(Rm 5, 12-19)
Jesús, tú eres "justicia de Dios, indulto y vida para todos"; "gracias a ti, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todo"; la gracias ha acabado en indulto, en amnistía"; por ti "recibimos a raudales el don gratuiro" del amor divino, que nos conduce a "vivir y reinar" en este mundo. ¡Qué contraste con nuestra situación personal y eclesial!
Nuestra vida, centrada en nosotros, vive para acumular cosas. Nos mordemos continuamente para anularnos y sobresalir; aspiramos a dominar en poder y vanagloria; nos desmenuza la envidia y la pereza; sólo nuestras heridas perciben compasión.
Tampoco las comunidades cristianas y la Iglesia sintonizan mucho con tu "gracia", viven obsesionadas por su apariencia y "gloria" mundana, hay lucha soterrada por el poder y el honor, reina más el miedo que la libertad sincera, observamos más la ley canónica que el Evangelio, los más amigos de los pobres son marginados y mal vistos, pedir reformas evangélicas es considerado como desafección a la institución, hablar de democracia evangélica es signo de soberbia y desobediencia, los sacramentos se ejercen para el egoísmo:
Se bautiza para evitar problemas, por miedo al castigo; la Penitencia es un ajuste de cuentas que nos deja tranquilos; la Eucaristía intenta acumular méritos para el Cielo; nuestras oraciones, "indulgencias plenarias", promesas, bendiciones... buscan atraernos la mirada de Dios. Suponen a un dios distraído, anotador de méritos, un dios fácil de camelar y entrar en trueque con nosotros, un dios sádico y vengativo con el rebelde religioso.
Jesús del amor gratuito, ayúdanos a centrar nuestra vida en tu Reino: el sueño de la fraternidad que busca el abrazo y la colaboración; el sueño que se alegra con la verdad y la investigación creativa; el sueño que mira y socorre a los más débiles; el sueño que valora todo lo bueno y lo agradece; el sueño que llora y lamenta las desgracias que sobrevienen.
Tú, Jesús de la vida desbordante, sufriste nuestras mismas tentaciones, supiste encontrar el camino para superarlas, tu gloria era ayudar , curar, reconocer la dignidad, vivir para los demás. "Los reyes de las naciones las dominan y se hacen llamar bienhechores"; "no ha de ser así entre vosotros, yo estoy entre vosotros como el que sirve"; tú fuiste libre y creativo frente a las tradiciones religiosas, tu conciencia estaba por encima de cualquier ley, el culto a Dios era entrar en su amor generador de vida, en su amor perdonador y paciente, en la mesa de la participación y entrega a los más necesitados.
Que tu Espíritu, Jesús de la gracia sin medida, nos ilumine a todos. A los críticos, disidentes, reformadores y profetas para que descubran tu voluntad. A los pastores para que "no apaguen el Espíritu, no menosprecien las profecías, sino que revisen todo y se queden con lo bueno", a toda comunidad cristiana para que seamos "un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz".
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