Texto de J. Delorme -citado por Dolores Aleixandre RSCJ, en su libro: Contar a Jesús-
Los Evangelios no separan nunca la historia de la curación de la hemorroísa de la resurrección de la hija de Jairo, como si los vieran unido por un vínculo secreto.
La mujer carece de nombre, está sola y arruinada y detrás de ella no se adivinan parientes ni amigos. Su pérdida de sangre, además de hacerla estéril, la encamina hacia la no-vida y la sitúa en el mundo de la impureza, la vergüenza y el deshonor, por eso no se atreve a hacer su petición en público. Un abismo separa a Jesús de esta mujer: si ella le toca, él quedará impuro. Llega movida por lo que ha oído sobre Jesús y en su gesto de tocarle aparece su deseo de alcanzar la fuente de un don que sólo puede ser recibido gratuitamente, en contraste con la fortuna gastada inútilmente en médicos. Su contacto con él se reduce a algo mínimo, como en las fronteras de su persona. En medio de la multitud tanto ella como él aparecen vinculados por un “saber” que los demás no tienen: Jesús sabe que ha salido una fuerza de él y la mujer sabe que se ha secado la fuente de su enfermedad.
Pero a Jesús no la basta con sanarla y no se queda satisfecho hasta que puede entablar con ella un diálogo interpersonal en el que ella le dice “toda la verdad”. La sanación recibida abarca ahora no solamente su cuerpo, sino también su espíritu, sus temores, su vergüenza que desaparecen en la confianza del diálogo y en la experiencia de ser reconocida, escuchada y comprendida .
Ella esperaba ser salvada en pasiva, pero Jesús emplea el verbo en activa y sitúa en ella el poder que la ha salvado: la mujer se marcha no sólo curada, sino habiendo escuchado una alabanza por su fe y recibido el nombre de "hija", un título familiar raro en los evangelios. Alguien se ha convertido en su valedor, como Jairo lo es de su hija y la declara incluida en la familia del Padre, lejos de cualquier exclusión. La mujer, por su fe, ha sintonizado con el universo del Reino y ha entrado en él.
...como Palabra para nuestro hoy...
El texto nos propone hacer nuestra la experiencia de la mujer:
- Tomar conciencia, en primer lugar, de por dónde “se nos está escapando la vida”...
- Caer en la cuenta de nuestras “pérdidas”, de aquellos aspectos de nuestra existencia que nos hacen sentirnos estériles.
- Descubrir como nos adentra en la paradoja de la fe invitándonos a creer que nuestro poder reside precisamente en nuestros límites e impotencias reconocidos y asumidos. Estamos llamados también a dejar atrás nuestros miedos, a ir más allá de nuestras expectativas, a confiar de una manera distinta de la prevista.
- Y a esperar una salvación que acontece en el encuentro interpersonal con Jesús, en la acogida a su invitación de “entrar en su familia” como verdaderos hijos.