"En su momento, David fue adúltero y asesino intelectual y, sin embargo,
lo veneramos como un santo porque tuvo el coraje de decir 'he pecado'.
Se humilló ante Dios. Uno puede hacer un desastre, pero también puede
reconocerlo, cambiar de vida y reparar lo que hizo. Es verdad que entre
la feligresía hay gente que no sólo ha matado intelectual o físicamente,
sino que ha matado indirectamente por el mal uso de los capitales,
pagando sueldos injustos. Por ahí forma parte de sociedades de
beneficencia, pero no les paga a sus empleados lo que les corresponde o
los contrata ‘en negro'. [...] A algunos les conocemos el currículum,
sabemos que se hacen los católicos pero tienen estas actitudes
indecentes de las que no se arrepienten. Por esa razón, en ciertas
situaciones no doy la comunión, me quedo detrás y la dan los ayudantes,
porque no quiero que estas personas se acerquen a mí para la foto. Uno
podría negarle la comunión a un pecador público que no se arrepintió,
pero es muy difícil comprobar esas cosas. Recibir la comunión significa
recibir el cuerpo del Señor, con la conciencia de que formamos una
comunidad. Pero si un hombre, más que unir al pueblo de Dios, sesgó la
vida de muchísimas personas, no puede comulgar: sería una contradicción
total. Esos casos de hipocresía espiritual se dan en mucha gente que se
cobija en la Iglesia y no vive según la justicia que pregona Dios.
Tampoco demuestran arrepentimiento. Es lo que vulgarmente decimos que
llevan doble vida".