“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 3 de julio de 2016

XIV Domingo Ordinario



Is. 66, 10-14c
Sal. 65 1-3a. 4-5, 16 y 20
Gal 6, 14-18
Lc. 10, 1-12. 17-20

Jesús los mandó a predicar, eran 72 a quienes se les dio autoridad similar a la de los Apóstoles y actuaron de la misma manera en que se les encomendó a los 12. Sin nada. Sin talega, alforja ni sandalias, sin comida ni un lugar en donde descansar. Incluso, sin el orgullo de poder expulsar a los demonios. 

Pero con dos cosas muy importantes:

1. La paz: Ésta es un estado de tranquilidad y de quietud que se otorga a quienes están en constante comunicación con nuestro Dios que es Padre y Madre, y que se manifiesta en el cumplimiento de sus Leyes. La promesa que nos ha hecho está cumplida, la de encontrar esa Jerusalén Celestial que nos amamanta y nos protege, que nos enriquece y consuela. Es verdad que no siempre cumplimos las Leyes del Señor, porque nuestra naturaleza es pecadora. Pero la promesa no termina ahí, es en nuestra lucha diaria por alcanzar la Virtud que dicha promesa se hace patente, solo debemos estar atentos y encontraremos ese remanso que nos da la paz. Desde nuestra humanidad no es tan importante el destino, sino lo que se nos queda a lo largo del camino.

2. La alegría. En los últimos años he creído que la tristeza nos aleja de Dios. La vida está compuesta de dos momentos: los de triunfo y los de enseñanza. Muchas de estas pruebas terminan dándonos momentos de enojo y frustración, pero siempre debemos considerarlos de enseñanza. Los que tenemos la doble fortuna de ser homosexuales y haber aceptado la Fe católica, pasaremos constantemente por una serie de pruebas sui generis, pero si tenemos el sentido de Santo Abandono en Dios que nos enseña la Iglesia, solo nos queda confiar en que son para darnos enseñanza y aumentar nuestra fortaleza.

Como hijos de Dios somos capaces de expulsar demonios en su Nombre. Es por eso que constantemente somos atacados por ellos, fuimos mandados como corderos en medio de lobos. Esas bestias que buscan robar nuestro equilibrio emocional y nuestra paz mental, que a veces se manifiestan incluso en los integrantes de nuestra familia o mejores amigos. Pero, con ese sentido de fe al que nos invita la liturgia de hoy hemos de confiar en que incluso ellos son nuestros maestros, y que una vez que hayamos aprendido que su negatividad no afecta nuestras vidas nunca más nos volverán a atacar. Es en ese momento en el que se renueva la promesa de llegar a habitar esa Jerusalén Celestial que ya está en nosotros, que no es algo que se viva en el futuro, sino una lucha que hemos de ganar cada día: Vencer a los demonios internos que nos atacan para poder conquistar la Santa Ciudad en la que encontraremos la Paz.

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