“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

jueves, 20 de agosto de 2015

“Excomulgados” 1. Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa...




Mientras llega el Sínodo 2 Sobre la Familia (Octubre 2015) sigue en altas esferas la batalla sobre los que deben ser admitidos a la comunión (no excomulgados). En las “bajas” esferas, parroquias e iglesias que conozco (a nos ser en algunas muy “cualificadas”) nadie pregunta al que comulga si es homosexual y si “practica”, o si está divorciado y tiene una nueva relación. El problema no es ese, el problema es si cree y si quiere creer, si está dispuesto a crear comunidad con otros seguidores de Jesús.
La cuestión se ha planteado porque el Papa Francisco ha dicho que los divorciados no son excomulgados (y que por tanto pueden comulgar), y que lo mismo piensa de los homosexuales. La cuestión, según el Papa, es si los que comulgan se identifican con el proyecto y camino de Jesús, desde la situación en que se encuentran
En ese contexto quiero empezar evocando un texto clave de la liturgia, la respuesta de los “fieles” al ofrecimiento e invitación del celebrante que dice: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo…”. Desde el siglo XI en ciertos lugares y desde el XVI en todas las iglesias, los que van a comulgar responden: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi alma quedará sana” (cf. J. Jungmann, El Sacrificio de la Misa, BAC, Madrid 1953, 1060-1066).
Significativamente, esa son unas palabras que provienen de la “confesión y súplica” de un centurión pagano, de dudosa conducta, al que Jesús le dice “iré a tu casa/cuartel y curaré a tu amante/siervo enfermo”. El centurión tiene miedo de “dañar” la imagen de Jesús y le responde:
Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa (bajo mi techo),
pero di sólo una palabra y mi amante/siervo quedará sano (Mt 8, 8).
-- En el caso de centurión, Jesús cura a su siervo en cuerpo y alma, pues ambos son dignos de su Reino.
-- En caso del comulgante que suplica, Jesús cura “su alma”, le cura y sana, al ofrecerle su propia vida en comunión.

Pienso que no podían haberse escogido palabras mas adecuadas para indicar la “idoneidad” de aquel que quiere comulgar: No es mi dignidad la que me hace digno, sino la de Jesús que cura al "AMIGO" del centurión y que puede sanar también y perdonar a los comulgantes.
Ciertamente, hay diferencias en el gesto:
Desde ese fondo quiero ofrece una reflexión litúrgica y otra bíblica. Imágenes del Veronese: Domine, non sum dignus...
1. Reflexión litúrgica: El deseo de centurión pagano, la palabra de Jesús
La historia del centurión (Mt 8, 5-13), de la que he tratado alguna otra vez en este blog, es una historia de fe.
‒ Recordemos que el centurión es un ciudadano romano: un gentil, es decir, alguien que estaba excluido de las promesas que Dios había hecho a Israel, su pueblo escogido. Aun así, el centurión tenía fe en que Jesús podía sanar a su amigo/siervo.
‒ Jesús quiere ir a casa del centurión, a pesar de que, con los criterios judíos, esta acción le dejaría impuro. Pese a ello, Jesús quiere ir a su casa… y aunque al fin no va físicamente (por respeto a la súplica del centurión) va en realidad, le acompaña y cura a su siervo/amigo.
‒ La iglesia ha querido poner en labios de los comulgantes esta confesión (¡soy pecador!) y esta súplica (¡puedes sanar a mi amigo, me puedes sanar!) al comienzo de la comunión, pues, el celebrante retoma la palabra de Jn 1, 29 y dice, al ofrecer la eucaristía: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor”.
‒ Ésta es una palabra central, que Jesús mismo asume y reinterpreta en el mismo evangelio de Mateo diciendo: “No he hallado una fe semejante en Israel (¡en la buena Iglesia!); por eso les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos “ (Mt 8,11-13).
‒ De esa manera, la liturgia nos invita a tener la misma fe, la misma convicción que el centurión romano tuvo en el poder sanador de Jesús…, una fe que muchos hoy, en la Iglesia del siglo XXI, que va quedando vacía de fieles antiguos no tienen (o no tenemos). En realidad, ninguno de nosotros somos dignos de la Eucaristía, pero el gesto del centurión homosexual romano y la respuesta de Jesús nos invitan a compartir la Cena del Señor, iniciando así un camino de transformación y reconciliación mesiánica
(He retomado y recreado parcialmente, introduciendo motivos nuevos que quizá el autor, D. Todd Williamson, no aprobaría del todo:http://www.pastoralliturgy.org/resources/1201ReproRsrcSP.pdf)
2. Reflexión bíblica. El centurión de Cafarnaúm y su siervo/amante (8, 5-13)
He presentado alguna vez este pasaje en mi blog, pero repito el tema de nuevo, para aquellos que quizá no lo haya leído. El centurión del puesto militara de Cafarnaúm tiene un siervo/amante enfermo (paralítico) y con grandes dolores, encerrado en “la casa/cuarten” (Mt 8,6)) y pide a Jesús que le cure. Viene el mismo centurión, porque su siervo/amante no puede venir, viene como autoridad “militar”, pero reconoce el poder “superior” (humano, religioso) de Jesús.
Es un pagano (como indicará el texto que sigue) y además, no se siente digno de que Jesús entre en su “casa” (bajo mi techo, 8, 8), porque es un militar de “ocupación” y porque su conducta “moral” no parece clara; es como el leproso, al que no se “debía” tocar, porque manchaba (en el milagro anterior: Mt 8, 1-4). Desde ese fondo se entiende esta escena que ha sido elaborada por la tradición en un contexto de apertura eclesial a los paganos, aunque en su fondo hay un relato antiguo (transmitido al menos por el Q; cf. Lc 7, 1-10; Jn 4, 46b-54).
Este centurión no se considera digno de que Jesús entre en su “cuartel”, no por un tipo de humildad intimista, sino por un realismo fuerte y consecuente de soldado, que puede conquistar el mundo con las armas, pero que sufre por la enfermedad de su siervo/amante, y no quiere crear problemas a Jesús, haciéndole entrar en su casa (pues ello le enfrentaría con los puristas judíos de la zona).
Pues bien, este Jesús de Mateo no ha satanizado a los soldados, ni ha querido combatirlos con las armas, sino que ha descubierto en ellos un tipo de fe que no se expresa en la victoria militar, sino en la curación del amigo enfermo. Está dispuesto a entrar en su casa, pero entiende y atiende la razón del centurión y no lo hace, curando al “enfermo” desde lejos:
Mt 8,5 Cuando él (Jesús) entraba en Cafarnaúm, salió a su encuentro un centurión, que le rogaba diciendo: «Señor, mi siervo/amante (pais) está postrado en casa, paralítico, gravemente afligido». 6Jesús le dijo:«Iré yo mismo, y le curaré».
7Pero el centurión le dijo: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra y mi siervo sanará, 8pues también yo soy hombre de autoridad y tengo soldados bajo mis órdenes, y digo a este "ve" y va y al otro "ven" y viene; y a mi siervo "haz esto", y lo hace».
10Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que lo seguían: «En verdad os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. 11Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; 12pero los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes». 13Entonces Jesús dijo al centurión: «Vete, y que se haga según tu fe». Y su amante quedó sano en aquella misma hora (Mt 8, 5-13).
Es un soldado con problemas, un profesional del orden y obediencia, en el plano civil y militar, un hombre acostumbrado a mandar y a ser obedecido. Es capaz de dirigir en la batalla a los soldados, decidiendo así sobre la vida y la muerte de los hombres. Pero, en otro nivel, es un muy vulnerable, y así padece mucho por la enfermedad de su siervo/amante, y es muy respetuoso, pues no quiere crear problemas a Jesús haciéndole que entre en su casa, cosa que estaba más vista entre judíos, pues era la casa de hombres impuros.
Desde ese fondo es preciso que nos detengamos y preguntemos sobre la identidad del siervo/amante del centurión, a quien el texto griego llama país mou (8, 6). En principio, esa palabra (pais) puede tener tres sentidos: siervo, hijo y también amante (casi siempre joven), y en ese último sentido ella puede resultar escandalosa.
‒ El texto paralelo de Jn 4, 46b evita el escándalo y pone huios (hijo), en vez de pais; pero con ello tiene que cambiar toda la escena, porque los soldados no solían vivir con la familia ni cuidar sus hijos hasta después de licenciarse; por eso, convierte al centurión en miembro de la corte real de Herodes (un basilikós).
‒ También Lc 7, 2 quiere eludir las complicaciones y presenta a ese pais de Mateo como doulos, es decir, como un simple criado, al servicio de centurión. Con eso ha resuelto un problema, pero ha creado otro: ¿Es verosímil que un soldado quiera tanto a su criado?
‒ Por su parte, el texto de Mateo distingue cuidadosamente los matices, en este mismo pasaje: al enfermo amigo del centurión le llama país (8, 5-8), mientras al criado o soldado subordinado estrictamente dicho le llama doulos (8,9).
Por eso preferimos mantener la traducción más obvia de pais dentro de su contexto militar. En principio, el centurión podría ser judío, pues está al servicio de Herodes, en el puesto de frontera de su reino o tetrarquía (Cafarnaúm). Pero el conjunto del texto le presenta como un pagano que cree en el poder sanador de Jesús, sin necesidad de convertirse al judaísmo (o cristianismo), y Jesús le pone después como ejemplo de todos los paganos que vendrán a compartir el Reino de Dios, mientras los israelitas quedarán fuera (8, 11-12).
Pues bien, como era costumbre en los cuarteles de aquel tiempo (donde los soldados no podían convivir con una esposa, ni tener familia propia), este pasaje supone que aquel oficial (centurión) tenía un criado-amante, presumiblemente más joven, que le servía de asistente y pareja sexual. Este es el sentido más verosímil de la palabra pais de Mt 8,6 en el contexto de la escena, pues no se trata, como he dicho, de un doulos/siervo (palabra que aparece en sentido propio en 8, 9). Ciertamente, en teoría, podría ser un hijo (Jn 4, 46) o criado (7, 2) del centurión, pero es mucho más verosímil suponer que ha sido un amante homosexual (como han sentido Jn y Lc cambiando la palabra país).
En ese contexto, Mateo no presenta a Jesús como alguien que está preocupado por problemas morales de este tipo, sino como un mesías capaz de comprender las debilidades y enfermedades de los hombres, empezando por los soldados de ocupación, que con frecuencia eran homosexuales (al menos durante el servicio en un cuartal o campamento). De esa forma sabe él escuchar al soldado que le pide por su amante y se dispone a venir hasta su casa-cuartel (¡bajo su techo!), para ayudarle. Así lo supone Mateo, pero el oficial no quiere que se arriesgue, pues ello podría causarle problemas: no estaba bien visto entrar bajo el techo del cuartel/campamento de un ejército, no sólo porque era un lugar odiado, sino porque se pensaba que era escenario de una conducta moral “escandalosa”.
Por eso, el centurión pide a Jesús que no entre en su casa: le basta con que diga una palabra, pues él sabe lo que vale la palabra de un hombre de “poder”, como es él mismo, que manda a sus soldados y siervos, o como es Jesús que es capaz de mandar sobre la enfermedad desde la distancia, sin necesidad de tocar al enfermo, como en el caso del leproso (8, 3). Jesús respeta las razones del soldado, acepta su fe y le ofrece su palabra, al servicio de su país homosexual, penetrando de esa forma en la intimidad afectiva de un soldado homosexual, a quien admira por su fe y a quien ayuda a creer (8, 8-10).
Este es un milagro que nos introduce en la profundidad del mundo pagano, con su gran fractura interna, situándonos así ante un centurión con su siervo/amante enfermo. Más adelante encontraremos otro milagro semejante, el de la madre cananea/pagana, con su hija enferma (15, 21-28). En ambos casos destaca Mateo la “la fe”, que vincula a judíos con paganos, hombres y/o mujeres, en una línea de Pablo ha explorado con gran profundidad, en otro contexto (especialmente en Gal y Rom).
La fe del centurión comienza siendo una confianza en el poder de Jesús que hace milagros, tomándole así como una especie un santón judío. Pero, mirada en su radicalidad, esta es una fe que se muestra como expresión y anciticpo del reino que se acerca. «No he encontrado en Israel fe semejante» (8, 10)… Por eso de oriente y occidente, vendrán de todas partes a sentarse en el banquete de las bodas, mientras los hijos (los judíos) quedarán fuera, en las tinieblas exteriores.
Tal es el sentido del milagro del centurión y de su amante enfermo. Lo importante no es el hecho externo, certificar que el siervo (amante) del centurión quedó curado, sino lo que ese hecho significa, lo que transmite desde su trasfondo. En el espejo de este hecho se refleja el gran misterio de Dios que por su Cristo llama a todos, y lo hace de tal forma que su misma llamada a los gentiles (¡que vengan todos!) es de algún modo la razón o causa de que algunos judíos “prefieran” quedar fuera.
Esta fe del centurión homosexual, signo de la Roma pagana, aparece así como principio de salvación (¡vete, que se haga cómo has creído! 8, 13) de manera que la curación de su siervo/amante viene a presentarse como signo y garantía de la llegada del reino. Ésta es una curación/perdón en el doble sentido del término. (a) Es una curación doble (la fe del centurión “cura” a su amante, de manera que ambos puedan recorrer un camino de vida en ámbito de Reino). (b) Es una curación integral, que ha de entenderse en la línea de todo el evangelio, de manera que sólo puede interpretarse a la luz del despliegue de conjunto de Mateo, que culmina en el envío de los discípulos de Jesús a todas las naciones (28, 16-20).
Fiel a su estilo narrativo, Mateo no ha sacado las “conclusiones lógicas” de este relato en clave eclesial o jurídica, sino que deja que el mismo texto hable, abriendo un espacio de fe y curación para los gentiles de oriente y occidente (no sólo de oriente, como los magos de 2,1). De esa manera, este mismo centurión que es signo del poder romano (aunque puede estar al servicio inmediato de Herodes Antipas), puede interpretarse como un compendio de todos los males del Imperio (violencia militar, homosexualidad…), siendo, al mismo tiempo, un testimonio de mayor impotencia (enfermedad del país, siervo homosexual).
En contra de lo que piensan algunos en este tiempo (año 2015), este centurión homosexual es para Jesús un hombre, un hombre capaz de “comulgar”, como seguiré destacando en nuevas postales. 

Extraído de http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php con fecha 15.08.2015


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