“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

sábado, 18 de enero de 2014

Recuperar lo humano, revisar lo histórico, redescubrir lo evangélico.

El bioético jesuita responde al cuestionario papal sobre la familia

Juan Masiá: "Recuperar lo humano, revisar lo histórico, redescubrir lo evangélico"

"Hay que revisar y corregir la manera estrecha de entender la llamada ley natural"


(Juan Masiá).- En vez de responder directamente a las preguntas enviadas por el secretariado del Sínodo (que parecen formuladas para inducir y condicionar la respuesta), es preferible expresar para conocimiento de los obispos sinodales una opinión sobre cada uno de los nueve temas indicados en el título de cada bloque de preguntas. En el marco de una reunión con profesionales y matrimonios católicos que asisten a cursos de formación permanente en teología, redacto mi propia opinión incorporando las aportaciones recibidas por los participantes.

1. Sobre Biblia y magisterio eclesiástico acerca de la familia.
En vez de preguntar si se difunden y cómo se aceptan las enseñanzas de la Iglesia sobre matrimonio, familia y sexualidad, hay que plantear la revisión radical del modo de leer, interpretar y aplicar los textos bíblicos, tal como se los usa en Humanae vitae de Pablo VI, en Familiaris consortio de Juan Pablo II y en el Catecismo de 1992.
2. Sobre matrimonio y ley natural.
En vez de preguntar por el matrimonio según la ley natural, hay que revisar y corregir la manera estrecha de entender la llamada ley natural y la pretension de que la Iglesia se arrogue el monopolio de su interpretación. Es necesario clarificar el modo de entender la enseñanza de la Iglesia en el campo moral. Se refiere más a una enseñanza parenética o exhortativa, que pretende ayudar  a las personas a evitar el mal y hacer el bien. El papel de la Iglesia, como explicaba el cardenal Martini, no es el de multiplicar definiciones y condenaciones, sino el de ayudar a las personas a vivir más humanamente y con esperanza. La confusión entre estas exhortaciones y la doctrina moral es dañosa, porque provoca el malentendido de considerar herético lo que es meramente un disentir responsable con relación a una determinada recomendación que no tiene por qué ser considerada como una afirmación doctrinal.
3. Sobre pastoral familiar y evangelización.
*No es sólo cuestión de flexibilizar la práctica pastoral sin tocar la enseñanza sobre la supuesta "doctrina" de la Iglesia. De hecho, hace décadas que muchas personas creyentes y obispos y sacerdotes que están en el seno de la iglesia se sienten con toda libertad para disentir de las exageraciones de la llamada "doctrina de la Iglesia". Pero esta no cambia abierta y oficialmente y hay una brecha abierta de separación entre esta práctica pastoral evangélica y las posturas oficales de la Iglesia, con las que pierde credibilidad dentro y fuera de ella. Por ejemplo, hay creyentes que piensan que usar un preservativo está prohibido, y hay no creyentes que piensan que el uso del preservativo está condenado. Pero en el consultorio y en clase de teología moral decimos claramente, con frase del Cardenal Martini, que "ni le corresponde a la iglesia condenarlo ni es su misión recomendarlo". Sin embargo las jerarquías eclesiásticas no se han atrevido a decir esto y por eso han perdido tanta credibilidad durante los tres últimos pontificados.
*Tanto en la práctica de la pastoral familiar como en los documentos y exhortaciones de la Iglesia sobre matrimonio y familia hay que corregir tres fallos graves :
1) Hay que evitar la falta de distinción entre las enseñanzas principales (que son pocas y muy básicas, p. e., la paternidad responsable) y las cuestiones secundarias y discutibles (que pueden ser muy variadas, p.e., las recomendaciones que hicieron los Papas Pablo VI y Juan Pablo II acerca de los anticonceptivos.
2) Hay que evitar que se junte el olvido de las enseñanzas principales con el empeño en convertir en señal de identidad católica el asentimiento ciego a esas otras recomendaciones secundarias.
3) Hay que evitar que personas creyentes poco formadas como adultas en su fe crean equivocadamente que no se puede disentir de la iglesia en estas cuestiones secundarias y confundan la discrepancia razonable y responsable con la disidencia e infidelidad (Por ejemplo, disentir de la Humanae vitae no es cuestión de pecado, ni de obediencia, ni de fe. Esto hay que enseñarlo claramente y no sólo decirlo en voz baja en el consultorio o en el confesionario).
4. Sobre la actitud pastoral ante las situaciones difíciles de parejas y matrimonios.
*Hay que revisar el criterio acerca de las relaciones sexuales fuera del marco jurídicamenrte formalizado como matrimonio. Una buena referencia es el triple criterio propuesto por el episcopado japonés en su Carta sobre la Vida (1983): Criterio de fidelidad consigo mismo: ¿Cómo actuar en el terreno de la sexualidad y el amor, de modo que se respete uno a sí mismo? Criterio de sinceridad y autenticidad para con la pareja: ¿Cómo actuar en el terreno de la sexualidad y el amor de modo que se respete a la pareja? Criterio de responsabilidad social. ¿Cómo actuar de modo que se tome en serio la responsabilidad para con la vida que nace como fruto del amor?
*Hay que revisar la opinión expresada en los documentos oficiales de los tres últimos pontificados acerca de la inseparabilidad de lo unitivo y lo procreativo en la relación sexual y en cada uno de sus actos.
*La propuesta de una ética de máximos como ideal, por ejemplo, acerca del matrimonio indisoluble, debe hacerse compatible con la aceptación y apoyo pastoral y sacramental de las personas tras la ruptura de una relación matrimonial, y en el proceso de rehacer la vida con o sin otra nueva relación.
5. Sobre las relaciones de pareja homosexuales.
No basta afirmar con el catecismo que las personas con una orientación homosexual no deberían ser discriminadas ni en la sociedad ni en la Iglesia (Catecismo de la Iglesia católica, n. 2358). No basta afirmar que la orientación homosexual en sí misma no es un mal moral (Véase la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la fe, Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre el cuidado pastoral de personas homosexuales, 1986, n. 3).
No basta explicar que algunos textos de la Escritura en que se alude a prácticas homosexuales deben ser leídos en el contexto de denuncia de las costumbres sociales de la época; no deberían ser utilizados nunca para emitir un juicio de culpabilidad contra quienes sufren a causa de su orientación sexual (Véase la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la fe, Persona humana, 1975, n. 8). Hay que dar un paso más y, en vez de concentrarse en cuestionar la relación sexual, la Iglesia debería confrontar el problema inherente a las reacciones negativas, tanto religiosas como sociales, con que se confronta este tema en la Iglesia y en la sociedad. Y dar también el paso de la acogida comunitaria, sacramental y pastoral de estas parejas y de la educación de su prole.

6. Sobre la educación de los hijos-as de parejas "no formalizadas" según el llamado "modelo tradicional" de familia.
Sin renunciar a lo ideal, hay que ser realista. Sin dejar de recomendar el ideal de la indisolubilidad, hay que asumir el hecho inevitable de las rupturas y la necesidad de sanación humana, espiritual y sacramental. Como escribe el epsicopado japonés en su Carta del Milenio, "Reconocemos que muchos hombres y mujeres no son capaces de cumplir la promesa de amor que hicieron al casarse... Hay situaciones en las que por diversas razones la ruptura es inevitable... Estas personas necesitan consuelo y ánimo. Lamentamos que la Iglesia haya sido a menudo un juez para ellas... Cuando el vínculo matrimonial, lamentablemente, se ha roto, la Iglesia debería mostrar una comprensión cálida hacia esas personas, tratarlas como Cristo las trataría y ayudarlas en los pasos que están dando para rehacer su vida... Esperamos que quienes han pasado por el trance penoso del divorcio y han encontrado a otra persona como compañera en el camino de la vida serán apoyados por la Iglesia con un amor materno y acogedor".
7. Sobre la acogida de la vida naciente.
*No ha de extrañar que una gran mayoría de esposos católicos apoyados por el ministerio pastoral vengan disintiendo de las orientaciones eclesiásticas sobre la regulación de la natalidad. No es un problema de moral, sino de eclesialogía mal entendida. No es problema de desobediencia, sino de responsabilidad.
*La violación es un acto que, con su violencia hiere la dignidad de la persona en su mismo centro. Es evidente que el embarazo no debe ser el resultado de una violencia. Esto se aplica no solamente a los casos de violación en el sentido más estricto de la palabra, sino también a otros casos de violencia más o menos disimulada. Hay que responder que, en muchos casos, interrumpir ese proceso en sus primeros estadios constitutivos no es solamente lícito, sino hasta obligatorio. De lo contrario, la persona correría el riesgo de verse ante el dilema de asumir irresponsablemente la maternidad o recurrir a la interrupción del embarazo en el sentido estricto y moralmente negativo de la palabra aborto. La prevención de la implantación ayudaría a evitar ese dilema; la "intercepción" (que se lleva a cabo durante las dos primeras semanas) sería la alternativa razonable y responsable frente al dilema entre contracepción y aborto.
*Al defender la vida nascitura hay que evitar los malentendidos a que da lugar la definición del concebir como un momento,en vez de como un proceso; también evitar la confusión entre las interrupciones excepcionales de la gestación antes de la constitución del feto y la terminación abortiva injusta de la vida naciente.
Optamos por la acogida responsable del proceso de vida emergente y nascente, que implica la exigencia de que, si y cuando se plantee su interrupción excepcional sea de modo responsable, justo, justificado, y en conciencia. Por tanto, deberíamos presuponer, ante todo, una actitud básica de respetar el proceso de concebir iniciado en la fecundación; acoger la vida naciente desde el comienzo del proceso; favorecer el desarrollo saludable del proceso de gestación de cara al nacimiento; y protegerlo, haciendo todo lo posible para que no se malogre y para que no se interrumpa el proceso, ni accidentadamente, ni intencionadamente de modo injustificado.
Esta acogida y protección debe llevarse a cabo de modo responsable. Pero esta postura en favor de la acogida de la vida no significa que esa vida sea absolutamente intocable.La acogida ha de ser responsable y podrán presentarse casos conflictivos que justifiquen moralmente la interrupción de ese proceso. Si no se va a poder asumir la responsabilidad de acoger, dar a luz y criar esa nueva vida, hay que prevenirlo a tiempo mediante los oportunos recursos anticonceptivos (antes del inicio de la fertilización) o interceptivos (antes de la implantación).
Habrá casos límite en los que pueda darse incluso la obligación (no el derecho) de interrumpir en sus primeras fases el proceso embrional de constitución de una nueva individualidad antes de que sea demasiado tarde. Ejemplos de estos casos de conflicto de valores serían: cuando la continuación de ese proceso entra en serio y grave conflicto con la salud de la madre o el bien mismo de la futura criatura, todavía no constituída.
En estos conflictos, a la hora de sopesar los valores en juego y jerarquizarlos, el criterio del reconocimiento y respeto a la persona deberá presidir la deliberación. Cuando, como consecuencia de esta deliberación, se haya de tomar la decisión de interrumpir el proceso, esta decisión corresponderá a la gestante y deberá realizarse, no arbitrariamente, sino responsablemente y en conciencia.

Finalmente, estas decisiones de interrupción del proceso deberían tener en cuenta el momento de evolución en que se encuentra esa vida en esas fases anteriores al nacimiento. Esa vida sería menos intocable en las primerísimas fases y el umbral de intocabilidad, en principio, no debería estar más allá del paso de embrión a feto en torno a la novena semana. Pasado este umbral, si se presentan razones serias que obliguen a una interrupción del proceso, no debería llevarse a cabo como un pretendido derecho de la gestante, sino por razón de una justificación grave a causa de los conflictos de valores que plantearía la continuación del proceso hacia el nacimiento. Cuanto más avanzado fuera el estado de ese proceso, se exigirían razones más serias para que fuera responsable moralmente la decisión de interrumpirlo.
8. Sobre la dignidad de la persona en la familia.
El respeto a la dignidad de las personas en la familia es más importante que la defensa de la supuesta indisolubilidad incondicional del vínculo matrimonial. Hay que evitar la violencia doméstica mediante el respeto mutuo de los esposos, el respeto de la autonomia de los hijos-as, sin impedir posesivamente su crecimiento, y el respeto a los progenitores y cuidado en ancianidad deberían preocupar a la pastoral familiar, más que las discusiones sobre la procreación médicamente asistida o el recurso a los anticonceptivos.

(aclaro que el articulo es opinion personal del autor y que -a pesar de ello- puede ayudarnos a repensar o a seguir el camino en que andamos ..... y a sacar nuestras propias conclusiones, de hacer falta)


Fte: Religion Digital

jueves, 16 de enero de 2014

JESÚS ELIMINÓ LA OPRESIÓN DEL MUNDO

2º domingo del Tiempo Ordinario -Ciclo A-

Isaías 49:3, 5-6    I Corintios 1:1-3     Juan 1:29-34

Es curioso que en este segundo domingo del tiempo ordinario, se nos propone en los tres ciclos un evangelio de Juan. La liturgia quiere que sigamos pensando en el bautismo de Jesús. Este texto nos da una teología muy elaborada sobre el tema. Esta teología es lo que nos interesa a nosotros.

Como hacen los sinópticos, pone en labios del Bautista la cristología de su comunidad a finales del s. I, como base y fundamento de la comprensión de Jesús que va a desplegar en su evangelio. Esto no quiere decir que el Bautista tuviera una idea clara de quién era Jesús. Ni siquiera sus discípulos más íntimos supieron quién era, después de vivir con él tres años; menos podía saberlo el Bautista, antes de comenzar su predicación.

Debió durar mucho tiempo la controversia con los seguidores de Juan sobre quién era mayor: Jesús o Juan Bautista. Juan quiere dejar claro que no hay rivalidad ninguna entre Jesús y el Bautista. Para ello nos presenta un Bautista totalmente integrado en el plan de salvación de Dios. Su tarea es la de precursor, es decir preparar el camino al verdadero Mesías.

Fijaros que Juan no narra el bautismo en sí; va directamente al grano y nos habla del Espíritu, que es lo verdaderamente importante en todos los relatos del bautismo de Jesús.

En el relato queda clara la intención del evangelista de considerar al Bautista como el primer testigo de lo que Jesús era. Confiesa a Jesús: como cordero de Dios, preexistente, portador del Espíritu e Hijo de Dios. No se puede decir más con menos palabras.

Está claro que se está reflejando aquí, no solo la experiencia pascual, sino setenta años de evolución cristológica en la comunidad de Juan. Es una pena que después, hayamos interpretado tan mal esa experiencia. Hemos reducido la presencia de Dios en Jesús, a una realidad extrínseca, estática y dogmática, quitándole todo lo que tiene de proceso dinámico y humano, para él y para nuestra vida de cristianos.

"El cordero de Dios". Es muy difícil precisar lo que este título significaba para aquella comunidad.
Podían entenderlo en sentido apocalíptico: un cordero victorioso que aniquilará definitivamente el mal (la bestia). Este concepto encajaría con las ideas del Bautista; pero no con las de Jesús.

Podían entenderlo como el Siervo doliente. No hay pruebas de que se hubiera identificado al Mesías con el siervo doliente de Isaías, antes del cristianismo. Juan sí interpretó la figura del Siervo, aplicada a Jesús, pero nunca con el sentido expiatorio de pagar un rescate por nosotros.

Probablemente haría referencia al cordero pascual, que era para el judaísmo el signo de la liberación de Egipto. No tiene connotación sacrificial. Juan quiere decir que por Cristo somos liberados de la esclavitud.

..."que quita el pecado del mundo". Es una frase que manifiesta una cristología muy elaborada. En ningún caso la pudo pronunciar Juan Bautista. Para nosotros es una frase muy interesante, que nos puede llevar a un descubrimiento de lo que aquellos primeros cristianos pensaban de Jesús como salvador. Esta idea no tiene nada que ver con la idea de rescate en la que después se deformó, siguiendo el AT.

El concepto de pecado en el AT debe ser el punto de partida para entender su significado en el NT. Los profetas arremeten contra el pecado de los dirigentes, que olvidándose de la Alianza se erigen en señores que oprimen impunemente al pueblo y le obligan a servirlos a ellos en vez de servir a Dios. Al pecar los poderosos, hacen responsable a todo el pueblo de ese pecado.

Ni en el AT ni en el NT se había desarrollado el concepto de pecado individual que manejamos nosotros. Hoy estamos en el otro extremo del péndulo; no tenemos conciencia de pecado al mantener una injusticia colectiva que clama al cielo.

En la frase que estamos comentando, "pecado", tanto en griego como en latín, está en singular. No se refiere a los "pecados" individuales, tal como los entendemos hoy. En el evangelio de Juan, "pecado del mundo" tiene un significado muy preciso. Se trata de la opresión que las fuerzas del mal causan al ser humano. Es lo único que impide al hombre desarrollarse como persona.

Se trata de la injusticia, la humillación, la esclavitud en el doble sentido moral y físico. Todos los demás pecados se reducen a este: hacer daño al hombre de cualquier forma.

El modo de "quitar" este pecado, no es una muerte expiatoria. Esta idea nos ha despistado durante siglos y nos ha impedido entrar en la verdadera dinámica de la salvación que Jesús ofrece. Jesús quita el pecado del mundo destruyendo la opresión, activa y pasiva, no pagando a Dios una deuda que nosotros habíamos contraído.

Esta manera de entender la salvación de Jesús es consecuencia de una idea arcaica de Dios. En ella recuperamos el mito ancestral del Dios ofendido que exige la muerte del Hijo para satisfacer sus ansias de justicia. Estamos ante la idea de un Dios externo, soberano y justiciero que se porta con Jesús y con nosotros como un tirano. Nada que ver con la experiencia del Abba que Jesús vivió.

Podríamos decir que Jesús, para luchar contra el mal, emprende el camino del cordero, no del toro que embiste con toda su fuerza... El "pecado del mundo" (opresión) no tiene que ser expiado, sino eliminado.

Jesús quitó el pecado del mundo escogiendo el camino del servicio, de la humildad, de la pobreza, de la entrega hasta la muerte. Esa actitud anula toda forma de dominio, por eso consigue la salvación total. Es el único camino para llegar a ser hombre auténtico.

Jesús salvó al ser humano, suprimiendo de su vida toda opresión que impida el proyecto de creación definitiva y total del hombre. Jesús nos abrió el camino de la verdadera salvación, ayudando a todos los oprimidos a salir de su opresión. Cogiéndoles por la solapa y diciéndoles: Eres libre, sé tú mismo, no dejes que nadie te destroce como ser humano; en tu verdadero ser, nadie podrá someterte si tú no te dejas.

En tiempo de Jesús, esta opresión inhumana y deshumanizadora era ejercida no solo por Roma, la potencia ocupante, sino por la casta sacerdotal y los letrados.

Jesús vivió esta libertad durante su vida. Fue siempre libre. No se dejó avasallar ni por su familia, ni por las autoridades religiosas, ni por las autoridades civiles, ni por los guardianes de las Escrituras (letrados), ni por los guardianes de la Ley (fariseos). Tampoco se dejó manipular por sus amigos que tenían objetivos muy distintos a los suyos (los Zebedeo, Pedro).

Esta perspectiva no nos interesa porque nos obliga a estar en el mundo con la misma actitud que él estuvo; a vivir con la misma tensión que él vivió.

No tenemos que oprimir a nadie de ningún modo. No tengo que dejarme oprimir. Tengo que ayudar a todos a salir de cualquier clase de opresión. Jesús quitó el pecado del mundo. Si de verdad quiero seguir a Jesús, tengo que seguir suprimiendo el pecado del mundo. Hoy Jesús no puede quitar la injusticia, somos nosotros los que tenemos que eliminarla.

La religiosidad intimista, la perfección individualista, que se nos han propuesto como meta del camino espiritual, es una tergiversación del evangelio si no hacemos todo lo posible para que nadie sea oprimido.

El presentarse como cordero no vende en nuestros días. En el mundo en que vivimos, si no explotas te explotan; si no estás por encima de los demás, los demás te pisotearán.

Este sentimiento es instintivo y mueve a la mayoría de las personas a defenderse con violencia, incluso antes de que el atraco se cometa. Pero hay que tener en cuenta que esta postura obedece al puro instinto de conservación. Es un sentimiento que está al servicio de la individualidad, del falso yo. Es precisamente ese egoísmo el que tenemos que superar si queremos entrar en la dinámica del amor, es decir, de la verdadera realización humana.

Es el oprimir al otro, no que me opriman, lo que me destroza como ser humano. Jesús prefirió que le mataran antes de imponerse a los demás. Esta es la clave que no queremos descubrir, porque nos obligaría a cambiar nuestra conducta.


Meditación- contemplación

Jesús es el cordero que eliminó del mundo la opresión.
Es el mejor resumen de toda la actuación de Jesús.
Solo actuando como cordero, se puede conseguir ese objetivo.
Arremetiendo contra los demás, se aumenta la violencia.

Ser cristiano significa repetir las actitudes y manera de actuar de Jesús.
Por más que nos empeñemos no existe otro camino.
Ser libre, ser fuerte, no dejarse dominar, sin emplear la violencia,
he ahí el secreto del que quiera ser cristiano de verdad.
La fuerza que necesito, la tengo dentro de mí.
Ni instituciones ni ritos ni ceremonias ni doctrinas te darán seguridad.
Si descubro dentro de mí a Dios Espíritu, nada puede hacerme daño.
Esa fuerza ya está en mí, no tengo que esperar a que me la den.

Fray Marcos               
       
                  


NOTA: Fray Marcos Rodríguez Robles, sacerdote de la orden dominica (Orden de los Predicadores) nació en León (España) en 1938 y ejerce su labor pastoral desde el año 1974 en Parquelagos, La Navata, a 36 km. de Madrid. Ha hecho estudios de filosofía, teología y de bellas artes. Ha escrito innumerables obras de divulgación bíblica y es un hábil restaurador de imágenes y pinturas religiosas. En Parquelagos –dice Fray Marcos-, “se ha ido formando una comunidad que no deja que me duerma.”