Bajo el gobierno del emperador Maximiano, la especie humana estuvo dominada por una gran superstición, pues se adoraban piedras y maderas, invenciones de los seres humanos, a ellas se ofrecían sacrificios y se realizaban ofrendas obscenas.
A quienes rehusaban se los sometía a tortura y se los castigaba duramente, al tiempo que se los obligaba a servir a los demonios. [Con este fin] se exhibió en los mercados de todas las ciudades un decreto con severas amenazas. El olor diabólico de los altares corrompía la pureza del aire, mientras que la oscuridad del error de idolatría se reconocía por cuestión de estado.
Fue entonces cuando Sergio y Baco, como estrellas que brillaban alegres sobre la tierra, irradiando la luz de la confesión de fe en nuestro Salvador y Señor Jesucristo, comenzaron a derramar su gracia en el palacio, honrado por el emperador Maximiano. El bendito Sergio era el primicerius [jefe, comandante] de la escuela de los gentiles y amigo del emperador con quien tenía gran familiaridad, de modo que éste pronto accedió a sus pedidos. Así, el bendito Sergio, que tenía a un tal Antíoco por amigo, obtuvo para éste el cargo de gobernador de la provincia de Augusto-Éufrates.
El bendito Baco era el secundarius de la escuela de los gentiles. Siendo en su amor a Cristo cual una sola persona, tampoco en el ejército del mundo presentaban división, unidos como estaban no por vínculo de naturaleza sino de fe, siempre cantando y diciendo 'Mirad, qué bueno y agradable es habitar juntos los hermanos en unidad'. Eran muy versados y excelentes soldados de Cristo: producían con asiduidad inspirados escritos para combatir el error diabólico y se batían denodadamente para derrotar al enemigo.
Pero el espíritu malvado y malicioso hizo que quienes habían sido llevados a la escuela de los gentiles sintiesen envidia al ver que [los santos] eran recibidos con honor en las cámaras imperiales, tenían tan elevada jerarquía militar y gozaban de un trato tan familiar por parte del emperador. Incapaces en su malicia de encontrar otro instrumento contra ellos, los acusaron de cristianos ante aquél.
Aguardaron a que los santos no se hallaran junto al emperador y, al encontrar a éste solo, le dijeron: 'Tal es el celo de vuestra inmortal majestad por el culto a los dioses más grandes y santos, que en vuestros sagrados rescriptos, por doquier diseminados, mandasteis que todo aquél que se niegue a honrarlos y adorarlos, y en sometimiento a vuestra recta doctrina, perezca con gran tormento. Pero entonces, ¿cómo pueden Sergio y Baco, los directores de nuestra escuela, gozar de tanta familiaridad con vuestro poder eterno cuando adoran a Cristo, a quien los denominados judíos ejecutaron crucificándolo como a un criminal, y cuando, persuadiendo a muchos otros, los apartan de la adoración de los dioses?'
Cuando oyó esto, el emperador se negó a creerlo y dijo: 'No os creo cuando decís que Sergio y Baco no son devotos de la veneración y la adoración de los dioses, pues tan puro es el afecto que siento por ellos que difícilmente podrían merecerlo si no fueran sinceros en su piedad hacia los dioses. Pero, si como decís, pertenecen a esa religión impía, deberán ser desenmascarados. Una vez que los haya llamado sin que sepan las acusaciones que se han formulado en su contra, los acompañaré al templo del poderoso Zeus, y si sacrifican y comen de las ofrendas sagradas, vosotros afrontaréis la consecuencia de la calumnia de que sois culpables. Si se niegan a ofrecer un sacrificio, se les aplicará la pena adecuada a su impiedad. Pues los dioses no querrán que los escuderos de mi imperio sean impíos y desagradecidos'.
'Nosotros, ¡oh, emperador! -replicaron los acusadores-, impulsados por el celo y el afecto hacia los dioses, hemos traído ante vuestra imperecedera majestad lo que hemos oído decir de ellos. A vuestra infalible sabiduría corresponde descubrir su impiedad.'
El emperador mandó buscarlos de inmediato. Entraron con su habitual comitiva de guardias y pompa imperial. El emperador los recibió y fue con ellos al templo de Zeus. Una vez dentro, Maximiano ofreció libaciones con todo el ejército, participó de las ofrendas sacrificiales y miró alrededor. No vio al bendito Sergio ni al bendito Baco. No habían entrado en el templo, porque pensaron que era impío y non sancto verlos ofrecer y consumir sacrificios impuros. Se quedaron fuera y oraron como si una sola boca tuvieran: 'Rey de reyes y Señor de señores, único poseedor de inmortalidad, tú que moras en luz inaccesible, ilumínales los ojos de la mente, porque avanzan en la oscuridad de su ignorancia, han cambiado tu gloria. Dios incorruptible, por la apariencia de hombres, aves, animales y serpientes corruptibles y adoran lo creado antes que a ti, el creador. Devuélvelos al conocimiento de ti, haz que te conozcan, a ti, único Dios verdadero, y que conozcan a tu Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo, quien por nosotros y por nuestra salvación padeció y resucitó de entre los muertos, quien nos liberó de las cadenas de la ley y nos rescató de la locura de los falsos ídolos. Presérvanos, Dios, puros e inmaculados en la senda de tus mártires, obedeciendo a tus mandamientos'.
Cuando aún tenían en los labios esta plegaria, el emperador envío a algunos de los guardias que estaban de pie junto a él con la orden de que hicieran entrar en el templo a Sergio y Baco. Cuando hubieron entrado, el emperador les dijo: 'Al parecer, al amparo de mi gran amistad y bondad (para lo cual los dioses mismos han sido vuestros defensores y abogados), habéis considerado justo desdeñar la ley imperial y convertiros en desertores y enemigos de los dioses. Pero no os perdonaré si en verdad resulta ser cierto lo que de vosotros se dice. Id, pues, al altar del poderoso Zeus, sacrificad y consumid, como todos los demás, las ofrendas místicas.'
En respuesta, los nobles soldados de Cristo, los mártires Sergio y Baco, dijeron: 'Nosotros, ¡oh, emperador!, estamos obligados a prestarte el servicio terrenal de este nuestro cuerpo; pero tenemos también un rey verdadero y eterno en el cielo, Jesús el Hijo de Dios, que es quien manda a nuestras almas, nuestra esperanza y nuestro refugio de salvación. No ofrecemos sacrificios a piedras ni a maderas, no reverenciamos esas cosas. Tus dioses tienen oídos, pero no oyen las plegarias de los humanos; así como tienen también nariz, pero no huelen el sacrificio que se les ofrece; tienen boca, pero no para hablar; manos, pero no para sentir; pies, pero no para andar. Como ellos sean -dicen las Escrituras- quienes los fabrican, y todo el que en su ayuda confiare'.
La faz del emperador se transformó a causa de la ira.: ordenó entonces que se les cortaran los cinturones, se les quitaran las túnicas y toda otra vestimenta militar; se les arrancaron del cuello las torques de oro y se les vistiera con ropas femeninas, y de este modo se los hizo desfilar, cruzando la ciudad hasta el palacio, con pesadas cadenas al cuello. Pero cuando se los colocó en medio de la plaza del mercado, los santos cantaron y oraron al unísono: 'Sí, aunque atravesemos el valle de sombra de la muerte, no temeremos ningún mal, Señor' ; y este aforismo apostólico: 'Renunciando a la impiedad y las pasiones mundanas, y despojándonos del hombre viejo, desnudos en nuestra fe nos regocijamos en ti, Señor, porque nos has vestido con ropa de la salvación y nos has cubierto con el manto de la rectitud; como novias nos has vestido con hábitos de mujer y nos has unido uno al otro para ti [o nos has unido a ti] a través de la confesión de fe. Tú, Señor, nos mandaste con estas palabras: 'Por mi causa seréis conducidos ante los gobernadores y los reyes... Pero cuando os hicieran comparecer, no os preocupe lo que vais a decir ni cómo tenéis que hablar; porque en aquella misma hora os será comunicado lo que tengáis que decir. Puesto que no sois vosotros quien habla entonces, sino el Espíritu de vuestro Padre, que lo hace a través de vosotros.' Resucita, Señor, ayúdanos y sálvanos en tu nombre; fortalece nuestra alma para que no puedan separarnos de ti y los impíos no puedan decir, '¿Dónde está vuestro Dios?'.
Cuando llegaron al palacio, Maximiano los llamó y dijo: ‘Sois los más malvados de los hombres, pues a cambio de la amistad que os he dispensado, convencido que observabais el debido respeto a los dioses, desvergonzadamente me habéis ofrecido lo que se opone a la ley de obediencia y sujeción. Pero ¿por qué habríais de blasfemar también a los dioses, a través de los cuales la especie goza de tan abundante paz? ¿No os percatáis de que el Cristo que adoráis era el hijo de un carpintero, nacido de madre adúltera, a quienes los denominados judíos ejecutaron mediante crucifixión, porque, conduciéndolos a error mediante la magia y proclamándose dios, se había convertido en causa de disensiones y múltiples problemas entre ellos? La gran raza de nuestros dioses nació toda ella de matrimonio legal, el del altísimo Zeus, el más santo, que a través de su matrimonio y unión con la bendita Hera les dio nacimiento. Imagino que también habréis oído hablar de los heroicos y doce principales trabajos del divino dios Hércules, nacido de Zeus'.
Los nobles soldados de Cristo respondieron: 'Estáis equivocados, Majestad. Esos son mitos que resuenan en los oídos de los hombres más simples y los conducen a la destrucción. El que, según decís, nació de adulterio como hijo de un carpintero, es Dios, el hijo del Dios Verdadero, con y por medio del cual todo fue hecho. El instauró los cielos, él hizo la tierra, unió con arena el abismo y la gran mar, ornó los cielos con multitud de estrellas, inventó el sol para que iluminara el día y, por la noche, ideó la luna a modo de antorcha. Separó la oscuridad de la luz, impuso la medida al día y límites a la noche, con sabiduría extrajo todas las cosas de la nada. En estos últimos días nació en la tierra para la salvación de la humanidad, no del deseo de un hombre, no del deseo de la carne, sino del Espíritu Santo y de una niña por siempre virgen, y viviendo entre los humanos nos enseñó a alejarnos del error de los falsos ídolos y a conocer a él y a su padre. Él es el Dios verdadero de Dios verdadero, y de acuerdo con un plan incognoscible murió por la salvación de la especie humana, pero bajó a los infiernos y al tercer día resucitó gracias al poder de su divinidad y estableció la incorruptibilidad y la resurrección de los muertos y la vida eterna.'
Presa de la ira al oír tales cosa, el emperador ordenó que se alistara a los acusadores en el ejercito en sustitución de Sergio y Baco y dijo a estos: 'Os enviaré, tres veces malditos, al dux Antíoco, ese mismo hombre que conseguisteis promover a tal jerarquía debido a la amistad y familiaridad que tuvisteis conmigo, para que comprendáis cuán grande es el honor que habéis perdido al hablar contra los dioses y cuánto os merecéis los peores castigos, pues la grandeza de los dioses ha captado vuestra blasfemia y la ha traído al tribunal para que se imparta justicia'.
Inmediatamente los envió al dux Antíoco con la orden de que les fuesen atados los cuerpos con pesadas cadenas y se los mandara así al este a través de una serie de oficiales… También escribió una carta en la que decía: 'De Maximiano, eterno emperador y triunfante soberano de todos, saludos al dux Antíoco. La sabiduría de los mayores dioses no desea que haya un solo hombre impío y hostil a su adoración, sobre todo si son escuderos o lanceros de nuestro imperio. Por eso encomiendo a tu severidad a los malvados Sergio y Baco, convictos con pruebas contundentes de pertenecer a una secta impía de cristianos y que merecen lisa y llanamente el peor de los castigos, pues los considero indignos de la administración de la justicia imperial. Si logras persuadirlos de que cambien de idea y ofrezcan sacrificios en honor de los dioses, trátalos con su propia e innata humanidad, libéralos de los tormentos y castigos prescriptos, asegúrales nuestro perdón y buena voluntad, que se les restituya de inmediato el rango militar adecuado y que éste sea más alto aún que antes. Pero si se niegan a ser persuadidos y persisten en su religión impía, somételos a los castigos más severos que impone la ley y elimina en ellos, con la pena de la espada, la esperanza de una larga vida. Adiós'
El mismo día los oficiales los sacaron de la ciudad hasta la duodécima marca, y al anochecer se detuvieron en una cabaña. Alrededor de medianoche, un ángel del Señor se apareció y dijo [a los santos]: ' Tened valor y luchad contra el diablo y sus malos espíritus, como nobles soldados y atletas de Cristo y una vez hayáis arrojado al enemigo ponedlo bajo vuestros pies para que cuando aparezcan ante el rey de gloria, nosotros, las huestes del ejército de los ángeles, vayamos a saludaros entonando el himno de victoria y os concedamos los trofeos de triunfo y las coronas de fe y unidad perfectas'.
Cuando amaneció, se levantaron y siguieron camino con gran alegría y prontitud. También iban algunos de sus sirvientes, unidos a ellos en el anhelo del amor a Cristo, y en verdadero amor a sus señores corporales, razón por la cual no los abandonaron cuando se vieron en tal trance. Por la noche, los oyeron comentar entre ellos la aparición del ángel.
Al reemprender el camino, ambos cantaron al unísono salmos y oraron como con una sola boca, de esta manera: "Hemos gozado en el martirio tanto como en la plena riqueza. En tus preceptos meditaremos y tu camino buscaremos. En sus disposiciones nos regocijaremos; no olvidaremos tu palabra. Trata generosamente a tus siervos, que nosotros vivamos y guardemos tu palabra".
Como había ordenado el emperador, los soldados de Cristo fueron enviados de ciudad en ciudad y puestos en manos de una serie de oficiales cambiantes, con grandes medidas de seguridad a lo largo del camino del martirio que para ellos se preparó, hasta que llegaron a la jerarquía de Augusto-Éufrates, en la frontera, próxima a la población sarracena donde el dux Antíoco tenía su sede en una fortaleza llamada Barbalisus
Alrededor de la hora novena los custodios de los santos mártires Sergio y Baco se presentaron repentinamente ante él, y le entregaron a estos y la carta del emperador. Antíoco se puso de pie en su estrado y recibió el rescripto del emperador vestido con su capa roja de general; cuando la hubo leído llamó privadamente al oficial encargado y le dijo: "Lleva a los prisioneros y mantenlos seguros en la prisión militar, procura que no sufran más allá de las limitaciones usuales, y no aprisiones del todo sus pies con cepos de madera. Tráelos mañana ante mi tribunal de justicia, que de acuerdo con la ley los oiré en el momento oportuno". El oficial los llevó y los ligó como había ordenado el dux. Cuando cayó la noche, cantaron y oraron al unísono de esta guisa: "Tú, Señor, aplastaste las cabezas de los dragones en el agua; tú hiciste brotar fuentes y torrentes; tú colocaste todas las lindes de la tierra. Inclina, ¡oh, Señor!, tu mirada hacia nosotros, pues el enemigo nos ha acusado, y los tontos han blasfemado tu santo nombre. No entregues el alma de aquellos que confían en ti a los hombres más salvajes que las bestias, no olvides a la congregación de tus pobres para siempre. Respeta tu pacto pues los oscuros parajes de la tierra están llenos de refugios de crueldad. No nos permitas volvernos humildes, avergonzados, sino que, humildes siervos tuyos, alabemos tu nombre. No olvides la voz de tus enemigos: el orgullo de los que te odian asciende sin cesar contra nosotros, tus siervos, y en vano te odian.
Se dice que la tumba de Sergio en Resapha se volvió famosa y se desarrolló como lugar de culto para los cristianos. Curiosamente, Sergio y Bacchus se convirtieron andando el tiempo en celestiales protectores del ejército bizantino durante los gobiernos de los dos Teodoros, Demetrius, Procopio y Jorge. Actualmente sus vidas se encuentran escritas en latín, griego y siriaco.
En el año 431 el obispo Alejandro de Hierapolis construyó una magnífica iglesia en su honor. En 434, el poblado de Resapha fue elevado a la categoría episcopal con el nombre de Sergiopolis y pronto se volvió un popular centro de peregrinaje en el este.
Muchas iglesias desde entonces adoptaron el nombre de Sergius y de ellas algunas incluso junto con el de Bacchus, y el culto para ambos se fue popularizando y extendiendo. Incluso nómadas del desierto llegaron a ver en ellos un santo patrón especial.
El emperador Justiniano I, agrandó y fortificó Sergiopolis y a Sergio se le veneró como patrono en Siria.
Parte de las reliquias de ambos fueron trasladadas a Venecia donde se les llegó a considerar como santos y patronos de la antigua catedral. Curiosamente, en el siglo VII una iglesia fue dedicada a ellos en Roma. Durante la Edad Media, la relación de Sergio y Bacchus se ocultó como una unión de compasión, quitándole la verdadera naturaleza de sus relaciones homosexuales para dejarla como una unión de hermandad y mutuo respeto...bueno, de amantes cambiaron a incestuosos ... ¿mejoró el asunto?
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Oración: “Oh señor Dios y Gobernante que hiciste a la humanidad a tu imagen y semejanza y le diste el poder de la vida eterna, que aprobaste cuando tus santos apóstoles Felipe y Bartolomé se unieron, juntos no por la ley de la naturaleza, sino por la comunión del Espíritu Santo y que también aprobaste la unión de tus Santos Mártires Sergio y Baco, bendice también a estos servidores “N” y “N”, unidos no por la naturaleza, sino por la fidelidad, permíteles Señor amarse el uno al otro, sin odios y poder continuar juntos sin escándalos todos los días de sus vidas con ayuda de la Santa Madre de Dios y de todos tus Santos porque tuyo es el Poder y el reino, y el poder y la gloria. Padre, Hijo y Espíritu Santo”
Bibliografía: "Las Bodas de la Semejanza" de John Boswell. De este texto procede la versión que acabas de leer. Publicado por Muchnik Ed., 1996. Barcelona, España.
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