Tal como venimos publicando desde ayer , nuestro caminar continuará también hoy con las reflexiones de los extractos orientados de “Una fe más allá del resentimiento” de James Alison (ed Herder) sin necesidad de hacerlo -como entonces dijimos- desde el normal ordenamiento de los capítulos del mencionado libro.
Decía Jesús a los judíos que le habían creído:
“Si ustedes permanecen en mi palabra, son verdaderamente discípulos míos:
conocerán la verdad y la verdad los hará libres”.
Esto es crucial. Y es crucial ya que de alguna manera es
como que nos dijera “todos somos partícipes del mismo proyecto de superación de
la idolatría, y hemos recorrido un buen camino. Y ahora vamos a ver si soportan
dar el próximo paso, un paso que ha de ser difícil ya que cualquier superación
de idolatrías exige que cada cual se destete de sus propios ídolos”.
Y este próximo paso no está vinculado a
derivar la propia identidad de la adhesión grupal a una ley sino a una cierta
escucha fraternal, porque sólo viviendo fraternalmente en un discipulado
horizontal se llega a percibir quien es Dios y a descubrir su paternidad. La
palabra de Jesús inaugura así una fraternidad que exige igualdad, ya que busca
que todos aprendamos a convertirnos en hijos en el Hijo, para así llegar como
hermanos a ver a Dios.
Esta manera de ver las cosas nos van librando
de chillidos y broncas reaccionarias que en un camino de autocrítica irá
convirtiéndonos en verdaderos hijos del Padre.
¿Cómo reaccionamos frente a las enseñanzas
oficiales? ¿Cómo reaccionamos frente a la incapacidad oficial de mantener un
discurso oficial en nuestras iglesias? ¿Reaccionamos con resentimiento,
consternación o deseo de provocar? ¿Reaccionamos pensando que nuestros hermanos
(porque lo son) están atrapados en un lazo de su propia fabricación y que sólo
saben apretar la soga que tienen alrededor de su propio cuello? Si es así es muy probable que también
nosotros estemos atrapados en una fraternidad de índole superficial. Tal vez
sea que estemos demasiado afectados por la limitación de nuestra propia rabia.
Mientras que los que defienden una doctrina y
los que la atacan se encuentren al mismo nivel de dialogo fraticida no se
llegará a ningún lugar. O tal vez sí, pero de seguro que ese no será el lugar
que nos corresponda.
Sólo tendrá su inicio el intercambio real de
opiniones sobre la enseñanza eclesiástica cuando hayamos realizado el duro
trabajo de asegurar que tanto nuestro escuchar como nuestro hablar proviene de
una mentalidad fraterna, sin que tenga que importar que otros griten o se
nieguen a dialogar. Únicamente así seremos capaces de escuchar lo que el Señor
quiere que oigamos. Únicamente así desde una verdad particular (la mía o la
tuya o la de él) podremos llegar -seguramente de una manera más dura- a conocer
la verdad que viene de Dios. Como le sucedió a Jonás.
En mi vivencia personal siempre supe que las
palabras de Dios eran palabras de amor, aunque mientras crecía me aferraba a
ellas (o al menos trataba) para que no penetraran en mi las palabras de odio
que contra mi escuchaba, y que provenían de gente que también hablaba (o decía
hablar) en nombre de Dios. Era un mensaje de “se pero no seas; ama pero no
ames”. Era un mensaje que escuchaba de mis profesores, de mis padres (aquellos que cuando supieron que yo era gay quisieron hacer de cuenta que no había dicho nada y que todo volvería a ser normal, como antes) , de mis
amigos (que también me dejaron de lado con excusas de contagio, como si ser gay fuera contagioso) , de los curas; era un mensaje que de a poco se fue canonizando hasta que
llegó un momento que casi no se podía distinguir cual era la voz de Dios y cuál
la del mundo. El problema es qué se hace luego con esas palabras escuchadas y
cómo uno es capáz de vivir y de obrar de acuerdo a ellas.
Poco a poco me fui separando de personas y
grupos que en teoría eran amigos, pero sin dejar de escuchar esa voz que
llegaba a las profundidades con mucha ternura; voz que me hizo sentir otra vez
como hijo y no como un prisionero de una mentalidad que había transformado en
propia.
Fue esa voz, que me di cuanta que en realidad
nunca había dejado de escuchar y que de alguna manera me guiaba hasta la playa
como lo hizo con Jonás, que me hizo descubrir la conciencia de ser hijo amado y
hermano.
Son tal vez sólo balbuceos pero empiezo a
sentir que hemos sido invitados a recuperar algo que es un inmenso valor para
todos, y sobre todo para todos aquellos que tienen la necesidad de la voz de
Dios y que sólo les llegará por medio
nuestro.
Y no, no me he olvidado de la Biblia. Una de
las razones por la que la cuestión gay se ha vuelto importante en los círculos
cristianos es que pertenecemos a una generación que encuentra cada vez más
difícil leer la Biblia, comprenderla y no sentirse escandalizado por ella. Para
aquellos que se ven tentados a dejar de leerla por algunos comentarios que se
escucha que ésta dice sobre nosotros, deberíamos tener en cuenta que la lectura
debiéramos hacerla desde el único lugar desde qué puede dar fruto, que es el de
la compañía del crucificado y resucitado mientras acompaña a los discípulos a Emaús.
¡La Biblia como vulnerabilidad ante Dios y no para protegernos de Dios!
A los que han sido pisoteados por la idolatría
de una cierta lectura bíblica se les ha dado el extraordinario placer que
conlleva la tarea de regresar de esa aniquilación para hacer así que las
Escrituras se conviertan en un instrumento de bien afinado con el que el
Espíritu de Dios pueda tañer sus palabras en nuestros corazones.
Lo que con esto quiero decir es que una vez
que nos encontramos vivos respirando aire puro aprendemos a respetar lo que nos
trajo hasta aquí y a mirar atrás, a nuestro viaje y a los malos tratos que
sufrimos... sin resentimiento.
Dios te
llama por tu nombre para dar testimonio de la Verdad.
“Si ustedes permanecen en mi palabra, son
verdaderamente discípulos míos: conocerán la verdad y la verdad los hará
libres”.
Será hasta la próxima.
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