“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 24 de abril de 2011

Domingo de Pascua de Resurrección

Primera Lectura: Hc. 10, 34. 37-43 Hemos comido y bebido con Cristo resucitado.
Salmo: 117 Éste es el día del triunfo del Señor. Aleluya.
Segunda Lectura: Col. 3, 1-4 Busquen los bienes del cielo, donde está Cristo.
Evangelio matutino: Jn. 20, 1-9 Él debía resucitar de entre los muertos.
Evangelio vespertino: Lc. 24, 13-35 Quédate con nosotros, porque ya es tarde.

¡Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador HA RESUCITADO! Resucitó de entre los muertos para darnos vida Eterna y en abundancia. El poder de la vida ha triunfado sobre la muerte y el de la Luz sobre las tinieblas. Hemos sido salvados por su Cruz y Resurrección. No debemos temer más a la muerte, porque de ahora en adelante la vida es Cristo y la muerte es ganancia. Los poderes de la oscuridad ya no pueden más contra nuestra Iglesia, comunidad en la cual se proclaman palabras de verdad y santidad. Comunidad en constante lucha por parecernos cada vez más a Jesús en esta victoria que ningún otro rey en la tierra ha podido lograr ni logrará, hasta el día del Juicio Final en que todos resucitaremos para adorar a Dios en cuerpo y alma.

¡Cristo Vive! Lo podemos encontrar en Cuerpo y Alma, en Espíritu y Verdad en la Hostia Consagrada en cada uno de nuestros templos, en el sagrario o la custodia. Lo podemos encontrar entre nosotros todos los días hasta el fin del mundo en el pobre, la viuda, el trabajador; en el Papa, el obispo, el presbítero y el diácono, en la virgen consagrada; en el campesino, el indígena y el indigente; en el gay, bisexual, transexual, transgénero, trasvesti y la lesbiana, también en el homófobo; en el político honrado y también en el corrupto, el presidente, el senador, el diputado, el rey, en el ministro de justicia y la secretaria de estado; Cristo vive en los corazones de todos y cada uno de los que conformamos el género humano, y somos sagrados por ello.

Aprendamos a verlo en cada persona, en cada momento de nuestra vida. No vaya a ser que nos explique las Escrituras y no lo reconozcamos a tiempo, sino hasta que Él haya partido el pan con nosotros. No esperemos a la Navidad para realizar teletones que apoyen a niños con problemas de salud o juguetones para llevar sonrisas a los pequeños huérfanos el día de Reyes. No esperemos al día de muertos o al aniversario luctuoso para honrrar a nuestros seres queridos que se nos han adelantado y que esperan con todos los demás el día definitivo de la resurrección de la carne.

Alégremonos en Jesús con María, porque gracias a Él hemos sido reconciliados con el Padre. Y nadie, absolutamente nadie que forme parte del rebaño de Cristo podrá sucumbir en ningún momento ante el poder de las tinieblas. Jesús nos liberó de la muerte y la esclavitud. Hoy ya no es necesario ningún sentimiento de culpa, autodestrucción o tristeza. Cristo, nuestra Pascua, ha resucitado y está aquí en medio de nosotros esperando a que demos testimonio de lo que sabemos en el alma y creemos en el corazón.

Jesús de Nazaret tenía que resucitar, y por obra y gracia del Divino Padre/Madre así sucedió. Pongamos toda nuestra confianza en la alegría infinita que podemos sentir por aquel que ha sido capaz de vencer a la muerte con su propio poder y de liberar a todas las almas que yacían en el Seno de Abraham antes de que Jesús viniera a abrir los cielos para nosotros.

La alianza está restablecida. Por el poder de Cristo todo ha sido llamado a un nuevo orden de Luz, Amor y Vida. Es el momento de que todos los LGBT -y con nosotros la humanidad entera- nos alegremos con Cristo por la gloria de su resurrección, porque por Él nuestra dignidad ha sido restaurada y también somos reconocidos como Hijos de Dios y partícipes de la Vida Eterna.

Feliz Pascua. ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!


No hay comentarios:

Publicar un comentario