Consejo Mundial de Iglesias
Mensaje de la Convocatoria Ecuménica Internacional por la Paz
«Pido al Padre que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, porque estáis arraigados y cimentados en amor» (Efesios 3, 16-17).
Entendemos la paz y la pacificación como un aspecto indispensable de nuestra fe común. La paz está indisolublemente relacionada con el amor, la justicia y la libertad que Dios ha concedido a todos los seres humanos por medio de Cristo y la obra del Espíritu Santo como don y vocación. Constituye un modo de vida que refleja la participación humana en el amor de Dios por el mundo. La naturaleza dinámica de la paz como don y vocación no niega la existencia de tensiones, que forman parte integrante de las relaciones humanas, pero puede mitigar su fuerza destructiva aportando justicia y reconciliación.
Dios bendice a los pacificadores. Las iglesias miembros del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) y otros cristianos están unidos como nunca antes en la búsqueda de medios para hacer frente a la violencia y rechazar la guerra en pro de la “paz justa”: el establecimiento de paz con justicia mediante una respuesta en común al llamamiento de Dios. La paz justa nos invita a unirnos en una peregrinación común y a comprometernos a edificar una cultura de paz.
Nosotros, aproximadamente 1.000 participantes procedentes de 100 países, reunidos por el CMI, hemos compartido la experiencia de la Convocatoria Ecuménica Internacional por la Paz (CEIP), asamblea de iglesias y copartícipes de otras religiones dedicados a la consecución de la Paz en la comunidad, la Paz con la Tierra, la Paz en el mercado y la Paz entre los pueblos. Nos hemos reunido en el campus de la Universidad de la Indias Occidentales (Mona) cerca de Kingston (Jamaica) del 17 al 25 de mayo de 2011. Estamos profundamente agradecidos a nuestros anfitriones de Jamaica y de la región del Caribe que con gran generosidad nos han ofrecido un lugar espacioso para estar juntos y crecer en la gracia de Dios. Por el solo hecho de estar reunidos en el lugar de una antigua plantación de caña de azúcar, se nos han hecho patentes la injusticia y la violencia de la esclavitud y el colonialismo así como las formas de esclavitud que aún azotan el mundo de hoy. Se nos ha informado sobre los graves problemas de violencia que se viven en el contexto de este país así como acerca de la valiente participación de las iglesias a la hora de afrontar esos retos.
Hemos traído las preocupaciones de nuestras iglesias y regiones a Jamaica, hemos hablado unos con otros, y ahora tenemos algo que decir a las iglesias y al mundo. Hemos estado juntos mediante el estudio bíblico, el enriquecimiento espiritual de la oración en común, las inspiradoras expresiones de arte, las visitas a los ministerios locales y otros organismos de servicio, las reuniones plenarias, los seminarios, los talleres, los actos culturales, las sesiones de lectura, las amplias deliberaciones y las conversaciones conmovedoras con personas que han sido víctimas de la violencia, la injusticia y la guerra. Hemos celebrado los logros del Decenio Ecuménico para Superar la Violencia (2001-2010). Nuestros compromisos nos han dado aliento al mostrarnos que es posible erradicar la violencia. El Decenio para Superar la Violencia ha permitido conocer muchos ejemplos de cristianos que han marcado una diferencia.
Reunidos aquí en Jamaica, hemos seguido con interés los acontecimientos del mundo que nos rodea. Las historias que recibimos de nuestras iglesias nos recuerdan las responsabilidades locales, pastorales y sociales para con las personas que hacen frente diariamente a cada uno de los problemas que examinamos. Las consecuencias del terremoto y el tsunami en el Japón plantean cuestiones urgentes en relación con la energía nuclear y las amenazas a la naturaleza y la humanidad. Las instituciones gubernamentales y financieras se enfrentan con la necesidad de asumir su responsabilidad por el fracaso de sus políticas y sus devastadores efectos sobre personas vulnerables. Somos testigos con preocupación y compasión de los combates por libertad, justicia y derechos humanos en muchos países árabes y en otros contextos en los que gente valiente también lucha sin contar con la atención de la comunidad mundial. Nuestro amor por los pueblos de Palestina e Israel nos ha convencido de que la continua ocupación perjudica a uno y otro pueblos. Reiteramos nuestra solidaridad con la población de países divididos como es el caso de la península de Corea y Chipre, y con las personas que aspiran a la paz y al fin del sufrimiento en naciones como Colombia, Iraq, Afganistán y la región de los Grandes Lagos de África.
Somos conscientes de que los cristianos han sido a menudo cómplices de sistemas de violencia, injusticia, militarismo, racismo, intolerancia y discriminación por razones de casta o por otros motivos. Pedimos a Dios que perdone nuestros pecados, y nos transforme en agentes de rectitud y abogados de la Paz justa. Hacemos un llamamiento a los gobiernos y a otros grupos para que dejen de utilizar la religión como pretexto para justificar la violencia.
Junto con copartícipes de otras creencias, hemos reconocido que la paz es un valor central de todas las religiones, y la promesa de paz se extiende a todas las personas, independientemente de tradiciones y compromisos. Mediante la intensificación del diálogo interreligioso procuramos llegar a una convergencia con todas las religiones del mundo en relación con estas cuestiones
Estamos unidos en nuestro anhelo de que la guerra sea considerada ilegal. En nuestra lucha por la paz en la tiera tenemos que hacer frente a nuestros contextos e historias diferentes. Somos conscientes de que las diferentes iglesias y religiones aportan perspectivas distintas del camino hacia la paz. Algunos de entre nosotros comienzan desde el punto de vista de la conversión personal y la moralidad, considerando que la aceptación de la paz de Dios en nuestro corazón es la base de la paz en la familia, la comunidad, la economía, así como en toda la tierra y en el mundo de las nacirones. Otros destacan la necesidad de centrarse ante todo en el apoyo y la corrección recíprocos en el cuerpo de Cristo para que sea posible la paz. Otros más estimulan el compromiso de las iglesias con los amplios movimientos sociales y el testimonio público de la iglesia. Cada uno de estos enfoques tiene su fundamento y no son mutuamente excluyentes. De hecho, están estrechamente relacionados. Incluso en nuestra diversidad podemos hablar con una sola voz.
Paz en la comunidad
Las iglesias percibieron toda la complejidad de la paz justa a medida que escuchábamos hablar de las intersecciones de múltiples injusticias y opresiones que perjudican simultáneamente las vidas de muchas personas. Miembros de una familia o comunidad pueden estar oprimidos y, al mismo tiempo, ser opresores de otras personas. Las iglesias deben ayudar a determinar las decisiones cotidianas que permitan poner fin a los abusos y promover los derechos humanos, la justicia de género, la justicia climática, la justicia económica, la unidad y la paz. Las iglesias tienen que continuar haciendo frente al racismo y a la discriminación por razones de casta que son factores deshumanizadores en el mundo de hoy. Del mismo modo, la violencia contra las mujeres y los niños debe considerarse un pecado. Se necesitan esfuerzos conscientes para lograr la plena integración de las personas con capacidades diferentes. Las cuestiones de sexualidad dividen a las iglesias, por lo que pedimos al CMI que cree espacios seguros en los que se puedan abordar esas cuestiones que son causas de división. Las iglesias pueden desempeñar una función, a todos los niveles, a la hora de apoyar y proteger el derecho a la objeción de conciencia, de garantizar el asilo a quienes se oponen y resisten al militarismo y los conflictos armados. Las iglesias deben alzar su voz para proteger a nuestras hermanas y hermanos cristianos, así como a todos los seres humanos, que sean víctimas de discriminación y persecución por motivos de intolerancia religiosa. La educación para la paz debe ocupar un lugar central en todos los programas de las facultades, seminarios y universidades. Reconocemos la capacidad de establecer y consolidar la paz de los jóvenes y exhortamos a las iglesias a que creen y fortalezcan redes de ministerios de paz justa. La iglesia está llamada a salir a la luz pública para expresar sus preocupaciones, diciendo la verdad más allá de las paredes de su propio santuario.
Paz con la Tierra
La crisis medioambiental es una crisis ética y espiritual profunda de la humanidad. Reconociendo el daño causado a la Tierra por la actividad humana, afirmamos nuestro compromiso con la integridad de la creación y la forma de vida que exige. Nuestra preocupación por la Tierra y nuestra preocupación por la humanidad van unidas. Los recursos naturales y los bienes comunes como el agua deben compartirse de manera justa y sostenible. Hacemos nuestra la petición de la sociedad civil global por la que se insta a los gobiernos a que reorienten de forma radical todas nuestras actividades económicas teniendo como objetivo una economía ecológicamente sostenible. El uso intensivo de los combustibles fósiles y las emisiones de CO2 deben reducirse urgentemente a niveles que permitan limitar los efectos del cambio climático. La deuda ecológica de los países industrializados que es causa del cambio climático deberá tenerse en cuenta cuando se negocian los derechos de emisión de CO2 y los planes de costos de adaptación. La catástrofe nuclear de Fukushima ha puesto en evidencia una vez más que ya no se debe recurrir a la tecnología nuclear como fuente de energía. Rechazamos las estrategias como el aumento de la producción de agrocombustibles que perjudican a los pobres por su competencia con la producción alimentaria.
Paz en el mercado
La economía global proporciona muchos ejemplos de violencia estructural que causa daño no ya mediante el uso directo de armas o de la fuerza física sino mediante la aceptación pasiva de la pobreza generalizada, las disparidades del comercio y la desigualdad entre las clases y las naciones. Contrariamente al crecimiento económico ilimitado que previó el sistema neoliberal, la Biblia nos presenta una visión de vida en abundancia para todos. Las iglesias deben aprender a propugnar de forma más eficaz la plena aplicación de los derechos culturales, sociales y económicos como fundamento de las “economías de vida”.
Es un escándalo que se gasten enormes cantidades de dinero en presupuestos militares y en proporcionar armas a los aliados así como al comercio de armas, cuando se necesitan fondos urgentemente para erradicar la pobreza en todas las partes del mundo, y financiar una reorientación ecológica y socialmente responsable de la economía mundial. Exhortamos a los gobiernos de este mundo a que actúen sin demora para canalizar sus recursos financieros hacia programas que promuevan la vida y no la muerte. Estimulamos a las iglesias a que adopten estrategias comunes que favorezcan la trasformación de las economías. Las iglesias deben hacer frente de forma más eficaz a la irresponsable concentración de poder y de riqueza, así como a la enfermedad de la corrupción. Entre las medidas en pro de economías justas y sostenibles cabe señalar la regulación más eficaz del mercado financiero, la introducción de impuestos sobre las transacciones financieras y las relaciones comerciales justas.
Paz entre los pueblos
La historia, especialmente gracias al testimonio de las iglesias tradicionalmente pacifistas, nos recuerda que la violencia es contraria a la voluntad de Dios y que nunca puede resolver conflictos. De ahí que decidamos ir más allá de la doctrina de la guerra justa orientándonos hacia el compromiso con la paz justa. Esta actitud requiere que abandonemos la concepción excluyente de la seguridad nacional propugnando la seguridad para todos. Esto incluye la responsabilidad diaria de impedir la violencia atacando sus raíces. Es necesario examinar, discernir y elaborar muchos aspectos concretos de la noción de paz justa. Continuamos debatiéndonos para saber cómo proteger a la gente inocente de la injusticia, la guerra y la violencia. En este sentido, nos esforzamos por entender la noción de “responsabilidad de proteger”y evitar que se utilice indebidamente. Pedimos urgentemente al CMI y a los organismos relacionados con el mismo que definan con mayor claridad su posición por lo que respecta a esa política.
Abogamos por el desarme nuclear total y el control de la proliferación de armas pequeñas.
Nosotros, en nuestra calidad de iglesias, tenemos la posibilidad, si osamos hacerlo, de enseñar la no-violencia a los poderosos, porque somos seguidores de aquél que vino como un niño indefenso, murió en la Cruz, nos dijo que dejemos de lado nuestras espadas, nos enseñó a amar a nuestros enemigos, y resucitó de entre los muertos.
En nuestro camino hacia la paz justa, es sumamente urgente un nuevo programa internacional para hacer frente a la magnitud de los peligros que nos rodean. Instamos a todo el Movimiento Ecuménico y, en particular, a los encargados de la planificación de la Asamblea del CMI en 2013 en Busan (Corea) que tendrá como tema “Dios de vida, condúcenos a la justicia y la paz”, a que den la máxima prioridad a la consecución de la paz justa en todas sus dimensiones. Documentos como Un llamamiento ecuménico a la paz justa y el Manual de la paz justa pueden servir de referencia y apoyo para la preparación de la Asamblea en Busan.
Nuestro agradecimiento y alabanza a ti, Dios Trino y Uno: Gloria a ti, y paz a tu pueblo en la tierra. Dios de vida, condúcenos a la justicia y la paz. Amén.
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