“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 19 de junio de 2011

La Santísima Trinidad

Primera Lectura: Ex. 34, 4-6. 8-9. Yo Soy el Señor, el Señor Dios, compasivo y clemente.
Salmo: Dan 3. Bendito seas para siempre, Señor.
Segunda Lectura: Cor. 13, 11-13 Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la Comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes.
Evangelio: Jn. 3, 16-18 Dios envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salvara por Él.

Amados hermanos en Cristo Jesús:

Salud, paz y bendiciones.
La Palabra de Dios siempre nos da mensajes de alegría y nos invita a construir el Reino de Dios en la Tierra bajo la Ley indiscutible del Amor. Leerla es siempre motivo de grandes reflexiones y profunda alegría cuando la entendemos bajo los auspicios del Espíritu Santo. Pero en esta ocasión, mientras Dios habla a Moisés en el monte Sinaí y le revela su identidad a la humanidad, el corazón entero se conmueve de alegría y prácticamente se vislumbra el momento del nacimiento del salvador y luego de la llegada del Paráclito.

Dios, frente a Moisés, desmiente a todos aquellos que le adjudican tal o cual capacidad de condena y castigo. Bien es cierto que la Biblia nos dice que el Padre es un Dios celoso, pero ¿acaso no hay un padre que no cele a sus hijos y busque lo mejor para ellos? Y sin embargo Él mismo nos dice que es compasivo, clemente, paciente, misericordioso y fiel. Y en otra parte de la Escritura encontramos que fuimos creados a imagen y semejanza suya.

Por tanto, los seres humanos tenemos en nuestro interior todos esos adjetivos y lo más fácil para desarrollarlos es ponerlos en práctica. Imaginémonos por un momento una comunidad LGBT, un mundo lleno de personas compasivas, clementes, pacientes, misericordiosas y fieles. ¿Dónde quedaría el lugar para la homofobia, para la guerra, para el narcotráfico, para el consumismo salvaje, para la represión de los Derechos Humanos y para el pecado? Pero ya desde el prinicpio de los tiempos nuestros primeros padres, Adán y Eva extraviaron el camino, y con ellos toda la humanidad. Por eso cabe en nosotros la naturaleza pecadora.

Pero el Padre, en su infinita misericordia y Amor nos envía a su Unigénito, a Jesús, a través del vientre de la Virgen María, para devolvernos al camino original, al plan trazado por el Creador desde el principio. Y así, todas esas deformaciones que permitían la condena de tal o cual acto de reprochable validez moral o religiosa quedaron subyugadas bajo la Ley Divina del amor a Dios y al prójimo. Por eso ni el hombre que maltrata a una lesbiana, ni la mujer que insulta a su hijo gay son reos de condenación. Al menos no lo son en la medida en que crean que el Jesús es el Hijo de Dios y lo proclamen con su testimonio, pues el error se perdona con el arrepentimiento y queda en el pasado cuando estamos dispuestos a abrazar la voluntad de nuestro Señor.

Pero lo más importante no es que ese hombre o esa mujer sean perdonados o no por el Padre. Sino que la lesbiana maltratada o el hijo gay insultado sean capaces de perdonar a sus agresores y lo hagan con todo el corazón. Solo en ese momento se hacen efectivas las enseñanzas de Jesús, adquiere total sentido su muerte en la cruz y nos llenamos de gloria por su resurrección. Y una vez que el yugo del reconcor haya sido sustituido por la libertad que nos da Cristo, el siguiente paso es, necesariamente, empezar a educar a la gente sobre la cuestión gay para que las manifestaciones homófobas disminuyan y sean, a su vez, sustituidas por actitudes de tolerancia, primero, y de aceptación total, después.

Y es aquí en donde entra en acción la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es decir, el Espíritu Santo. Pues aunque lo hemos recibido en nuestro Bautismo, hemos de pedirle todos los días que actúe en nuestras vidas. Que guíe nuestros pasos, palabras, acciones y pensamientos. No solo para evitar pecar, sino para poder cumplir con su sacra voluntad en lo que a la construcción del Reino de Dios en el mundo se refiere. Es que no solo se trata de erradicar actitudes pecaminosas como la homofobia o la discriminación injusta contra los homosexuales, sino también de eliminar todas aquellas actitudes e ideologías que atentan contra la dignidad que los hombres y mujeres tenemos por ser hijos e hijas de Dios.

Y precisamente para eso necesitamos que nos ilumine con su luz. Somos seres incompletos que hemos caído en el pecado y necesitamos que nos dé sabiduría para distinguir lo correcto, voluntad para elegirlo y fuerza para realizarlo.

Cuando el misterio del Dios Uno y Trino nos es revelado a través de la historia por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, cuando el hombre empieza a vislumbrarlo y no lo entiende, pero lo siente en el corazón, es cuando dan ganas de arrodillarnos ante su presencia y rendirle la adoración llena de gloria, honor y poder. Y una vez realizado este necesario acto de agradecimineto ritual, salir al mundo y proclamarlo, como siempre lo he dicho, a través de nuestro testimonio de verdaderos católicos gays que entienden la Santísima Trinidad desde su experiencia de vida y salvación.

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