“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

viernes, 1 de febrero de 2019

La fiesta del Encuentro o ... el día de la Candelaria.


Aunque esta fiesta del 2 de febrero cae fuera del tiempo de navidad, es una parte integrante del relato de navidad. Es una chispa de fuego de navidad, es una epifanía del día cuadragésimo. Navidad, epifanía, presentación del Señor son tres paneles de un tríptico litúrgico.

Entre las iglesias orientales se conocía esta fiesta como "La fiesta del Encuentro" (en griego, Hypapante), nombre muy significativo y expresivo, que destaca un aspecto fundamental de la fiesta: el encuentro del Ungido de Dios con su pueblo.
La fiesta de la Presentación celebra una llegada y un encuentro; la llegada del anhelado Salvador, núcleo de la vida religiosa del pueblo, y la bienvenida concedida a él por dos representantes dignos de la raza elegida, Simeón y Ana. Por su provecta edad, estos dos personajes simbolizan los siglos de espera y de anhelo ferviente de los hombres y mujeres devotos de la antigua alianza. En realidad, ellos representan la esperanza y el anhelo de la raza humana.
Al revivir este misterio en la fe, la Iglesia da de nuevo la bienvenida a Cristo. Ese es el verdadero sentido de la fiesta. Es la "Fiesta del Encuentro", el encuentro de Cristo y su Iglesia. Esto vale para cualquier celebración litúrgica, pero especialmente para esta fiesta. La liturgia nos invita a dar la bienvenida a Cristo y a su madre, como lo hizo su propio pueblo de antaño: "Oh Sión, adorna tu cámara nupcial y da la bienvenida a Cristo el Rey; abraza a María, porque ella es la verdadera puerta del cielo y te trae al glorioso Rey de la luz nueva".
Al dramatizar de esta manera el recuerdo de este encuentro de Cristo con Simeón, la Iglesia nos pide que profesemos públicamente nuestra fe en la Luz del mundo, luz de revelación para todo pueblo y persona.
 La fiesta de hoy no se limita a permitirnos revivir un acontecimiento pasado, sino que nos proyecta hacia el futuro. Prefigura nuestro encuentro final con Cristo en su segunda venida. San Sofronio, patriarca de Jerusalén desde el año 634 hasta su muerte, acaecida en el año 638, expresó esto con elocuencia: "Por eso vamos en procesión con velas en nuestras manos y nos apresuramos llevando luces; queremos demostrar que la luz ha brillado sobre nosotros y significar la gloria que debe venirnos a través de él. Por eso corramos juntos al encuentro con Dios".
La procesión que hacemos representa la peregrinación de la vida misma. El pueblo peregrino de Dios camina a través de este mundo del tiempo, guiado por la luz de Cristo y sostenido por la esperanza de encontrar finalmente al Señor de la gloria en su reino eterno. El sacerdote dice en la bendición de las candelas: "Que quienes las llevamos para ensalzar tu gloria caminemos en la senda de bondad y vengamos a la luz que brilla por siempre".
La candela que sostenemos en nuestras manos recuerda la vela de nuestro bautismo. Y la admonición del sacerdote dice: "Ojalá guarden la llama de la fe viva en sus corazones. Que cuando el Señor venga salgan a su encuentro con todos los santos en el reino celestial".
Esta es la Luz de Cristo y yo la haré brillar.

Señor, hazme un instrumento de Tu paz.
Que donde haya odio, siembre yo amor;
donde haya injuria, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya tristeza, alegría;
donde haya desaliento, esperanza;
donde haya sombras, luz.

¡Oh, Divino Maestro!
Que no busque yo ser consolado sino consolar;
que no busque ser amado sino amar;
que no busque ser comprendido sino comprender;
porque dando es como recibimos;
perdonando es como TU nos perdonas;
y muriendo en TI, es como nacemos a la vida eterna.
Amén.