Sr. Cardenal Bergoglio,
Lo saludo deseando que nuestro Señor Jesucristo sea quien anime y guíe su vida y misión.
Mi nombre es Marcelo Márquez, tengo 41 años de edad, soy laico católico, profesor de teología, docente y bibliotecario, trabajé durante cuatro años en Las Obras Misionales Pontificias de Argentina, como Secretario Nacional de la Obra de San Pedro Apóstol y como coordinador del Centro de Misionología, fui con anterioridad secretario de Centro de Estudios Filosófico y Teológico de Quilmes, bibliotecario del Seminario de Quilmes y docente de varios institutos católicos en la Diócesis, cercano al obispo Luis Stöckler y a varios obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas de la iglesia argentina, como el obispo de Formosa Vicente Conejero. Tuve oportunidad de participar de la plenaria de obispos en diciembre de 2007, donde tuve el gusto de acercarme a saludarlo.
Soy un hombre de profunda fe en Jesucristo y a la vez de un profundo y ferviente amor a la iglesia, crecí en un ambiente de fe, primero me lo inculcó mi madre, luego mi comunidad parroquial de origen, la parroquia San Jorge de Florencio Varela, en la diócesis de Quilmes, donde las hermanas azules, unas religiosas que queriendo ser fieles a jesús, al concilio y a sus orígenes, fueron a vivir a un barrio popular de aquella zona; ellas me enseñaron el amor a Jesús, ellas me enseñaron el amor al Jesús pobre, al jesús que se identifica con el pobre, que se vuelve pobre para hacerle justicia al pobre, luego comprendí que ese era un estilo de ser iglesia seguidora de Cristo.
Más tarde mi diócesis, la de Quilmes; nuestro tan querido y admirado obispo Jorge Novak también me fue testimoniando, pero a la vez inculcando, este gran amor a la iglesia, supe de su fidelidad, de su compromiso con la iglesia del Vaticano II, con él conocí en vivo y en directo la actitud del hombre de oración y valentía, pastor-guía y maestro de iglesia.
Posteriormente, y aunque estas cosas se van dando simultáneamente, medio entreveradas como en la vida, la formación sólida y seria para los fundamentos de la convicción en la fe, me la dio la formación con los misioneros claretianos, amo ser misionero, ellos me enseñaron el amor al jesús que anda sin parar llevando a todos la misericordia del amor del Padre, me enseñaron una de las cosas más entrañables que tengo en mi interioridad que es el amor al Inmaculado Corazón de María, también me enseñaron la valentía del profeta que se deja guiar por el fuego del Espíritu, me transmitieron el amor a un modo de ser iglesia, el del estilo del Padre Claret, que orgullo ser claretiano, como amo a este santo varón que fue el Padre Claret, su testimonio de fidelidad a la iglesia en el Concilio Vaticano I, su incansable espíritu misionero, su amor a los pobres y marginados, pero a la vez maestro de espiritualidad y guía de santos, fue confesor, entre muchos, de Santa María Micaela, fundadora de las hermanas Adoratrices Españolas, quien luego eligiera llamarse del Santísimo Sacramento, muy seguramente influenciada por el padre Claret, quien en los últimos años de su vida decía sentirse sagrario viviente. Con Claret comprendí los fundamentos de una sólida vida espiritual.
Los misioneros claretianos, como decía, me enseñaron el amor a la misión, en un estilo de misión, en un estilo de iglesia, comprometida con toda la humanidad, con la historia, con la justicia, con sus búsquedas y con sus luchas, con ellos comprendí la tremenda actualidad del evangelio para la salvación de los hombres, pero a la vez la necesaria lucidez para la eficacia del anuncio, con ellos comprendí que el “más allá de las fronteras” muchas veces puede ser geográfico, pero que las más de las veces puede ser moral o espiritual o ambos.
Con todos aprendí a amar la iglesia, a apasionarme, a comprometerme, y también a dolerme con ella, me siento iglesia, soy iglesia. Hoy me siento un hombre adulto en la fe, firme en mis convicciones y con un serio y profundo amor a la iglesia, con sus luces y también sus sombras. A la iglesia la he recorrido de palmo a palmo, la conozco muy bien, la conozco afectivamente, espiritualmente, intelectualmente y hasta podría decir pastoralmente si cabe. Y la amo, amo leer a Ives Congar, Henri de Lubac, quien no se emociona con textos como “meditación sobre la iglesia”, o el gran Carl Rahner; me emociono con vidas como las de Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Domingo de Guzmán, Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, San Francisco Javier, Emilie de Villeneuve (fundadora de las hnas. Azules).
Pero a la vez me entusiasman los proyectos misioneros de los jesuitas del tiempo de las misiones jesuíticas, en América Latina, Santo Toribio de Mogrovejo, Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano.
También hoy me apasionan los textos del Concilio Vatincano II, la Gaudium et Spes, quien no recuerda con orgullo y emoción, expresiones como, “…los gozos y las esperanzas, las tristezas y las alegrías de los hombres de nuestro tiempo son los gozos y esperanzas, las tristezas y las alegrías de los hijos de la iglesia…” o las hermosas palabras del Papa Pablo VI en documentos como la Evangelii Nuntiandi…
Con sinceridad de corazón le comparto que amo la iglesia latinoamericana, aquella que fiel al Concilio Vat. II, reunida en conferencia episcopal sacó documentos como los de “Medellín y Puebla”, la que con la vida religiosa se insertó en medio de los pobres, la de las “comunidades eclesiales de base”, la de la lectura popular y orante de la Biblia, la de sus mártires Arnulfo Romero, la de Enrique Angelelli, la comunidad jesuita del Salvador, la de Jorge Novak, la del Obispo De Nevares, la de sus teólogos como Gustavo Gutierrez, Victor Codina, Ronaldo Muñoz, Juan Luis Segundo entre otros…
En este último tiempo en torno al debate sobre el proyecto de ley para la modificación del código civil que habilitaría a las personas de la diversidad sexual a contraer matrimonio civil, que ya cuenta con media sanción en diputados, he visto y oí cosas que me duelen entrañablemente el alma, se dijeron barbaridades de las personas homosexuales, en salta gente que en nombre de la iglesia católica nos llamó lacras, en Tucumán nos dijeron estériles, hablaron de guerra: “esto es una guerra contra el lobby gay”: Soy gay y soy un hombre de bien, trabajo honradamente y vivo de acuerdo a los fundamentos de mi fe, tengo un profundo y serio compromiso con la iglesia como acabo de exponer y con mi país, y estoy convencido que esta ley nada tiene que ver con la destrucción de la familia, ni de la moral, al contrario creo que es inclusiva, sanadora y en términos escatológicos hasta salvadora, pues habilita a las personas de la diversidad sexual a ser reconocidas en dignidad e igualdad ante la sociedad. Algo que hace tiempo la sociedad les debe a las personas de la diversidad sexual.
Yo mismo creo intuir en usted un sincero respeto por las personas lesbianas y gays, como también lo creo de muchos de sus compañeros obispos del episcopado, a veces siento que en el tema de la diversidad sexual nuestros obispos están bastante desinformados, incluso en algunos casos hasta mal informados. He escuchado expresiones muy dolorosas de partes de obispos como el de San Luis, Jorge Lona, llamándonos “psiquiátricos”, y sin querer justificarlo, podría hasta decir que el obispo Lona ya es mayor y ha tenido un determinado tipo de formación que le hizo decir estas cosas. También escuché al obispo de Avellaneda-Lanús, Rubén Fraccia, obispo a quien respeto y aprecio, gracias a las hnas. Azules tuve oportunidad de seguir su trayectoria como obispo, y al escucharlo percibí en él desinformación, hablaba de odio a la iglesia y al Papa, nada más lejos de quienes estamos comprometidos en favor de la promulgación de la ley.
Con sinceridad le comparto que sí me preocuparon expresiones como las del obispo de salta Antonio Gargarello o el obispo Marino o el obispo de la Arquidiócesis de la Plata, Héctor Aguer, que rozaron la falta de misericordia para con lesbianas y gays. Y no puedo comprender actitudes enfervorizadas como la de cierto sector de laicos católicos en contra, en momentos me preguntaba si no son estos sectores quienes están presionando a los obispos a salir a manifestarse públicamente contra la ley. No comprendo la posición tan radicalizada por ejemplo de la agencia de noticias AICA. Cuanto enojo parecieran transmitir contra nuestra gente.
La iglesia le debe un serio debate sobre la homosexualidad a todas las personas, pero especialmente a lesbianas y gays y no es con actitudes cerradas y hasta fanatizadas como se abre esta puerta al diálogo. Somos muchos los hombres y mujeres dentro de la iglesia que somos gays y lesbianas y por estas posiciones enfervorizadas todavía no ha podido haber un debate serio institucional al respecto.
Ciertamente el debate sobre la ley permitió poner sobre el tapete el tema de la homosexualidad y en evidencia la convivencia un tanto esquizofrénica de la sociedad, respecto del tema y en la relación con lesbianas y gays de todos los estamentos de la sociedad, pues gays y lesbianas estamos en todos los estamentos de la sociedad, incluso de la iglesia y esto lo digo con el mayor de los respetos, pues yo mismo soy miembro de ella.
Me preocupa seriamente la alianza que este sector de laicos militando en contra de la ley hicieran con sectores de iglesias evangelistas pentecostales fundamentalistas, como ACIERA, muchas veces hemos debatido en distintos espacios de iglesia, incluso académicos como el Centro de Misionología de las Obras Misionales Pontificias, el peligro que pudiera significar para nuestra gente la vivencia de una fe fundamentalista, sin serios fundamentos sólidos por parte de quienes guían a estos grupos, incluso de la dudosa conversión a la vivencia como pastores de muchos de estos supuestos guías, también se que hay personas sinceras en estos movimientos y que estos movimientos tienen que ser para la iglesia un cuestionamiento para la misión.
Pero que cierto sector de la iglesia hoy se ponga a hacer alianza abierta con estos sectores llama un poco la atención y no deja de ser preocupante. Se tira por la borda años de estudios exegéticos, de investigaciones teológicas que tanto bien le hicieron a la iglesia en función de actualización del evangelio a los contemporáneos. Se corre el riesgo de tirar por la borda tantos años de trabajo, reflexión, investigación y hasta oración del acompañamiento a personas que viven el dilema de la homosexualidad y la fe. Usted como jesuita sabe muy bien de la significancia del acompañamiento espiritual a las personas y del gran aporte que su orden religiosa le ha hecho a la iglesia y a la humanidad en este sentido. En muchos casos hasta se esta yendo en contra de las instituciones democráticas en nombre de Dios, peligro real por el que ya transitó nuestro país y por el que no quisiéramos volver a transitar.
Creo que lejos de convertir este debate en una contienda, como pretendieran quienes se opusieron a la promulgación del proyecto de ley en las reuniones de comisión del senado, reduciendo la seriedad del tema al estilo de una contienda futbolera, debiera lejos de intereses mezquinos o incluso institucionales serios, darse luz, sobre todo al sector de gays y lesbianas y a sus nuestras familias, creyentes y católicas sobre la cuestión.
Gays, lesbianas, personas de la diversidad sexual creyentes y católicos estamos hoy esperando de nuestros pastores una palabra lucida y una actitud de misericordia al estilo de Jesús con tantas y tantos que se encontraban o sentían a la vera del camino y a quienes Nuestro Señor restituyó sin dudar, devolviendo dignidad y volviendo al camino.
Lesbianas, gays y personas trans, somos esos invitados al banquete que sí queremos participar de él, somos el ciego de nacimiento, el paralítico que espera a que las aguas se agiten, somos la hemorroísa que perdemos sangre-vida, y sólo esperamos tocar el manto del maestro, somos los ciegos que ven, los paralíticos que caminan, los leprosos purificados del que jesús decía a los discípulos de Juan Bautista que le fueran a contar cuando él estaba a punto de morir mártir en fidelidad al Padre.
Es tiempo de abrir la puerta al diálogo en la iglesia sobre la homosexualidad y cada una de las personas que componemos esta diversidad sexual, pues somos ante todo y ante Dios personas, seres humanos y hacemos parte de la humanidad.
Finalizo con una bella expresión que rezamos en el momento de la consagración de las especies en la misa, cuando se reza la plegaria eucarística V/b del anexo, para que se haga carne en cada uno de los miembros de la iglesia y nos anime a la fidelidad a Jesús:
Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana,
inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y
desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente
explotado y deprimido.
Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de
libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un
motivo para seguir esperando.
In Corde Matris
Prof. H. Marcelo Márquez
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