Primera Lectura: Lev. 19, 1-2. 17-18 Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Salmo: 102 El Señor es compasivo y misericordioso.
Segunda Lectura: Cor. 3, 16-23 Todo es de ustedes, ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios.
Evangelio: Mt. 5, 38-48 Amen a sus enemigos.
Hoy la Palabra del Señor nos da un gran mensaje. Un gran mandato. Algo que de ser obedecido por todo cristiano y desde el corazón acabaría con toda guerra y competencia inútil en el mundo. Porque el maligno se manifiesta de diversas y sutiles formas. Podríamos mencionar muchas de ellas, como la mentira, la falta de amor por uno mismo, la baja autoestima, y por supuesto, el hambre, la guerra, la falta de compasión, el recor, la ira, Etc. Sin embargo, en esta ocasión nos concentraremos únicamente en la homofobia.
Recordemos que la homofobia es el miedo irracional hacia los hombres que abiertamente manifiestan su orientación homoerótica, homopsicológica y homoafectiva. En su versión femenina se llama lesbofobia; contra los bisexuales es bifobia y contra las trasvestis, transexuales y trasgénero es transfobia, por lo que aquí la llamaremos LGBTfobia. Este fenómeno social provoca un gran sentimiento de ira en las personas que lo sufren, y el algunos casos ha llegado a degenerar en violencia y asesinatos de las personas LGBT.
Ha llegado a ser un fenómeno de una gran trascendencia. Se manifiesta en mayor medida conforme se van aceptando y reconociendo los derechos de la comunidad LGBT a nivel legal y social. Ya lo conocemos. El problema con la homofobia radica en que no solo genera ira en las personas que la sienten, sino también en aquellos que son sus víctimas. Se han generado cientos de manifestaciones contra ella en todo el mundo. En la mayoría se escuchan y leen consignas llenas de frustración y agresividad contra la Iglesia, el Estado y todo aquel que sea considerado homófobo. Estas últimas a su vez generan calumnias y ataques renovados hacia lo que han terminado por llamar "el lobby gay".
Estas actitudes no nos van a llevar a ninguna parte. O mejor dicho, a ningún lugar agradable. Aunque falten los cañones, las pistolas y las metralletas, eso es una guerra. Un bando lucha por el reconocimiento de los derechos con que nacimos las personas LGBT. El otro lucha por que esto no suceda y así puedan mantener sus privilegios heterosexistas. Incluso este blog nació como fruto de esa guerra y formó parte de ella durante algunos meses.
Pero el espíritu de la Biblia y del Evangelio en particular nos enseñan que ojo por ojo y diente por diente es una ley humana, anticristiana y estúpida. En cambio, poner la otra mejilla es una muestra de sabiduría y humildad, pero también de dignidad. Todas las enseñanzas de Jesús nos sitúan en un contexto de engrandecimiento de la dignidad humana. Poner la otra mejilla, ceder el manto, caminar otro kilómetro y orar por los enemigos no son acciones que nos ponen en el papel de corderos que van silenciosos al matadero, sino que son acciones destinadas a sorprender a enemigos y perseguidores para persuadirlos acerca de su actitud de injusticia y opresión.
Todos los seres humanos somos hijos del Padre, por tanto somos hermanos. Nosotros, católicos homosexuales que hemos recibido el Evangelio y las enseñanzas de Dios según la revelación, no nos dejemos sorprender absolutamente por nadie que pretenda interrumpir nuestra relación con Dios. Si la homofobia del Papa, los obispos, o incluso de la catequista de la parroquia nos causa miedo, irritación, angustia o enojo, no seamos reaccionarios. Hablar mal de ellos para tratar de descalificarlos solo significaría legitimar su discurso. Lo más sabio y prudente es ser nosotros mismos y hacer oración por ellos para que vuelvan al redil del cristianismo. Recordemos que comete un gran pecado quien violenta la paz de los hijos de Dios y uno más grande quien llega hasta la violencia física.
La única forma de derrotar al mal de la homofobia es una enérgica lucha en el sentido del bien. Amor a Dios y amor propio; predicar con el ejemplo; educar a la sociedad para que un bien día hasta los partidos de la derecha reconozcan la importancia en el beneficio común que significa aceptar la igualdad de todas y todos. Solo de esa forma, y no descalificándonos mutuamente, es como lograremos el crecimiento de la sociedad orientada hacie el Reino de Dios. solo así se podrá decir que somos católicos y el mundo sabrá que seguimos a Cristo, porque buscamos instaurar su Paz.
Por supuesto, no todo queda aquí. Si la homofobia se detendrá cuando los LGBT aprendamos a ponerle el alto con la otra mejilla, también todos los otros males. No podemos para la guerra, el narcotráfico o la contaminación mientras en nuestras relaciones interpersonales sigamos aplicando la ley del talión. Perdonar es algo que Dios sabe hacer y lo hace diario porque su misericordia es infinita. Pero cuando se trata de que nosotros perdonemos o pidamos perdón a otras personas que nos hicieron daño o se los hicimos, parece que el perdón fuera una actividad exclusiva de la divinidad. Así que ponemos mil trabas y pretextos para hacerlo. Entonces, ¿Cómo podríamos acercarnos a recibir la Hostia Consagrada bajo estas circunstancias? Pues bien, recordemos que fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios, y por tanto somos partícipes de su divinidad. Perdonar a los que nos ofenden nos acerca más al Padre y nos dispone a una confesión exitosa.
Las Sagradas Escrituras nos previenen sobre el autoengaño y las aparencieas mientras que nos invita a la humildad y el sentido común. Para tener una sociedad sana y santa hay que ser sanos y santos nosotros primero. La oración, el testimonio, y la ayuda de Dios son los instrumentos que nos permitirán lograrlo. Si Dios nos pide que seamos santos porque Él lo es, es porque sí es posible. No nos dejemos engañar por aquel que diga que debido a que nuestra naturaleza es pecadora no podremos alcanzar la santidad. Esa es una capacidad que todos los seres humanos tenemos y un dan que si queremos, todos lo podemos desarrollar. Sólo es cuestión de decidirlo y hacerlo.
Así como la santidad es un don por todos alcanzable, sepamos que el amor, la salvación y la gracia también lo son. Los LGBT también podemos alcanzarlos. Si Dios nos ha llamado a amar a una persona de nuestro mismo sexo, no hagamos caso a los argumentos que le impiden el paso a la expresión de nuestra naturaleza, argumentos que finalmente son de este mundo, y liberémonos de esos prejuicios y preconcepciones ideológicas torcidos y desordenados por no comulgar con el Amor. ¿Acaso el sol no brilla para justos e injustos y la lluvia no moja la cabeza de buenos y malos? Entonces busquemos la perfección en la manera hemos sido llamados a ella, tal como nuestro Padre Dios es perfecto en su divinidad.
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