Primera Lectura: Sab 11, 22-12,2
Salmo 144
Segunda Lectura: 2 Tes 1, 11-2, 2
Evangelio: Lc 19, 1-10
Hoy, nuevamente las lecturas en la misa nos muestran el mensaje libertador de la Biblia, y además de eso calla a todos aquellos (Científicos y ministros de culto) que dicen que la homosexualidad es una aberración a los ojos de Dios. Quien de todos ellos siga diciendo frases como esa no ha sido bendecido con la sabiduría divina y deberemos tener compasión de ellos y pedir por su conversión. El hombre sabio entiende muy bien que si Dios aborreciera a los homosexuales y las lesbianas, no nos habría creado. Y aún, si la homosexualidad fuera una conducta adquirida, si Dios no la quisiera no podríamos seguir existiendo.
Por eso el pastor sabio nos acepta y promueve ejercicios de oración para alcanzar la santidad dentro de la comunidad LGBTI sin necesariamente difundir la castidad. Ésta es muy buena y muy recomendable, siempre que se haga voluntariamente y su práctica nazca del amor a Dios y no del miedo al pecado.
Mientras que en tesalonicenses, Pablo nos recuerda que en vez de prohibir el ingreso de homosexuales o afeminados a los seminarios de sacerdotes o de lesbianas a los noviciados de monjas, como comunidad católica nuestro deber es rezar porque aún las vocaciones que se siembran, por obra del Espíritu Santo en los corazones de la comunidad LGBTI sean cultivadas de forma que rindan los frutos que por justicia deben rendir.
También Pablo nos previene sobre las personas que en el futuro pondrían palabras en su boca que nunca dijo o quiso decir. Nos pide que no nos alarmemos por dichas cartas atribuídas a los escritores de las epístolas o aquellos que nos induzcan a pensar que el día del Señor es inminente. Con esto quiero enfocarnos en las palabras de San Pablo que se utilizan para condenar la homosexualidad. No hagamos caso, pues aquellos que dicen que Dios odia a los homosexuales están pecando al poner odio en el que es amor y mentiras en boca de quienes proclamaron la verdad.
En cuanto al Evangelio, hoy nos damos cuenta como la sociedad, en su afán por dar a unos y otros su lugar, obliga al publicano Zaqueo a hacerse sentir indigno de conocer al Mesías. Pero cuando uno quiere acercarse a Dios hace hasta lo inimaginable. En este caso se trata de trepar a un árbol para siquiera verlo pasar.
Pero Jesús que conoce los corazones de todos y a nadie discrimina, siendo conocedor de la situación convidó a Zaqueo a bajar del árbol y que se acercara a Él. Y no sólo eso, sino que asistió a su casa a comer, acontecimiento durante el cual el publicano conoció el arrepentimiento y actuó en consecuencia. Se hizo responsable por su prójimo y de esa forma glorificó a Dios. Nosotros siempre podemos hacernos responsables por nuestros semejantes y podemos poner en práctica nuestra capacidad de hacerlos felices. .
No desoigamos las palabras de hoy y practiquemos el ejemplo de Zaqueo ayudando a quienes más lo necesiten según nuestras posibilidades. La dignidad de las personas no deviene de nuestras condiciones particulares, sino de nuestra condición de hijos e hijas de Dios.
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