“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 17 de abril de 2011

Domingo de Ramos

Evangelio: Mt. 21, 1-11 Bendito el que viene en nombre del Señor.
Primera Lectura: Is. 50, 4-7 No aparté mi rostro de los insultos, y sé que no quedaré avergonzado.
Salmo: 21 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Segunda Lectura: Flp. 2, 6-11 Cristo se humilló a si mismo; por eso Dios lo exaltó.
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo: Mt. 26, 14-27, 66

Saludos hermanos.

Finalmente ha llegado la Semana Santa, ese tiempo que viene después de la larga preparación de la Cuaresma y que desemboca en la alegría sin fin de la Pascua de Resurrección de nuestro Señor Jesús, de nuestro amigo y hermano Cristo. Sin embargo, los siete días que forman esta semana hemos de celebrar nuevamente los sagrados misterios de la Pasión y Muerte de Jesús. Así que los invito a que no porque cada vez que sea la semana de la primera luna llena de la primavera hagamos exactamente las mismas cosas y recordemos exactamente los mismos pasajes de la Biblia, desde el Génesis en la Vigilia Pascual hasta el Evangelio de la Resurrección, no caígamos en la engañosa idea de que es siempre lo mismo, pues las Sagradas Escrituras siempre se actualizan para darnos una guía a seguir de acuerdo al momento determinado que estemos pasando en nuestras vidas.

Antes del Concilio Vaticano II, el Domingo de Ramos era también conocido como Domingo de Pasión, es por eso que en nuestra liturgia permanece el relato de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, este año en la versión del apóstol San Mateo, mismo que se lee nuevamente el Viernes Santo durante ceremonia de adoración de la Santa Cruz, pero en la versión del Apóstol San Juan. Debido a que es el Viernes Santo un mejor escenario para hacer reflexiones sobre estos momentos tan importantes en la vida del cristiano y del cristianismo, esta vez nos enfocaremos únicamente en el primer Evangelio del día, es decir en el de la ceremonia de Bendición de las Palmas.

Vemos en la fiesta de Cristo Rey, con la que terminamos nuestro calendario litúrgico, un eco lejano del momento en que en Tierra Santa sucedió que el Rey de Israel, y también de todo el Universo, hizo su entrada triunfal a Jerusalen, la capital, en un cortejo que definitivamente significaba una afrenta al imperio romano, cuyas marchas de victoria se celebraban entre arcos de triunfo hechos con palmas y los soldados victoriosos montando a caballo, demostrando, soberbios, el triunfo que los dioses de este mundo le habían concedido para dominar y quitar la dignidad a los pueblos de la Tierra.

Cristo es el que nos ha de liberar de la esclavitud que significan esos dioses del mundo, los ídolos que nos engañan todo el tiempo, y que son la opresión de la dignidad, el capitalismo salvaje, la discriminación, la homofobia, la guerra, el narcotráfico, el exceso de televisión, la pobreza y todos los demás demonios y pecados que azotan nuestra vida social y particular. Jesús viene entrando triunfal a Jerusalén, ¡pero lo hace sobre un burro! Un burro es en el tiempo de Jesús, y aún en el nuestro, una señal de humildad. Que esto nos enseñe que para alcanzar el Reino de Dios que Jesús consquistó con su muerte y resurrección, lo primero que tenemos que ser los cristianos es ser humildes.

De nada nos sirven todos los símbolos que a los largo de los siglos hemos venido acumulando, la mayoría de ellos formados de oro, plata, maderas y piedras preciosas. De nada nos sirven, puesto que han envilecido y corrompido el corazón y la cabeza visible de nuestra Iglesia. Con sus palacios, basílicas y catedrales, la mayoría de los obispos, sacerdotes y aún los laícos, han olvidado su verdadera misión es hacia el pobre y oprimido. Mientras en la curia cenan cabiar, en alguna casa del barrio de alguna parroquia están buscando la forma de cocinar algunos frijoles para comérselos con tortillas.

Ese no es el ejemplo que nos dio Jesús. Es más bien el ejemplo que nos quedó de los césares y emperadores de la época del Sacro Imperio Romano. Eso no nos sirve a nosotros como cristianos. Entonces, cómo católicos y gays, ¿qué nos dice este Evangelio a nosotros, esta Buena Nueva?

En el mundo uno de cada 10 es homosexual. Y solo cuatro de cada cien somos homosexuales y religiosos. Estamos destinados a ser una minoría en todos los momentos. Pero ¿acaso los Apóstoles no fueron solo 12 al principio? Doce en todo el mundo es una minoría más pequeña que 40 entre mil. Tenemos la oportunidad de darnos a conocer y abrirnos espacios en la Iglesia y la sociedad. No importa lo que piensen el Papa y los obispos al respecto, pues mientras que Su Santidad, desafortunadamente vive en palacios de cantera y mármol, nuestro Jesús no tenía ni siquiera en donde descansar su cabeza. Y vendrá el tiempo, en que el Papa mismo, aunque no sea Benedicto XVI, reconozca en los homosexuales la dignidad de Cristo y en nuestro estilo de vida nuestra natural humanidad.

Así que el mensaje que esta palabra nos debe de decir habrá que enlazarlo con el salmo que cantamos hoy. Muchos se burlan de nosotros. En las comunidades cristianas oficiales y sus templos no nos aceptan, porque dicen que nuestro estilo de vida es pecaminoso. En las comunidades gays y sus antros nos ven con ojos raros porque aceptamos y proclamamos el mensaje de Jesús y el Evangelio de su vida. Confiemos entonces en el Señor, porque mientras más fieles seamos a su palabra, y más nos esforcemos en cumplir con su Santa Voluntad, más oportunidades tendremos de encontrar la verdadera felicidad.

Así que he de insistir que si nuestra vocación gira en torno a la vida de pareja, permitámonsos amarles con todo el corazón. Si nuestra vocación gira en torno a la vida religiosa, entonces cumplamos nuestro ministerio con todo el corazón. Y si gira en torno a la soltería, dejemos de preocuparnos por seguir la corriente del mundo y vivimos exclusivamente para Cristo fomentando obras de amor y misericordia en la medida de nuestras posibilidades.

Recordemos también que la llegada triunfal de Jesús a Jerusalen es únicamente el principio del supolicio y la muerte de un Justo entre los justos. Eventos, ambos, que son consecuencia final y extrema del estilo de vida libertador que nos quiso dar Jesús, tanto de las ataduras sin sentido que nos pone este mundo, como de las peligrosas ataduras del mundo espiritual que vienen a traducirse en pecados e infelicidad. Así que preparémonos, porque sea cual sea el estilo de vida que tengamos, nuestras decisiones en algún momento nos llevarán al dolor, y es ahí cuando debemos demostrar que somos tan cristianos como para continuar cargando nuestra cruz y seguir al Señor.

Les comparto este video del musical setentero "Jesucristo Súper Estrella", para unirnos de alguna forma a los cantos, proclamaciones y alabanzas de la gente del Jerusalen del Siglo I, a través del arte del XX y la tecnología del XXI. Nótese el momento en que la gente le pide a Jesús que muera por nosotros.


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