunidad del Espíritu donde se da todo el fruto del Espíritu, donde se ejercen los dones del Espíritu, y donde se experimenta la salvación que el Espíritu hace posible.



A este concepto hebreo de paz se agregan otros significados realmente paganos en su origen.

A. Griego: “Eirene”
La vitalidad de la iglesia primitiva la llevó al mundo greco-romano con su proclamación del Evangelio de Paz. Por su parte, los griegos tenían su propio término, “eirene”. Pero lo notable es que su significado era bastante distinto del “shalom” hebreo de Jesús y los apóstoles. Paz, para los griegos era un estado o una condición estática, más bien que el sentido dinámico de relaciones interpersonales tan característico del “shalom”. Podría significar un estado de descanso o la ausencia de conflicto. Para los estoicos principalmente significaba una condición mental y espiritual de armonía y orden interior. Se manifestaba en actitudes y sentimientos pacíficos y tranquilos, de recogimiento interior.
A pesar de representar un énfasis bastante extraño al pensamiento hebreo y bíblico, pronto notamos algunos de estos conceptos junto con sus prácticas correspondientes haciendo entrada en la iglesia. Ascetas y ermitaños cristianos se retiran a solas del bullicio mundano buscando recogimiento y armonía interior. Algunos de estos conceptos (tranquilidad interior, etc.) que son más griegos y paganos que hebreos han perdurado hasta nuestros tiempos en ciertas clases de espiritualidad.

B. Romano: “Pax”
La Pax romana era renombrada en el mundo antiguo y consistía en la ausencia de conflictos armados, siendo asegurada por la presencia del poderío militar romano. En realidad el centurión a quien Pedro se dirigía sus palabras en Hechos 10:36 era un “pacificador” según el modelo romano, oficial del ejército de ocupación, encargado de la seguridad y el orden a fin de que las riquezas de las colonias pudieran llegar a Roma. Esta paz consistía en el mantenimiento de la “ley y orden” en el imperio. Poetas romanos se referían a la época como la “edad de oro”. Pero entre las naciones subyugadas no era exactamente eso, pues la Pax romana estaba construída sobre la represión de todos los enemigos del Imperio. Eran oprimidos y exprimidos y sus recursos colocados al servicio de Roma. Fue a partir del emperador Constantino cuando esta forma de imponer la paz, tan contraria al espíritu de Jesús y al significado de “shalom” comenzó a recibir la bendición de la iglesia. Eusebio se convierte en su apologista.

Otro aporte romano al concepto de paz en la iglesia ha resultado de su tendencia a concebir la relación entre Dios y los humanos en términos forenses o jurídicos y legales, según la mentalidad romana. Con el paso de los siglos, sus conceptos de pecado como transgresión de la ley divina y de perdón en términos de castigo, satisfacción y declaración de absolución forense, contribuyeron al sistema penitencial romano. Luego el sistema sacramental de la iglesia (contrición, confesión, satisfacción, absolución) estaba diseñado para lograr “paz con Dios” de parte del pecador penitente en quien se ha creado una conciencia atribulada.

Luego en la Reforma protestante, aunque Martín Lutero reaccionó contra el legalismo en el sistema penitencial de la Iglesia Romana, él también luchaba dentro de sí mismo para encontrar seguridad de perdón (era monje agustino). En esta situación encontró consuelo en el texto paulino “justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 5:1).

Pero esta “paz con Dios” ha tendido a comprenderse principalmente en términos de la seguridad interior que el individuo halla bajo el indulto de un Dios misericordioso. Este aspecto es importante pero no agota en ninguna manera el sentido bíblico de “paz”.

El concepto global de “shalom” no hace inválida la idea de una paz personal que le da a uno confianza y seguridad interior de reconciliación con Dios. Pero subraya el hecho de que la paz bíblica es mucho, muchísimo, más que esto. Tiene que ver con una nueva relación con Dios y también con nuestros semejantes en el contexto de la comunidad del Espíritu.

Por la gracia de Dios se abra la posiblidad de una comunidad de paz y justicia basada en el amor e inspirada por el Espíritu de Dios, en lugar de ser un mera agrupación de individuos guiados por intereses propios y preocupaciones egoístas y relaciones un tanto legalistas o jurídicas. Desgraciadamente, la dimensión comunitaria, social y espiritual de la “paz de Dios” se les escapa a muchos cristianos que conciben la “paz” en una forma casi netamente individualista e interiorizada. Debido a las distorciones y deformaciones griegas y romanas ocurridas en la tradición de la iglesia, no nos damos cuenta de la naturaleza fundamentalmente social y comunitaria del “Evangelio de paz”, e imaginamos que podemos tener paz con Dios aunque estemos en guerra con el semejante, porque lo uno es cuestión del alma y lo otro es exterior. Pero desde la perspectiva bíblica este dualismo no es aceptable. En la visión bíblica ser humano es lo que hace, y obra de acuerdo con lo que es.

La Biblia no contiene una teología intelectualmente elaborada de la paz, o de la justicia o de la salvación. Contiene, más bien, descripciones de vivencias de la paz, o exhortaciones a su vivencia cuando, por la infidelidad del pueblo, la visión cayó en el olvido. La teología es reflexión en torno a la actividad salvadora de Dios en su medio a fin de poder dar expresión a esas vivencias y comunicarlas en su testimonio misional. No se concibe de la paz sin experiencias reales de shalom. No se concibe de la justicia aunque reinen condiciones de obvia injusticia. No se concibe de una salvación auténtica sin su vivencia correspondiente.

A. Formas que Toma la Paz en la Comunidad Mesiánica Neotestamentaria

1) La comunidad cuyas vivencias hallamos en las páginas del Nuevo Testamento era una auténtica alternativa social al igual que espiritual. Efesios 2:13-19 describe algunos elementos que caracterizan esta nueva comunidad de la paz de Dios. Estar “en Cristo” (13) no es tanto una mera experiencia espiritual interior y mística, como una participación concreta en la nueva humanidad creada por Dios en Jesucristo.

El Evangelio de la paz abre la posibilidad de una nueva relación con Dios que se convierte en realidad en la medida en que vivamos en una nueva relación con nuestros semejantes. En esta comunidad las diferencias y las barreras que separan a los humanos son superadas: nacionalismos (eso de “todo por la patria” es una idolatría), racismos, prejuicios basados en diferencia de sexo, espíritu de competitividad social y económica, diferencias culturales, religiosas y sociales que contribuyen a actitudes de superioridad de parte de unos y de inferioridad de parte de otros.

Estar “en Cristo” ofrece la posibilidad viva de realizar la comunión entre personas muy diversas, humanamente hablando. Se trata de vida compartida en todos los niveles de convivencia humana: social, espiritual, económica, etc. El Evangelio de la paz derrumbó la barrera más formidable de la antiguedad: la muralla que separaba a judíos y gentiles.

Según el Nuevo Testamento, en esta comunidad de paz los enemigos son reconciliados de tal forma que la violencia queda fuera de lugar en las relaciones interpersonales; personas de diferentes razas y nacionalidades se convierten en hermanos/as, en una confraternidad que no es meramente mística e invisible, sino que toma formas sociales concretas; los pobres son socorridos, los enfermos son sanados, pecadores rebeldes son reconciliados con Dios y con sus semejantes, etc. En fin, la función del Evangelio de la paz en Jesucristo consiste en restaurar esa comunidad de amor y paz y justicia que responde a la intención de Dios para la humanidad. En realidad se trata de la vida del reino de Dios que Jesús vino a inaugurar y que, en el poder de su Espíritu Santo, comenzamos ya aquí a vivir.

2) Otro ejemplo de los alcances del Evangelio de la paz lo encontramos en la formación de la comunidad primitiva en Jerusalén. A raíz de la obra del Espíritu en Pentecostés la iglesia naciente tomó forma de “koinonía”, o vida compartida (cf. 1 Jn. 1:1-4, “comunión”). Donde el Evangelio de la paz es oído y obedecido el Espíritu Santo crea un nuevo sentido de comunidad caracterizado por una profunda preocupación mutua y una apertura de unos para con otros. De esta comunidad leemos en Hechos 4:32: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común”. Aquí se descubren dos espíritus muy distintos que están en conflicto:

a) Uno es el espíritu egoísta (“suyo propio”). Se enfatiza lo que es de uno mismo; lo “propio”; el individualismo; los intereses propios; predomina el concepto de lo privado. Esta orientación concentrada en lo propio, en propiedad, es fundamentalmente idólatra (Ef. 5:5, “avaro, que es idólatra”), pues se coloca a uno mismo, el ”yo”, en el centro, como elemento de mayor importancia. Este espíritu fue rechazado por la comunidad de Jerusalén.
En realidad las sociedades modernas generalmente se basan en este principio bajo alguna forma de contrato social que regula la competitividad egoísta y los intereses propios en un equilibrio de poderes. El concepto de la “propiedad privada” es ajeno al espíritu de “shalom”. Pero lo trágico, no es tanto que las sociedades democráticas seculares se rigen por este principio, sino que la iglesia de Jesucristo muchas veces se organiza bajo estos principios democráticos de equilibrio de poderes y mutuo respeto de derechos. Este es el concepto romano de paz mas bien que el “shalom” que proclamó Jesús y los apóstoles.

b) El otro espíritu, y éste es el que caracterizaba a la iglesia de Jerusalén, es el espíritu de comunión; de vida en común; de comunidad. Predomina la disposición a compartir generosamente para el bien común en todo nivel de la vida. Es en esta comunidad de paz donde el individuo halla una realización más plena.

En esta comunidad son librados de la tentación a la idolatría, pues Dios está en el centro de las relaciones humanas y la vida se comparte por el poder de su Espíritu. Bajo la dirección del Espíritu Santo, la congregación empezó a poner en práctica en su medio las condiciones del “año del jubileo”, o “de remisión”, el año de nuevos comienzos que Jesús mismo había pregonado al comenzar su ministerio. “El Espíritu del Señor está sobre mí … me ha ungido … para predicar el año agradable del Señor” (Lc. 4:18). Según el jubileo, la tierra y su plenitud son de Dios y por lo tanto sus recursos han de utilizarse según las necesidades y para el bienestar de su pueblo. A fin de corregir injusticias que surgían con el paso de los años se debía declarar periódicamente el “año de remisión” en que las deudas eran perdonadas, los esclavos eran liberados, los patrimonios familiares que se habían perdido por apremio económico eran devueltos. La iglesia de Jerusalén, en su deseo de realizar en forma concreta el Evangelio de la paz anunciado por Jesús, fue llevada por el Espíritu Santo a renovar en su medio las provisiones del “año de remisión”, a fin de dar expresión a la comunión que experimentaban. Y como los escritos de Pablo nos indican, este espíritu de compartir continuó en la iglesias primitivas (2 Cor. 8:13,14).

No será necesario organizar la iglesia del siglo XXI en todas partes según el plano exacto de la comunidad de Jerusalén. Pero sí, debemos tomar con toda seriedad el espíritu y la forma fundamentalmente comunitarios que surgen del “shalom” de Dios que Jesús proclamó. Debemos escoger entre comunión y egoísmo como principios de vida.

3) Finalmente debemos recordar que, en cuanto somos los hijos de Dios, seremos hacedores de la paz (pacificadores, Mt. 5:9). Nos asemejaremos a Dios en la medida en que vivamos y obremos para que la paz prevalezca entre los seres humanos. Los hijos de Dios, a fin de cuentas, son los que se parecen a Dios en su actuar.
Como pacificadores estamos llamados a solidarizarnos con los pobres y los oprimidos; a obrar por la sanidad de los enfermos y los afligidos; a dar de comer a los hambrientos; a cuidar de los rechazados y de los solitarios en la sociedad; a proclamar un mensaje de libertad y paz a los esclavizados, rogándoles en nombre de Cristo que sean reconciliados entre sí, y con Dios.

La persona que ha sido alcanzada por el Evangelio de la paz y transformada por el poder del Espíritu de Dios difícilmente puede admitir que se practique con conciencia limpia el egoísmo, la competitividad desenfrenada, la ambición desorbitada, el deseo de renombre, la acumulación egoísta de bienes, la violencia, los prejuicios raciales y étnicos, la discriminación, la injusticia, y la falta de piedad sincera y auténtica. ¡Y menos todavía puede hacerlo en nombre de la fe!

El cristiano que es motivado por el Espíritu de su Señor no practica esta forma de vida aunque la gran mayoría de la sociedad secular lo haga. El pacificador, en el estilo de Jesús, no se deja colocar en el molde del mundo. Es realmente notable que en el primer siglo de la era cristiana el término “pacificador”, tal como aparece en Mateo 5:9, designaba a dos clases de personas muy distintas. El término aparecía en las monedas del Imperio Romano designando al emperador. Y según este uso, significaba su actividad, y hasta la fuerza violenta, que se creía necesaria para asegurar la continuidad del Imperio. (“Si quieres la paz, prepara la guerra”, es la expresión tradicional que refleja esta actitud.)

Por otra parte, Jesús dio esta designación a sus seguidores, a aquellos que, en su servicio compasivo y sacrificial hacia sus semejantes, y aún hacia sus enemigos, comunican el amor de Dios; a aquellos que son agentes del reinado de Dios en el mundo. La actividad de éstos es determinada, no por lo que hace el emperador, sino por la forma de ser y actuar de su Señor, Jesús de Nazaret, el Mesías, Príncipe de Paz.

Jesús ha de ser la norma para determinar nuestro estilo de vida. Su camino de paz y justicia determina la forma de nuestra presencia, proclama y actuar en el mundo. Jesús nos invita a entrar y a participar en su nueva Comunidad de Paz, renovados en el poder de su Espíritu, y a vivir la paz anticipando la venida de su reino de paz en toda su plenitud.


En Jesús el Mesías, se cumple la visión profética del shalom mesiánico, la paz esperada en el Antiguo Testamento. Por eso el mensaje de Dios por medio de Jesucristo se llama “El Evangelio de Paz” (Hech. 10:36).
Así, desde la caída cuando comenzó a reinar la rebeldía y la desobediencia hacia Dios y la violencia hacia los semejantes, ha sido la intención de Dios reconciliar a los seres humanos consigo mismo y entre sí. Pero no hay fuerza ni poder humanos ni divinos capaces de “imponer” una reconciliación, ni con Dios ni entre los humanos, ya que la reconciliación tiene que ser libre y voluntaria. Pero en esto Dios ha tomado la iniciativa dando su vida por nosotros y ofreciendo una demostración costosa de su amor en la cruz, aún cuando éramos sus enemigos (2 Cor. 5:17-21; 1 Jn. 3:16; 4:9-10). La cruz de Cristo es la estrategia de Dios para responder a sus enemigos, venciéndoles con el amor.

En la cruz Dios nos ofrece 1) su perdón, 2) la posibilidad de una nueva relación con él de amor y obediencia, y 3) la posibilidad de relaciones reconciliadas con nuestros adversarios. Generalmente se han reconocido los primeros dos resultados de la cruz: el perdón y la reconciliación con Dios. Pero el tercero, la posibilidad de relaciones reconciliadas con nuestros enemigos, se le ha escapado a la mayor parte de la cristiandad.

El ejemplo más claro de esta paz es la reconciliación que se produjo entre judíos y gentiles en el primer siglo por medio de Jesús (Ef. 2:13-15). La muerte de Jesús era para todos igualmente, eliminando así las enemistades con Dios y entre ellos, y creando una comunidad de paz. De modo que, por medio de la cruz, Cristo reconcilió a los que eran enemigos superando así la hostilidad más notable del mundo antiguo. Así que esta paz es parte integral del Evangelio. Es una buena noticia saber que la guerra contra Dios, al igual que la guerra contra nuestros enemigos, ha terminado y que ahora puede haber paz. Pero también la cruz de Cristo ha sido el modelo para otras áreas de conflicto que nos afectan hasta el día de hoy. La cruz de Cristo elimina, en principio, (y también en realidad si se lo permitimos) todas las barreras entre los sexos, las clases sociales, económicas, políticas y raciales entre los pueblos.

En la cruz de Cristo, Dios nos dice que ama a sus enemigos hasta el punto de sufrir y sacrificar su vida a favor de ellos. Y ahora nos invita a nosotros a imitar a su Hijo en la cruz con la misma clase de amor sacrificial hacia otros en todos los niveles de nuestra vida: familia, iglesia, trabajo, relaciones públicas, etc. En este mundo violento y egoísta se nos invita a creer que en Cristo una nueva era ha comenzado y que podemos imitarle a Jesús en su amor desinteresado. Para Dios todo es posible. Y todo es posible para los que creemos en verdad que el Mesías de Dios ha venido. La era mesiánica ha llegado en Cristo. La resurrección y Pentecostés son pruebas de ello. En el poder del Espíritu es posible vivir el camino de la cruz. Precisamente en este mundo caído y en todas las áreas de nuestra vida seguimos a Cristo en el camino costoso de la paz y la no-violencia, sabiendo que tendremos que sacrificar nuestros egoísmos y nuestras violencias y que bien puede costar nuestra vida por amor al enemigo. Pero estamos convencidos de que la única forma de ser hijos auténticos de Dios es ser pacificadores, tal como El lo es.

Aunque esta visión del significado de la muerte de Cristo goza de autoridad neotestamentaria, y aunque contribuyó poderosamente a la auto comprensión de la iglesia primitiva, en el transcurso de la historia de la iglesia ha caído en desuso. Tan es así que esta visión parece ser una innovación para la mayoría de los cristianos ortodoxos, tanto Católicos como Protestantes, en nuestros tiempos. Pero no es difícil adivinar la razón por el extraño silencio de esta visión del significado de la cruz de Cristo en la iglesia de los últimos diecisiete siglos.

Desde el siglo IV, se ha venido pensando que la violencia es justificable, y aún necesaria en la Iglesia. Agustín hablaba por muchos de su época, y hasta el día de hoy, cuando dijo que la paz, tal como Jesús lo hizo a costa de su propia vida, no era una posibilidad realista para los cristianos de su tiempo. Por lo tanto esta manera de comprender la muerte de Jesús que cuestiona tan frontalmente las prácticas violentas de los cristianos estaba destinada a caer en el abandono. Otras imágenes para comprender la cruz fueron enfatizadas, e incluso en algunos casos deformadas, de modo que la muerte de Jesús podía ser comprendida en forma totalmente “ortodoxa” sin cuestionar radicalmente las enemistades que separaban a la humanidad y las violencias con que esta situación de alienación humana se ha perpetuado.

En cambio, la muerte de Jesús (al igual que su vida) fue un poderoso componente de la visión que condujo a la Iglesia apostólica a rechazar la violencia en las relaciones humanas y aún a responder a sus enemigos con un amor semejante al amor de Dios, encarnado en Jesús. Y desde entonces y dondequiera que cristianos se han dispuesto a seguir a Cristo radicalmente, la muerte de Jesús les ha servido como inspiración y fundamento para su no-violencia hacia sus enemigos.

A la luz de esta visión bíblica de la paz, ¿qué podemos decir  para nuestros tiempos?

Vislumbrar una salvación comunitaria, o social (relacional), más que meramente interior e individualista, es tal vez la base para conseguir la paz. Salvación Personal, sí; Individualizante, no.

El bautismo es fundamentalmente un compromiso asumido ante la comunidad creyente. Y en esto se basaba su vida de fidelidad en el seguimiento de Jesucristo. Es señal exterior de una transformación y compromiso interior. Su “obediencia de fe” incluye, no solo el testimonio interior del Espíritu, sino también un testimonio exterior y un compromiso a una vida nueva en comunidad, conjuntamente con otros que habían hecho los mismos votos.

La iglesia por definición es esa comunidad que nace del bautismo. ¿Y cómo es esa iglesia que surge del bautismo, tal como éste se entiende en el Nuevo Testamento? “La Iglesia tiene que ser en el mundo y en la sociedad la comunidad de los que libre y conscientemente han asumido un destino en la vida: el sufrir y morir por los demás. O sea, la Iglesia es la comunidad de los que existen para los demás. Y es también la comunidad de los que se han revestido de Cristo, es decir, de los que reproducen en su vida lo que fue la vida de Jesús, el Mesías. Y además la comunidad de hombres y mujeres a quienes guía y lleva el Espíritu. Finalmente, es la comunidad de la libertad liberadora.”

A lo largo de la historia de la iglesia, las palabras “esto es mi cuerpo” han despertado intensas y amargas discusiones entre cristianos de las diversas tradiciones. Generalmente, estos debates han girado en torno a cuestiones metafísicas en relación con la manera de entender la presencia de Cristo en el pan y el vino. Tanto Protestantes como Católicos han entrado en estos debates bajo estas condiciones. Unos han concentrado en las definiciones doctrinales correctas y los otros han enfatizado el carácter sacramental de los símbolos como medios de gracia. 

Hubmaier decía que la Cena del Señor es “una señal pública y un testimonio del amor, con el cual un hermano se brinda a otro ante la iglesia. Tal como en este momento parten el pan y comen juntos, y reparten la copa, así también cada uno ofrecerá su cuerpo y sangre para el otro. Confiando en el poder de nuestro Señor Jesucristo, recuerdan sus sufrimientos cuando parten el pan y reparten la copa y la Cena, y conmemoran su muerte hasta que él venga. Esta es la bondadosa obligación de la Cena del Señor que cada cristiano cumple hacia el otro, para que cada hermano puede saber que bien puede esperar del otro.”

De la manera en que el bautismo  da testimonio que uno toma con seriedad el mandato a amar a Dios por encima de todas las cosas y que uno ha muerto para si mismo y resucitado a novedad de vida en Cristo, así también la cena da testimonio que uno toma en serio su compromiso a amar a su prójimo como a si mismo. 


Concluimos con palabras de Juan Mateos, reconocido teólogo católico español. “Jesús no propone ideologías. … A lo que él se pone es a formar un grupo donde ese ideal se viva. Mientras no existan comunidades así, no hay salvación, el objetivo de Jesús está anulado y su doctrina y ejemplo se convierten en una ideología más. Por supuesto, para fundar esas comunidades no se puede usar la violencia, si el ser persona libre es esencial al grupo, la adhesión tiene que darse por convicción propia. … De allí el empeño que deben poner los que creen en Jesús por formar comunidades que vivan plenamente el mensaje.


Ponencia del Hno Juan Driver (Anabaptista) en el Encuentro de Iglesias Históricas de Paz en Santo Domingo, República Dominicana (del 27 noviembre al 2 de diciembre del 2010)


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