Salmo: 127
Segunda Lectura: Col. 3, 12-21
Evangelio: Mt 2, 13-15. 19-23
Hoy celebramos la última gran fiesta del año civil para la Iglesia Católica. Se trata nada más y nada menos que de la fiesta navideña de la Sagrada Familia. Si, aquella conformada por Jesús, María y José y que los grupos anti derechos gay han utilizado para respaldar sus desatinos con respecto a la formación de familias homoparentales.
Los más moderados en este sentido son los que dicen: "que se casen si es lo que ellos quieren, son adultos y cada quien puede hacer su vida como le venga en gana. Pero eso de adoptar, ojalá no, porque pobres niños, los van a molestar durante toda su vida y los van a traumar. ¿Qué no piensan en ellos?" O argumentos similares.
Otros más fundamentalistas dirán algo así como: "Dios creo al hombre y a la mujer para que se unieran en santo matrimonio y se reprodujeran. Creo a Adán y Eva, no a Adán y Adán o Eva y Eva. Ahí está el ejemplo de la Sagrada Familia en donde José y María estaban casados y criaron al Niño Jesús. O argumentos similares.
Lo primero será dejar en claro que apoyamos completamente al sacramento matrimonial y comprendemos su importancia y necesidad.
Lo cierto es que Jesús vino a romper los duros esquemas existentes para hacer valer la Ley por medio del Amor. Aunque José y María eran heterosexuales y estuvieron casados no podemos decir que esa haya sido una familia tradicional, puesto que Jesús no era padre biológico de Jesús y entonces no se cumplió el postulado de la reproducción y perpetuación de la especie. Ellos dicen cosas de ese tipo, pero el Amor al mismo reino de Dios nos obliga a encomendar al castísimo San José a todas las parejas homoparentales y a la santísima Virgen María a todas las parejas lesbomaternales.
La familia, sin importar de qué tipo, sigue siendo el núcleo y célula principal de la sociedad. Las actitudes que han tomado respecto a las familias que formamos los homosexuales ponen en riesgo a la familia misma y la paz en la sociedad, puesto que siembran la homofobia en las casas de los buenos católicos y luego la esparcen como las flores al polen por toda la sociedad, acabando en suicidios o asesinatos que por supuesto son indeseables.
Es necesario que en tan importante institución reinen el amor y la comprensión. Escuchemos las palabras del Apóstol y pongámoslas en práctica. Imitemos todos y todas el ejemplo de José que obedeció la voluntad de Dios y llevó a su familia a experimentar el duro transe de la migración, además del de la pobreza que las normas legales y sociales los obligaron a tener. Quien conozca un poco sobre la historia y antropología de Palestina en tiempos de Jesús sabrá que comparar a la Sagrada Familia con las familias de hoy es algo hasta cierto punto absurdo e inútil, si bien es siempre necesario encomendarnos a ellos y seguir su ejemplo.
Que los padres y madres heterosexuales de lesbianas y homosexuales sepan que su orientación es voluntad de Dios, y que así como José dudó, pero luego escuchó la voz del arcángel, luego de dudar ellos encuentren en su corazón las actitudes que deben tomar hacia sus hijos sin importar lo que diga o pueda decir la sociedad. Sean los protectores, impulsores y auxiliadores de sus hijos en todo momento, y si ellos tienen una forma diferente de amar, redoblen ese esfuerzo. Nunca los dejen solos.
Que los hijos homosexuales de padres heterosexuales entiendan que para sus progenitores, la situación que ahora les plantea la vida es algo nuevo y que por cuestiones culturales ajenas a ellos mismos tal vez no lo sepan manejar como ellos quisieran en un momento. Pero sepan que la oración y el ejemplo que les puedan dar los moveran a la comprensión y volverán a ser ese soporte que todos y todas necesitamos en nuestras vidas.
Que los hijos e hijas heterosexuales de padres homosexuales sepan que siempre podrán contar con ellos en la buenas y en las malas. Aún cuando por cuestiones legales o sociales no puedan estar juntos estén bien seguros que los llevan en el fondo del corazón y siempre encontrarán la forma de velar por su sano crecimiento, pues finalmente son sus padres y eso ni el Papa mismo lo puede cambiar.
Que los padres homosexuales de hijos homosexuales no se olviden de sembrar en ellos el amor, la comprensión y el sentimiento de paz y justicia que viene de nuestro Señor para que puedan ser personas producitivas en la sociedad en el sentido que a los hijos les parezca mejor.
Y que los padres heterosexuales paren ya de sembrar en sus hijos heterosexuales el machismo y la discriminación, puesto que estos factores hacen gran daño a la sociedad entera. Cambiemos nuestras almas de camino y volvámoslas hacia el rostro del Señor, y al igual que como oraba San Francisco: "que en donde haya odio, siembre yo amor". No vayan a ser como los "hombres necios que acusáis a la mujer sin razón sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis", como los denunciaba la poetisa probablemente lesbiana Sor Juana Inés de la Cruz.
Y que la Sagrada Familia nos bendiga para que todos juntos en sociedad podamos crecer en el sentido del amor y la aceptación a pesar de nuestras diferentes formas de pensar para que seamos capaces de movernos en el sentido de la justicia social y podamos hacer efectiva la llegada del Reino de Dios entre nosotros y nuestra conversión personal con base en las enseñanzas del Único y Verdadero Maestro cuyo Nacimiento ayer festejamos.
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