Salmo: 115 Gracias, Señor, por tu Sangre que nos lava.
Segunda Lectura: Cor. 11, 23-26 Cada vez que ustedes comen de este Pan y beben de este Cáliz, proclaman la muerte del Señor.
Evangelio: Jn. 13, 1-15 Los amó hasta el extremo.
Hemos entrado en el Triduo Pascual, conmemoramos ya mismo el culmen y punto máximo de la Historia de la Salvación. Más allá de la Misa Crismal, que por la mañana se celebra en todas las catedrales del mundo, la liturgia nos invita a ver con especial atención la Misa Vespertina de la Cena del Señor. Momento en que se institucionaliza la Sagrada Eucaristía y del que la festividad de Corpus Christi es un reflejo fiel y sincero.
Así como todo pueblo que no conozca su historia, está condenado a repetirla, la Iglesia nos relata la historia de la Cena de Pascua que celebran todos los años nuestros hermanos mayores en la fe, los judíos, para conmemorar el momento de la liberación de la esclavitud en Egipto a los años de expulsión en el desierto y finalmente a la llegada a la Tierra Prometida que mana leche y miel. Se nos recuerda este precepto, pues es el marco histórico en el que se da la Última Cena de Jesús, en la que es traicionado por Judas el Iscariote, a precio de 30 monedas de plata.
Entremos en el mensaje de este Evangelio. Puedo ver cuatro momentos en los que se divide esta tarde el Evangelio del Apóstol San Juan:
El primero es en el que Jesús, conciente de que su hora final se aproxima, ama tanto a la humanidad, que llega hasta el extremo. Es la determinación de dar la vida por la Creación entera.
El segundo es la traición de Judas. Momento en el que debemos poner especial atención, pues los seres humanos somos dados a la traición en todo momento. No solo traicionamos frecuentemente a nuestros familiares y amigos, sino que también traicionamos constantemente nuestros propios ideales, nuestra propia dignidad y con esto también tricionamos el pacto sagrado que Dios ha hecho con nosotros desde el momento de la Resurrección. Judas vendió al Maestro por 30 monedas de plata, pero frecuentemente nos vendemos a nosotros mismos por precios insignificantes e incluso gratis. Y la traición es algo que tradicionalmente se paga con la muerte, lo podemos ver con el suicidio de Judas en el Evangelio. En nuestro caso, se trata de la muerte de la confianza que nos tienen, la muerte de la autoestima, la muerte de la alegría en nuestra vida.
El tercero es en el que el Apóstol Pedro primero se niega a que su Maestro le lave los pies, y luego le pide que también le lave las manos y la cabeza. Jesús considera a Pedro un hombre limpio, por lo que le dice que esto último no es necesario. Quien está limpio únicamente necesita lavarse los pies. Señal de que entre los hombres, hasta el más justo peca siete veces, pero la misericordia del Señor es la misma para quien peca siete veces todos los días como para quien lo hace setenta veces siete. Es decir que el Señor perdona siempre todos nuestros pecados e infidelidades. Únicamente hay que permanecer cerca de Él y su Palabra para que no nos perdamos del Camino. No vaya a ser que cuando el Maestro esté lavando los pies de quienes entran por la puerta angosta, aquella de la Cruz y los sacrificios personales, vayamos a estar caminando por un camino inadecuado o mirando hacia el lado equivocado.
Y el cuarto es el más importante y sobre el que gira todo el mensaje del Cristo, que se da a sí mismo para toda la humanidad. Se trata del lavatorio de los pies. Tradicionalmente y hasta nuestros días es el discípulo el que está al servicio del maestro; el de menor nivel en la escala socio-económica y cultural el que está al servicio del de mayor nivel. Pero Jesús nos enseña que debemos hacer todo lo contrario, y es momento en que todavía, los cristianos en general y los católicos en particular no hemos podido entender ese mesaje de verdadero Amor e Inclusión.
Jesús nos dice que nos ha dado el ejemplo para que nosotros también nos lavemos los pies unos a los otros. ¿Y cuándo fue la última vez que lo hicimos? Oportunidades tenemos muchas. El mensaje de Jesús es universal, pero ¿Cómo afecta a la comunidad LGBT? Hay muchas oportunidades. De hacerlo, reduciríamos el poder económico y violento del narcotráfico, que tanto afecta a América Latina y especialmente a México. Si cada uno de nosotros nos laváramos mutuamente los pies, como nos enseñó Jesús, seríamos una comunidad LGBT fuerte y unida que lucha por la dignidad, el respeto y el reconocimiento de sus derechos, tanto ante los grupos político-parlementarios como ante los grupos eclesiales. Si aprendiéramos a servirnos unos a otros, la pobreza vería amenazada su existencia y entonces todos nos preocuparíamos por que los demás estén en buenas condiciones.
Así que, en aras de encontrar la paz y la armonía, creo que es momento que aprendamos a ser humildes y serviciales con el género humano. Homosexuales al servicio de la humanidad, incluso de aquellos homófobos que encuentran alegría en discriminarnos y buscan hacernos menos, para que el mundo se de cuenta de que la calidad humana que proclamamos no está oculta bajo el velo de desorden y promiscuidad con que nos han estereotipado los medios y la sociedad en general. Servicio a las comunidades indígenas y de indigentes, de madres solteras y padres, hermanos, esposos e hijos que han perdido a algún familiar en la injusta guerra contra el narcotráfico, que, a sabiendas de todo el mundo, se ha desatado impunemente entre el gobierno mexicano y los cárteles de la droga.
Por que todo eso afecta directamente a la humanidad y pone al ídolo del capital por encima de la divinad de Cristo Jesús. Es momento de ceñirnos el yugo de Cristo a la cintura y con la herramienta que significa su Palabra dar testimonio de su verdad. Que no nos baste con proclamarlo con la boca, Jesús nos invita a la acción y ya es momento de responder.
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