Primera Lectura: 2 Mac 7, 1-2. 9-14
Salmo: 16
Segunda Lectura: 2 Ts 2, 16-3,5
Evangelio: Lc 20, 27-38
La Palabra de Dios que hoy nos fue proclamada nos invita abiertamente a analizar nuestra vida y replantear las áreas de oportunidad, comunmente llamadas errores, para poder mejorar y desarrollarnos en armonía durante la construcción de este que es el Reino de Dios.
El Señor es Dios de vivos y no de muertos, pero algunas veces contrariamos la voluntad divina y nos movemos como zombies, como sonámbulos que han caído en la rutina y el pecado y no somos concientes de la grandeza que significa ser hijos de Dios y herederos del creador.
A veces creémos que ser buenos católicos significa aprender y memorizar la liturgia de la misa y los responsos de los actos paralitúrgicos; repetir mecánicamente y sin indagar el significado de oraciones tan hermosas y poderosas como el Padrenuestro y el Avemaría. Otras veces vamos por la vida pisoteando la dignidad de las personas por su condición particular, no nos parece que sean personas gordas, chaparras, morenas, heterosexuales, todo en ello nos parece mal y buscamos la forma de injuriarlos.
La muerte, que solía ser el castigo que recibimos por el pecado original, hoy, por obra de Cristo Jesús, es un paso más en la existencia de la Vida Eterna. Es el paso obligado para la Resurrección en cuerpos gloriosos en esta vida. Jesús mismo nos habla de la relatividad del matrimonio al decirnos que en la vida futura no existirá, pues un cuerpo glorioso no precisa de tal complementariedad, por tanto no entiendo el afán de la jerarquía de la Iglesia en oponerse al matrimonio igualitario.
Ese proceso de nacimiento, vida y muerte se repite todos los días en nuestro diario actuar. Vivimos de alguna de las maneras arriba citadas, oprimimos la dignidad de hijos de Dios de nuestros hermanos, pecamos. Luego de eso debe sobrevenir el arrepentimiento y despreciar esa parte pecadora en nosotros al grado de eliminarla. Pero no hablo aquí de miembros del cuerpo físico, sino de entes, pensamientos, actidues en los cuerpos mental y espiritual. Y una vez dando muerte a esas actitudes pecadoras es momento de tomar la resurrección y darle la bienvenida al hombre nuevo. Aquel que permita construir en fraternal y amorosa unión el Reino de Dios.
¿Cuántos homosexuales y lesbianas hay allá afuera que necesitan ese gesto amoroso de la Iglesia, cuántos indígenas, desempleados, viudas, madres solteras, padres abandonados, estudiantes incomprendidos, cuántas personas deseando hacer el bien y son oprimidos por las autoridades civiles y religiosas al rededor del mundo?
Es momento de que tomemos en cuenta la promesa del Señor y nosotros, verdaderos católicos despiertos de los engaños del mundo, mostremos a nuestros hermanos necesitados toda esa caridad y amor que hace falta en el mundo y que son Resurrección.
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