A una niña de diez a doce años había que operarla de un quiste en el pecho. Todos estaban dispuestos para la operación: el cirujano, el anestesista, ayudantes, enfermeras y la monjita. La niña, extendida en la mesa de operaciones, esperaba el momento en que empezaran la operación.
Se acercó a ella el anestesista con la inyección en la mano con el fin de dormirla. El anestesista se conmovió ante aquella niña tan pura e inocente y le dijo: "A ver, cierra los ojos, que vas a dormir." Ella, con mucha serenidad, le dijo: "Yo nunca duermo de día". "No importa, ahora tienes que dormir para curarte." Insistió ella que de día no podría dormir. Pero el médico insistió en que cerrara los ojos para dormir. Entonces la niña, con gran sencillez, dijo: "Yo siempre, antes de dormir, rezo las tres Avemarías a la Virgen. ¿Me deja ahora rezar las tres Avemarías antes de dormirme?
El anestesista le contestó: "Puedes rezar tus tres Avemarías." La niña puso las manos cruzadas sobre el pecho y rezó como siempre lo había hecho. Todos los presentes sintieron una profunda impresión de ternura y emoción ante aquel rezo de las tres Avemarías.
Acabado el rezo, cerró la niña los ojos para dormirse. El médico, entonces, le puso la anestesia. La operación transcurrió con toda normalidad. De pronto, el médico anestesista dijo a sus compañeros: "Todo va bien, yo no les hago falta." Y abandonó la sala de operaciones.
Bajó a su despacho, cerró con llave, se quitó la bata y rompiendo a llorar, cayó al suelo de rodillas. La causa era, que aquella niña, con su rezo, había despertado en él el recuerdo de que él también había rezado hacía muchos años las tres Avemarías, y comulgaba y estaba en gracia de Dios. Diecisiete años llevaba alejado totalmente de Dios. "¿Cómo vivo yo ahora?" Repetía el doctor. Y las palabras de la niña parecían que le gritaban muy adentro de su corazón. "Yo rezo siempre las tres Avemarías antes de dormir."
No podía sufrir más aquella angustia. Se secó las lágrimas, abrió la puerta y salió a la calle. Buscó una iglesia y entró en ella para confesarse y volver a la amistad con Dios. Aquí tenemos la maravillosa vida de una niña que por rezar con fervor tres Avemarías convirtió a un pecador que vivía alejado de Dios.
Esta niña fue verdadero apóstol en su ambiente.
Explicación Doctrinal:
El quinto mandamiento de la Iglesia es: "Ayudar a la Iglesia en sus necesidades." La principal misión de la Iglesia es santificar a las almas, enseñar el Evangelio a las gentes.
Y los católicos tenemos el deber de contribuir en la medida de nuestras posibilidades al sostenimiento de las obras de la Iglesia. Ella necesita de sacerdotes, seminarios, de apóstoles seglares. Podemos pertenecer a algunas asociaciones, pero sobre todo hacer apostolado personal en los ambientes donde nos movemos. ¿A cuántas personas les haz hablado de Dios en el último mes?
No olvidemos que ayudar a la Iglesia es prestar a Dios. Un hermoso apostolado es el del propio ambiente en que se vive, como la familia, la empresa donde se trabaja, en la calle, con los amigos, llevando a todos la verdad y el amor de Cristo y de la Iglesia.
Una palabra amable, un libro bueno que prestamos, un servicio que hacemos, una vida ejemplarmente cristiana que llevamos contribuye a realizar un hermoso apostolado seglar. Viendo un día Jesús a la muchedumbre, se estremeció de compasión por ella, porque estaban como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La mies es mucha, pero los operarlos pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. (Mateo, 9.)
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