“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

martes, 20 de febrero de 2018

El desierto de Jesús

En este tiempo de Cuaresma, y en cualquier otro, pero especialmente en éste, es una obra recomendada ir al desierto, y así como el Jueves Santo acompañamos a Jesús en la adoración al Santísimo Sacramento, durante este tiempo cuaresmal imitarlo en su tiempo de ayuno y oración.

Normalmente tenemos una imagen de un desierto como un lugar seco, caluroso en el día y frío en la noche, falto de vida, en el que la propia supervivencia se pone en peligro. Pero, si miramos con mayor atención y tenemos el conocimiento necesario, sabremos que también aquí hay vida en abundancia. La vida encuentra sus caminos hasta en los lugares más inhóspitos. Después de todo, ella es creación de Dios.

Ir al desierto espiritual es realizar una gran introspección. Ver hacia adentro de nosotros y analizarnos, descubrirnos, auto conocernos. ¿Cómo es esto posible? Por que nos aislamos de todo aquello que es distracción para el alma. Nos retiramos por un periodo de las prisas, las apariencias, el qué dirán, los juicios aplastantes, las rutinas aburridas, el consumismo salvaje, los señalamientos reaccionarios...

Tenemos oportunidad de vernos a nosotros mismos como somos y descubrir qué nos debemos. ¿Alguna vez lo hemos pensado? ¿Qué me debo a mí mismo? Es decir, la mayor parte del tiempo estamos tratando de agradar a alguien más. Pero, ¿qué hay del amor que debo sentir por mí mismo? ¿Y la esperanza perdida? ¿La fe en las capacidades que Dios me dio?

Esa misma oportunidad que nos da el desierto para reconciliarnos con nuestros potenciales, también nos permite descubrir las enfermedades espirituales que nos aquejan y con las que hemos aprendido a vivir, muy a pesar de nuestro bienestar. ¿Apatía, quizá?, ¿Orgullo?, Todos somos capaces de escuchar a nuestra conciencia, voz del Espíritu, cuando estamos alejados de los distractores de la vida diaria. Esto, sin lugar a dudas, debe desembocar en el reconocimiento de nuestras faltas y el consecuente esfuerzo por superarlas.

Es en el desierto donde el pueblo de los Hebreos recibió la Ley, los profetas escucharon la voz de Dios y donde Jesús se preparó para iniciar su vida pública y predicar el Amor por uno mismo, por el prójimo y sobre todo, por Dios. ¿Qué pasará si nos disponemos a hacer un viaje al desierto espiritual? ¿Qué revelaciones tendremos y cómo nos ayudarán al volver a la vida diaria?

Descubrir todo esto y descubrir más cada vez que nos retiramos a nuestro desierto espiritual es hacernos conscientes, a través de la oración, del gran amor que tiene Dios por nosotros y que se manifiesta en nuestros dones y virtudes, así como en la fuerza para superar nuestros vicios y defectos. Es fortalecernos para actuar en la vida diaria. Es abrirnos al Espíritu y practicar la inclusión, libre de rencores, ya que esto se traduce en perdonar a los que nos ofendieron y pedir perdón a quienes ofendimos.

Es así como practicamos el "No solo de pan vive el hombre, sino también de toda Palabra que sale de la boca de Dios".

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