De Ignacio Simal Camps
Es un hecho incontestable que en la mayoría de las iglesias se discrimina al colectivo LGTB. El Diccionario de la Lengua Española [RAE] define la acción discriminatoria como el hecho de «seleccionar excluyendo o dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc». Y evidentemente, a las minorías sexuales se las excluye de la comunión integral de la vida de las iglesias por el hecho de ser y hacer en concordancia con su orientación sexual. Y esa exclusión obedece, entre otras cuestiones, a cuatro elementos: el imaginario social patriarcal que las iglesias comparten con la sociedad, la comprensión que éstas tienen de la naturaleza de sus textos sagrados, la tradición eclesial recibida y la valoración moral que éstas hacen de la homosexualidad y su práctica.
Con las minorías sexuales ocurre como antaño -en algunos espacios eclesiales todavía hoy- ocurrió con las mujeres: se las excluía de la formación teológica en los seminarios, de los ministerios pastorales, de la enseñanza a la comunidad de fe, de la oración púbica, etc. Cambiar un imaginario social y religioso tan arraigado entre las iglesias fue, y sigue siendo, una tarea harto complicada. De ahí que crea que debemos tener un claro objetivo a compartir entre los que somos partidarios de la inclusión integral del colectivo cristiano LGTB: convencer. Y eso sólo se logra haciendo pedagogía positiva entre las iglesias.
Por ello, en primer lugar, se hace necesario que los cristianos y cristianas heterosexuales escuchen de viva voz los testimonios de fe, fidelidad y compromiso con el seguimiento de Jesús de las personas LGTB.
En segundo lugar debemos emprender talleres de lectura de los textos bíblicos y de las argumentaciones teológico-morales que se utilizan para la exclusión de las personas con orientación sexual diferente en las iglesias cristianas.
En tercer lugar, debemos utilizar los medios de comunicación cristianos a nuestro alcance para hacer ver la riqueza social que adquiere el reconocimiento de la diversidad sexual y desdemonizar a las personas LGTB.
En cuarto lugar, debemos -sobre todo los pastores y pastoras- emprender la ardua tarea de abrir nuestras comunidades a los cristianos y cristianas homosexuales a fin de que a través de la convivencia y la comunión mutua se rompan los estereotipos gaifóbicos, lesbofóbicos y transfóbicos que pululan en nuestros ambientes locales.
Por último, y en quinto lugar, debemos evitar en nuestros planteamientos toda beligerancia descalificadora del que interpreta la Biblia y la sexualidad humana de manera diferente a la nuestra. Como escribieran Arland Hultgren y Walter Taylor:
Con las minorías sexuales ocurre como antaño -en algunos espacios eclesiales todavía hoy- ocurrió con las mujeres: se las excluía de la formación teológica en los seminarios, de los ministerios pastorales, de la enseñanza a la comunidad de fe, de la oración púbica, etc. Cambiar un imaginario social y religioso tan arraigado entre las iglesias fue, y sigue siendo, una tarea harto complicada. De ahí que crea que debemos tener un claro objetivo a compartir entre los que somos partidarios de la inclusión integral del colectivo cristiano LGTB: convencer. Y eso sólo se logra haciendo pedagogía positiva entre las iglesias.
Por ello, en primer lugar, se hace necesario que los cristianos y cristianas heterosexuales escuchen de viva voz los testimonios de fe, fidelidad y compromiso con el seguimiento de Jesús de las personas LGTB.
En segundo lugar debemos emprender talleres de lectura de los textos bíblicos y de las argumentaciones teológico-morales que se utilizan para la exclusión de las personas con orientación sexual diferente en las iglesias cristianas.
En tercer lugar, debemos utilizar los medios de comunicación cristianos a nuestro alcance para hacer ver la riqueza social que adquiere el reconocimiento de la diversidad sexual y desdemonizar a las personas LGTB.
En cuarto lugar, debemos -sobre todo los pastores y pastoras- emprender la ardua tarea de abrir nuestras comunidades a los cristianos y cristianas homosexuales a fin de que a través de la convivencia y la comunión mutua se rompan los estereotipos gaifóbicos, lesbofóbicos y transfóbicos que pululan en nuestros ambientes locales.
Por último, y en quinto lugar, debemos evitar en nuestros planteamientos toda beligerancia descalificadora del que interpreta la Biblia y la sexualidad humana de manera diferente a la nuestra. Como escribieran Arland Hultgren y Walter Taylor:
«la diferencia entre quienes hacen la interpretación [de los textos bíblicos] no se debe entender como un conflicto entre quienes buscan ser 'fieles a las Escrituras' y quienes buscan 'adaptar la Biblia' a sus gustos personales. Los desencuentros son genuinos» [Nota 25 en línea 706 del documento “Sexualidad humana: dignidad y confianza” de la Iglesia Evangélica Luterana de América].
Si perseveramos contra viento y marea en llevar a cabo una pedagogía positiva en la línea que apunto lograremos el cambio de mentalidad anhelado por muchos de nosotros. El objetivo no es vencer, sino convencer.
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