¡Oh fidelísimo compañero custodio! Tú que velas sobre mí cuando estoy durmiendo, cuando estoy triste tú me consuelas, cuando estoy desmayado me alientas, tú apartas de mí los peligros presentes y me enseñas a prever los futuros, me desvías de los malos y me inclinas a los buenos y me reconcilias con Dios, líbrame de los peligros y olvídame vencer jamás y lleva ante el acotamiento de Dios mis oraciones y todas mis obras buenas, consiguiendo que esta vida sea trasladada a mi alma en gracia de Dios.
Dios te bendiga, Santo Arcángel Rafael, pues tu eres uno de los siete maravillosos Arcángeles del Señor, que trabajas día a día por la obra divina. Guíanos en el camino de la sanación, pues por tu intermedio es sólo Dios el que sana. Tú que caminaste con Tobías, curaste a Tobit, venciste a Asmodeo encadenándolo en Egipto y liberaste a Sara, camina a mi lado, guíame, enséñame y revélame lo que debo hacer. Te pido especialmente, que por la sabiduría que Dios te ha concedido, y apelando con todo mi corazón a la misericordia divina, que nace del Padre, se expresa en el Hijo y se materializa en el Espíritu Santo; que tengas a bien elevar, sanar, proteger y liberar a (decir el nombre del enfermo) que tanto lo necesita. Bendice especialmente sus medicamentos, y a los médicos que lo asisten, para que guiados por la fuerza vivificadora del Espíritu Santo la salud habite en armonía en ese cuerpo, ese espíritu y esa alma de nuestro Señor. Amén.
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