Primera Lectura: Is 8, 23 - 9, 3 Los que andaban en tinieblas vieron una gran luz.
Salmo: 26 El Señor es mi luz y mi salvación.
Segunda Lectura: Cor 1, 10 - 13, 17 Que no haya divisiones entre ustedes.
Evangelio: Mt 4, 12 - 23 Fue a Cafarnaum y se cumplió la profesía de Isaías.
Hermanos y hermanas:
Tengan un feliz día del Señor.
Hoy estamos atravesando por una festividad agradable a los ojos de muchos y rechazada por unos cuantos. Se trata de la semana de oración por la unidad de los Cristianos. En tiempos pasados la Iglesia de Cristo tuvo rupturas y poco a poco se fueron creando las diferentes denominaciones del cristianismo. Así nacimos los católicos de Pedro y los católicos de Pablo, llegaron los cristianos de Lutero y los de Calvino, se independizaron de Pedro los católicos de Inglaterra y poco a poco el cristianimo fue tomando una diversidad de formas y colores que hoy confunden hasta a los mismos cristianos.
Sin embargo, ya desde el Siglo I, el Apóstol San Pablo nos llama la atención y nos recuerda que Cristo no está dividido. No fuimos bautizados en nombre de Pablo, ni Pedro fue crucificado por causa de nuestra Salvación. Al parecer Lutero era más católico de lo que nos imaginamos en nuestros días y las iglesias orientales reabren el diálogo con Roma. Las peleas han surgido por dogmas y diferencias en el ritual. Pero si desnudamos al cristianismo de todos esos dogmas y rituales veremos una espiritualidad única e irrepetible de la cual todos somos seguidores.
Todos los cristianos sin excepción, cuando somos bautizados recibimos la Luz de Cristo y el fuego del Espíritu Santo. A partir de ese momento estamos llamados a seguir colaborando en la obra de Cristo, que como nos indica el Evangelio, enseñaba en las sinagogas y proclamaba la buena nueva del Reino de Dios y curó a la gente de toda enfermedad y dolencia. Vino a hacer valer la Ley y no a derogarla. Pero no estamos hablando de las leyes absurdas de los hombres, que son suceptibles de cambio todo el tiempo, sino de la Ley de Dios que está basada exclusivamente en su Amor paternal y es eterna.
Se nos dejó dicho que en amarnos unos a otros como Jesús nos amó está la clave de todo el cristianismo. Aquel cristiano que descalifique a otro, o peor aún, hable o actúe en su contra difamándolo o tratando de hacerle daño, no puede ser llamado cristiano o cristiana, por que no está amando a su prójimo como si fuera su hermano. Y digamos que entre hermanos también se pelean y hasta se llegan a hacer groserías, pero en donde está el Amor de Dios el perdón se sobrepone a las fricciones. Y siempre un hermano procurará hacer el bien a otro y velar por sus intereses cuando son justos. En eso vemos reflejado también el milagro de la unidad de los cristianos.
Ser cristiano nunca es fácil. Requiere mucha disciplina y autocontrol. La mayoría de los creyentes han aprendido que cuando se habla de homosexualidad, se está hablando de algún pecado. Y cuando conocen a un homosexual piensan que están tratando con una persona que nació intrínsecamente desviada de su misión natural. Les han hecho creer que Dios odia o aborrece a los homosexuales. Pero no es así. Si Dios pudiera odiar o aborrecer a los homosexuales se estaría contradiciendo a si mismo. Dios es la verdad pura, así que no se contradice, no porque no pueda, sino porque así es Él. En su inmenso amor de Padre Dios acepta a todos sus hijos y a todas sus hijas como son, porque finalmente es Él quien los creó así.
Antes de hablar mal de algún hermano por su condición social, económica, de orientación sexual, de nacionalidad o procedencia, color de piel o nivel de estudios, deberíamos persignarnos la boca y pedirle al Señor que abra nuestros labios para cantar sus alabanzas. Tal vez después de eso se nos quiten las ganas de hablar mal de alguien, incluso si no vive la fe cristiana.
Por eso, nosotros podemos estar en desacuerdo con la opinión y forma de actuar de aquellos que están al frente de la Iglesia, de las vecinas o de los parroquianos que se dicen católicos pero se comportan de peor manera que los que se confiesan ateos y viven "la vida loca", pero nuestro deber no es odiarlos en nombre de Cristo, ni siquiera sentirnos indignados por sus acciones, sino amarlos y pedirle al Padre por ellos para que les de su luz, y al Espíritu Santo que nos ilumine para que aprendamos a conocernos a nosotros mismos y nuestras faltas a la misión que Cristo nos dio para poder arrepentirnos y corregir el camino.
Muchas gracias por esta reflexión, sencilla y profunda. Todo el blog es muy interesante y creo que hace un gran servicio.
ResponderEliminarEnrique Vázquez, obispo de la CA
Me viene a la mente el evangelio de Juan:
ResponderEliminarDespués de hablar así, Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo: «Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti,ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado.
Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera. Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra.Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti,porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste.Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos.Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado.Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti. Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno.Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad.No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. PALABRA DEL SÉÑOR (Jn17,1-20)
Señores... abajo los egos, arriba los corazones!!! Saludos desde Cuautitlàn.