Salmo 97
Segunda Lectura: Tim 2, 8-13
Evangelio: Lc 17, 11-19
El fin de semana pasado aprendimos que cuando el siervo cumple su tarea, el patrón no tiene por qué dar las gracias, aunque en la mayoría de los casos es común que si tienen temor de Dios se sentirán agradecidos por los servicios obtenidos.
Vemos en la Liturgia de la Palabra de hoy dos momentos en los que Dios interviene directamente en un caso de lepra, enfermedad por la cual se consideraba impuras a las personas al grado que eran excluidos de la sociedad, pero no sólo moralmente, sino también físicamente. Así se podían encontrar pequeñas comunidades de exiliados leprosos a las afueras de casi todas las ciudades de Israel desde antes del tiempo de David hasta pasado el tiempo de Jesús.
En el caso del general sirio, la admiración y el agradecimiento es tal, que incluso llega la conversión de ser pagano a adorar al Dios de Israel con un poco de tierra de la región en la que habitaba Eliseo para construir un altar al Señor. En el segundo caso, vemos que diez leprosos se van contentos por la vida después de haber sido curados por Jesús y sólo uno regresa a agredecerle el hecho de haberlo sanado y con eso, reintegrádolo a la sociedad.
En nuestros días la lepra ya no es ni el problema ni el estigma que era hace tantos siglos, sin embargo, la situación sigue siendo muy parecida. Entre nosotros tenemos a tantos enfermos que son discriminados por parte de la gente que está aparentemente sana. La lástima parece emanar de nuestro corazón cuando nos enteramos que Fulanito o Sutanita están enfermos de SIDA, pero no hacemos nada por ellos.
Menciono sólo esta enfermedad porque es la que con mayor frecuencia se da entre la comunidad LGBTI, pero también podemos mencionar las demás enfermedades de transmisión sexual como la gonorrea, la sífilis y el papiloma o incluso otro tipo de enfermedades crónicas como el cáncer, la farmacodependencia y la diabetes.
Estamos tan acostumbrados a discriminar a esas personas, y lo hacemos porque no comprendemos que más que nunca en sus vidas necesitan amor, comprensión e inclusión. En nuestros días hay tantas campañas de prevención y tratamiento de enfermedades de casi cualquier tipo que realmente es muy fácil participar en alguno de estos programas. Cuando nos enfocamos en las comunidades de la diversidad sexual podemos pensar en ayudar a repartir condones, hacer pruebas rápidas de VIH y desde una perspectiva más religiosa, invitar a nuestros compañeros de comunidad a mantenerse castos o fieles y tener relaciones sexogenitales únicamente con su pareja formal, pues aunque cambie con cierta frecuencia el riesgo se reduce, especialmente si a la fidelidad la acompañamos del uso de condón.
Es muy fácil prevenir un contagio en estos días, pero sigue siendo fácil adquirir la enfermedad, todo depende de nuestro desempeño y de la forma en que ejercemos nuestra sexualidad.
Por otro lado se encuentra el agradecimiento. Muchas personas se han curado del cáncer, otros han descubierto que son portadores de VIH y que nunca adquiriran el síndrome, y hay más que con el paso del tiempo van dejando atrás su enfermedad gracias a la medicina, su actitud positiva y su oración. Y también están aquellas personas que aparentemente son vencidas por la enfermedad y fallecen.
En cualquiera de los dos casos es necesario mostrarnos agradecidos, porque sólo Dios sabe por qué hace las cosas y debemos ser fieles a su voluntad. Después de todo, si una persona que tenía cáncer o SIDA falleció, ¿acaso no ha encontrado ya el fin de sus dolores y pasado a una mejor vida en donde no hay tormentos ni sufrimientos en compañía del Señor? ¿No es mejor la otra vida cuando Dios nos ha llamado a ella?
Hay que agradecer todo y en todo momento, pues como dice nuestra liturgia "En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno". Y cuando dice Siempre y en todo lugar, realmente se refiere a eso, aun cuando estemos enfermos y en el lecho de muerte, aun cuando nuestro ser querido esté a punto de morir.
¿Pero cuántos damos gracias? El Evangelio nos dice que sólo fue uno el que las dio. De entre todos los creyentes sólo el samaritano regresó a agradecer a Jesús. Y a veces así nos portamos los gays católicos, y en vez de agradecer que amanecimos a un nuevo día, que tenemos una familia o una comunidad de amigos que nos comprenden, que hemos tenido el valor sufienciente para revelar nuestra identidad y salir del clóset, muchas veces nos quejamos, otras tantas olvidamos agradecer lo que ya damos por sentado. Hemos olvidado que tenemos zapatos y no agradecemos a Dios porque hubo alguien que los diseñó, olvidamos que tenemos Eucaristía y no agradecemos a Jesús que la haya instituido, hemos olvidado que aprendimos a leer y no agradecemos por nuestros maestros...
Y a veces, parece ridículo, pero deberíamos agradecer hasta a las personas homofóbicas, porque siempre son un factor que nos obliga a hacernos visibles y con sus ataques nos fortalecen en nuestro proceso de aceptación. Y cuando ya estamos aceptados y firmes en nuestra homosexualidad, con sus pretendidos ataques nos causan momentos de diversión y risa y nos dan fuerza para luchar por todos nuestros hermanos homosexuales que aun se sienten atacados y así con nuestras palabras y acciones los fortalecemos.
Esto es sólo un panorama muy general, pero aprendamos de ese samaritano agradecido y demos gracias al Señor todos los días por los regalos que nos da, especialmente el de nuestra homosexualidad, no importa si los percibimos como buenos o malos, porque si son buenos deben representar un avance, y si son malos deben representar una enseñanza para nuestra vida.
¿Qué tienes que agradecer hoy?
Agradezco al Profesor Poe por etiquetarme en esta imagen. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario