“Esta fue la culpa de su hermana Sodoma: ella y sus hijas tenían orgullo, exceso de comida y próspera tranquilidad, pero no ayudaron al pobre y al necesitado”. (Ez 16, 48-49)

domingo, 7 de agosto de 2011

19º domingo durante el año

PRIMERA LECTURA
1Rey 19, 9. 11-13
SALMO
Sal 84, 9-14
SEGUNDA LECTURA
Rom 9, 1-5
EVANGELIO
Mt 14, 22-33
Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación.

El Dios que se revela en Jesucristo pone del revés todo lo que el hombre religioso esperaría de Dios.
¡Que acostumbrados estamos de ver las maravillas de Dios entre la pompa y boato, entre celebraciones llenas de esplendor y majestuosidad! ¡Que bello todo eso que nos muestra a Dios en su Majestuosidad!
Sin embargo, sí, hay un pero, un pero que nos hace caer en la cuenta que en realidad es en la sencillez y en los pequeños detalles dónde éste Dios tan Grande y Poderoso se muestra y se da a conocer.
Porque Dios no se impone a la fuerza en la relación personal con el hombre y no necesita de esa fuerza para mostrarse, para entregarse.
El Dios que se revela en Jesucristo pone del revés todo lo que el hombre religioso esperaría de Dios; pone de revés todo lo que el hombre quiere creer de un dios que en realidad no es Dios; de un dios que muchas veces nos formamos a nuestro discurso (aun el que "copiamos" en el discurso ajeno) y no dejamos crecer ni creer desde la realidad que nos rodea; desde nuestra propia realidad. Aquí me detengo a pensar en las veces que hemos interpretado los textos Bíblicos o la misma realidad humana que nos rodea desde el discurso heterosexual, olvidándonos que -si no es visto desde lo humano- ese discurso, texto Bíblico,o análisis, poco nos dice a nosotros mismos, aún, siendo responsables de ello nosotros mismos.
Elías, quería imponer a la fuerza a Dios al pueblo de Israel. A Elías le gustaría que Dios fuese como él, demoledor con el enemigo, como aquel discípulo del evangelio que le pidió a Jesús que bajara fuego sobre una ciudad porque no se convertían. Sin embargo, Dios se le revela en el monte no como un viento huracanado, no como un terremoto, no como fuego, sino como una suave brisa. Dios no "arrasa" al hombre, le quiere y le perdona y espera que se abra a él libremente.
Dios no "arrasa" al hombre sino que le quiere y espera que se abra libremente a Él, aunque el resto de la sociedad, de la Iglesia (que por cierto la formamos todos los bautizados) niegue y reniegue de esa forma tan extraña que Dios tiene de amar a "esa gente" de vida tan extraña que para muchos ya están (estamos) condenados desde el vamos. Porque, acaso, ¿Dios puede llamar también a los gays a tener una vida plena, pero plena en serio y no "plena" según las conveniencias ajenas, según los temores y miedos ajenos?
Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación.

La escena de la «tormenta calmada» nos evoca la imagen de una comunidad cristiana, representada por la barca, que se adentra en medio de la noche en un mar tormentoso. La barca no está en peligro de hundirse, pero los tripulantes, llevados más por el miedo que por la pericia, se abandonan a los sentimientos de pánico. Tal estado de ánimo los lleva a ver a Jesús que se acerca en medio de la tormenta, como un fantasma salido de la imaginación. Es tan grande el desconcierto que no atinan a reconocer en él al Maestro que los ha orientado en el camino a Jerusalén. La voz de Jesús calma los temores, pero Pedro llevado por la temeridad se lanza a desafiar los elementos adversos.
Mientras Pedro miraba a Jesús y confiaba en él, podía caminar sobre las aguas, pero al poner su atención en la tormenta que lo rodeaba, comienza a hundirse.
Este episodio del evangelio nos muestra cómo la comunidad puede perder el horizonte cuando permite que sea el temor a los elementos adversos el que los motiva a tomar una decisión y no la fe en Jesús. La temeridad nos puede llevar a desafiar los elementos adversos, pero solamente la fe serena en el Señor nos da las fuerzas para no hundirnos en nuestros temores e inseguridades. Al igual que Elías, la comunidad descubre el auténtico rostro de Jesús en medio de la calma, cuando el impetuoso viento contrario cede y se aparece una brisa suave que empuja las velas hacia la otra orilla.
Nuestras comunidades están expuestas a la permanente acción de vientos contrarios que amenazan con destruirlas; sin embargo, el peligro mayor no está fuera, sino dentro de la comunidad. Las decisiones tomadas por miedo o pánico ante las fuerzas adversas nos pueden llevar a ver amenazadores fantasmas en los que deberíamos reconocer la presencia victoriosa del resucitado. Únicamente la serenidad de una fe puesta completamente en el Señor resucitado nos permite colocar nuestro pie desnudo sobre el mar impetuoso.
El evangelio nos invita a enfrentar todas aquellas realidades que amenazan la barca animados por una fe segura y exigente que nos empuja como suave brisa hacia la orilla del Reino.
Pongamos nuestros ojos solo en él y caminemos confiados sobre las dificultades.

La fe es capaz de mover montañas… y de hacernos caminar sobre el mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario