“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 28 de noviembre de 2010

1er Domingo de Adviento 2010

Primera Lectura: Is 2, 1-5
Salmo: 121
Segunda Lectura: Rm 13, 11-14
Evangelio: Mt 24, 37-44



¡Ven Señor Jesús!

Empezamos un nuevo año litúrgico, esta vez se trata del Ciclo A. El Adviento es el tiempo que los cristianos dedicamos con mayor énfasis a la preparación de dos cosas. La primera es la conmemoración de la llegada histórica de Jesús, es decir, el nacimiento de Cristo, que aunque los datos históricos nos revelan que muy probablemente dicho acontecimiento sucedió en primavera y al rededor de cuatro años antes de lo calculado, hoy los celebramos el 25 de diciembre. La segunda consiste en el recuerdo de la importancia que tiene para todos nosotros prepararnos para la vuelta de nuestro Señor Jesucristo con plena gloria para juzgar a vivos y muertos, tal como dice nuestro credo, en el día del Juicio Final.

Situación por la que nos es muy propio el color morado que durante este tiempo usa la Iglesia y el ambiente que éste propicia. Es la penitencia, la oración y la reflexión personal acerca del sentido que le hemos dado a nuestra vida. Pero también, a diferencia de la Cuaresma, nos invita al gozo y alegría porque sabemos que nos preparamos para recibir a Cristo en el Corazón, y participamos de dichos sentimientos con más fuerza hasta que encontramos su clímax en las posadas (16-24 de diciembre), la Noche Buena, la celebración de la Navidad misma, el año nuevo civil y la epifanía. Fiestas todas ellas en donde regularmente despiertan los sentimientos de fraternidad entre el género humano e ilusionan mucho a los pequeñines.

Este domingo la Iglesia nos invita a regresar a la Casa del Señor y así poder gozar de absoluta paz, esa paz que sólo puede habitar en el corazón cristiano y que nadie más sabe a qué nos referimos hasta que la experimenta. Se nos recuerda la importancia de seguir las enseñanzas que a través de la Revelación (Biblia y Tradición) nos da el Señor recomendándonos las acciones a realizar para tener una mejor vida, tanto en el aspecto físico como en el espiritual.

Luego viene precisamente la enseñanza de la importancia de la paz en el mundo y la labor que como cristianos nos corresponde realizar para obtenerla. La Iglesia es la nueva Jerusalén, y todos desde el Papa hasta el más humilde de los laicos somos parte de esa comunidad que Cristo fundó. Por eso, cuando aparentemente rezamos por la paz de Israel en el Salmo, realmente lo estamos haciendo por todos los cristianos del mundo. Es aquí donde debemos ser bien sinceros con nuestra fe y realizar buenas obras.

Obras que recomendablemente sean las de Misericordia pero también aquellas que nos obliguen a enfrentarnos a nuestros propios temores y frustraciones. Si por ejemplo eres un homosexual eclesiofóbico y ni siquiera toleras el hecho de que te hablen de algún sacerdote u obispo e incluso lo calificas de pedófilo sin siquiera conocerlo, por lo que tu prejuicio es infundado, entonces, y en virtud de desear ser un mejor humano, harías tu prejuicio al lado y te esforzararías por conocer mejor a la Iglesia, aunque no estés totalmente de acuerdo con lo que como institución realiza.

Pero también si eres un católico homófobo y precalificas al homosexual o la lesbiana como pecadores desviados que no merecen ni que les dirijas la mirada, e incluso los acusas de tener enfermedades de transmisión sexual, sin que eso sea cierto; entonces, y en virtud de ser un mejor humano y un mejor cristiano, es tu deber y resposabilidad alejar tu prejuicio y acercarte a conocer a esa persona. De esa forma estaríamos contribuyendo todos al establecimiento de la paz en toda la Tierra. Recordemos que como dice el refrán: "el bueno juez por su casa empieza". No se puede decir que se respeta a algo o alguien sin siquiera conocerlo.

Este trabajar constantemente en la edificación del Reino de Dios con nuestras buenas obras apoyándonos en nuestra sincera Fe es la tarea que tenemos los cristianos de todas las denominaciones, pero especialmente los católicos por cuanto tenemos mayor responsabilidad ante la humanidad debido a que somos una institución bimilenaria y se han cometido muchos y variados errores a lo largo de la historia.

Por eso debemos estar alertas a nuestros juicios, dichos y hechos. Y es precisamente la advertencia e invitación que nos hace Jesús en el Evangelio. Durante casi dos mil años hemos esperado la segunda venida de Jesús al mundo, y con tanto tiempo ahora lo vemos como una fecha muy incierta, y realmente lo es porque "nadie conoce el día ni la hora, ni siquiera el Hijo del Hombre". Pero el hecho de que la hora del Juicio Final sea incierta no significa que debamos relajarnos y actuar como si no hubiera ni Dios, ni Virgen María ni santos y santas.

Como gays y católicos nuestra tarea es doble y además doblemente difícil, pero si ponemos de nuestra parte y predicamos con el ejemplo será más fácil que todos los católicos y los que no lo son, sin importar su orientación sexual recuerden que el Reino de Dios empieza en nuestros corazones y actúen según esa creencia. Así será hasta lógico, que cuando el sentido cristiano abarque la totalidad de la Iglesia y nos olvidemos de tendencias políticas y los formulismos religiosos pasen a segundo plano, los derechos LGBTI empiecen a ser respetados por la institución.

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